Una mañana de 1972 se presentaba en la Universidad de California el prestigioso Dr. Myron L. Fox para realizar una conferencia con estudiantes y expertos doctores en medicina y psiquiatría. Una sala expectante por la locución del señor Fox que terminó en sonoros aplausos ante el discurso que abría una nueva vía de discusión sobre la materia. Al día siguiente las críticas alabaron la conferencia. Ocurre que Fox no era Fox, era un actor que no sabía lo que estaba diciendo.
Ejemplos de este tipo podemos encontrar muchísimos, nunca ante profesionales y eminencias a las que parece muy difícil “colársela” de esta manera. Meses atrás John E. Ware, profesor en la Southern Illinois school of Medicine, Donald H. Naftulin profesor en la University of Southern California School of Medicine y Frank A. Donnelly, profesor de psicología en la University of Southern California, habían ideado un experimento para observar hasta qué punto una puesta en escena marcada por las dotes de expresividad del locutor (y nulo contenido), podía ser valorada por profesionales y de qué manera. El fin: el estudio y mejora de la enseñanza centrada en la atención de los alumnos.
¿Qué mejor forma de llevar a cabo el experimento que con un actor que haga de reputado profesor?
El efecto del doctor Fox
Lo primero que hacen los tres profesores es buscar a un actor que pudiera encarnar a un experto en la materia, la que fuera, pero era primordial que el hombre tuviera una gran presencia. Ware contaba que la idea era estudiar y ahondar más sobre el aprendizaje o enseñanza experimental, ofrecer al “pueblo” la experiencia de aquello que quieren aprender en una charla, aunque la charla esté vacía en contenido. Dicho de otra forma, buscaban averiguar hasta que punto el envoltorio triunfaría sobre un interior vacío.
Una noche el profesor Ware ve a un actor en la televisión dando una demostración virtuosa de un discurso de lo más ambiguo. Lo llama y se cita con él para proponerle el experimento en una conferencia, además le explica que la propuesta servirá para mejorar el programa educativo en el futuro. En un primer momento el actor acepta pero al final su agenda se lo impide y acaba rechazando la propuesta de Ware.
Es entonces cuando los tres profesores se fijan en el actor Alex Seigel, un profesional que trabajaba en las clases de cine que impartía la misma Universidad de California. A Seigel lo conocían anteriormente, ya que era el profesor de actuación para un programa de entrenamiento de actores que podrían actuar como pacientes en las clases de psiquiatría.
Seigel propone para el trabajo al actor Michael Fox. Era el candidato perfecto y además estaba disponible para los días en los que se estaba preparando el experimento. Incluso tenían el apellido perfecto, se llamaría Myron L. Fox, conocido como Doctor Fox.
Ya tenían al actor, el nombre y le añaden un pasado: el reputado doctor Fox viene de la prestigiosa Albert Einstein College of Medicine en Estados Unidos. Los tres profesores quedan con el actor y le convencen para ser el doctor Fox. Por último proponen el temario de la charla, una locución bajo el imaginativo título de “Mathematical Game Theory as Applied to Physician Education”, que si bien no tiene absolutamente nada que ver con las materias de los oyentes que acudirían en la sala, le daría una ventaja a Fox en la charla, ya que la mayoría de asistentes no dominaban “el tema”. Fox dedicó las siguientes semanas a prepararse el discurso basado por encima de todo en una puesta en escena creíble.
El día de la prueba Fox no creía que fuera a salir bien, o al menos pensaba que ante una conferencia de ese calibre a la vista de todos los profesiones, quedaría expuesto en algún momento. El actor tenía dos razones de peso para estar nervioso. Por un lado tenía que dar una conferencia despojada de cualquier tipo de contenido real. Por el otro, estaba seguro de que alguno de los asistentes lo reconocería por alguna de sus participaciones en la televisión. Fox tenía un extenso currículum como actor secundario en varios sitcoms y películas de la época, entre otras había participado en Batman (como el inspector Basch) o en un episodio de Colombo.
De hecho, al llegar al centro por la mañana y acudir a la cafetería antes del inicio de la conferencia, Fox contó que algunas mujeres se le acercaron porque su rostro les era familiar, le preguntaban en qué serie o programa había participado. Esto no hizo más que aumentar la tensión del actor, pero aún así acabó entrando en la sala donde se celebró la conferencia.
A la entrada de la misma se les entregó a cada uno de los oyentes unas hoja sobre el temario que iban a escuchar junto a un formulario para que al acabar dieran su punto de vista sobre el mismo. Anuncian la entrada de Fox como una “autoridad sobre la aplicación de las matemáticas a la conducta humana” y aparece nuestro actor enfrente del público expectante.
Lo que siguió fue una actuación muy pulida que impresionó a la audiencia. Los asistentes quedaron con la boca abierta sin darse cuenta de que el hombre que estaba subido en el atril no era realmente Myron L. Fox. El público estuvo pendiente de cada palabra que salía de Fox y cuando terminó la charla comenzaron las preguntas, a las que respondía sin ningún sentido pero con argumentos de autoridad sobre cada una de las sentencias que salían de su boca. Una representación perfecta donde el actor había usado fórmulas como el doble discurso, neologismos, incongruencias y declaraciones contradictorias, todo bajo esos argumentos de autoridad y gran expresividad, con sentido del humor en ocasiones y otras mostrando calidez hacia el oyente.
En el formulario que se ofrecía a la entrada los asistentes escribieron que la conferencia les había ofrecido una profunda reflexión, además añadían que Fox había sido muy claro en la exposición y tremendamente interesante al incorporar una variedad de buenos ejemplos ilustrativos durante la charla.
El día después del discurso del doctor Fox
Pero lo más interesante ocurrió al día siguiente. Ware explicó que uno de los médicos asistentes había comenzado a mostrar ejemplos de imágenes de la charla en las clases que impartía. Este caso se hizo público porque al parecer uno de los alumnos se levantó y le dijo al profesor que esos ejemplos eran una farsa y que se trataba de una serie de diapositivas antiguas que conocía.
Posteriormente Ware también mostró a otros grupos de profesionales en medicina el vídeo de la conferencia. Los resultados en este caso le volvían a dar la razón. Estos grupos, aún a través de una pantalla, quedaban prendados de la charla, incluso alguno llegó a comentarle al profesor que creía recordar haber leído algunos artículos en el pasado de Myron L. Fox.
Tras el éxito del experimento, los tres profesores llevaron a cabo otras pruebas similares con grupos cada vez más amplios. Un fenómeno que finalmente adoptó el nombre con el que describir estas conferencias que pueden llegar a cegar a los oyentes aunque tengan un contenido muy pobre o nulo, había nacido el conocido como Efecto Dr. Fox.
La mayor de las sorpresas llegó cuando los profesores revelaron la identidad real de Fox a la opinión pública. Muchos de los asistentes o incluso los grupos que habían visto posteriormente en los vídeos la charla, seguían interesados en saber más sobre el temario que había explicado el actor. Es decir, que si bien la conferencia había sido un fraude, la puesta en escena de Fox había estimulado el interés por el tema.
Esto llevó finalmente a los tres profesores a sugerir un método innovador que incrementara la motivación de los estudiantes: en lugar de dar charlas y conferencias de este tipo ellos mismos, los profesores podrían formar a actores para que dieran la conferencia por ellos. De esta manera podrían captar toda la atención de los oyentes.
Ahí quedó la propuesta, la cual posteriormente ha sido refutada principalmente por una teoría: si se aceptara la propuesta de los profesores, esta podría traer implicaciones. Si un actor hace de profesor, y lo hace bien, por qué no llevarlo a otros campos. De la misma forma se debería aceptar que un actor puede hacerlo mejor en cualquier otro campo como por ejemplo la de un político ante un Congreso.
Y aunque es muy posible y muchos estaremos de acuerdo en que un actor lo haría mejor que el político (en muchas ocasiones), la lógica nos dice que alguien que ha estudiado para ello debería ser la persona adecuada. De paso, el Efecto Doctor Fox es un ejemplo de lo que ocurre a diario y casi sin darnos cuenta. En una era como la actual, donde la noticia que estamos leyendo ya es caduca y donde la rapidez y la forma de consumir información es voraz, creemos saber muchas cosas simplemente por haberlas escuchado de pasada en un medio o en una persona a la que le otorgamos validez sólo por su status o nombre, sin prestar atención a los detalles sobre la verdad o no de los hechos. Es lo que en filosofía se llama argumentos de autoridad, una falacia con la que convivimos cada día de manera irremediable.