Seguro que alguno de estos inventos absurdos te suena. Japón es una superpotencia a la hora de idear artilugios completamente ridículos. Sin embargo, hay toda una filosofía detrás de estos chismes sin sentido que nos sacan una sonrisa en redes sociales. Bienvenidos al arte del Chindogu.
Chindogu 珍道具 es una palabra japonesa que puede traducirse como “herramienta extraña o deformada”. El término designa toda una categoría de enseres que tratan de solucionar un problema cotidiano, pero acaban generando tantos inconvenientes que a la postre son inútiles o ridículos.
El padre del término es el japonés Kenji Kawakama. Después de abandonar sus estudios de ingeniería espacial, Kawakama participó en varios movimientos estudiantiles anticapitalistas. Paradojicamente, acabó trabajando en la mayor revista de venta por catálogo de Japón, Tsuhan Seikatsu. Corría la década de los 80.
El caso es que en cada número, Kawakama se encontraba con que le faltaban páginas por rellenar, así que las comenzó a cubrir con inventos estúpidos que él mismo fabricaba y que solo mostraba como curiosidad. Las gafas para administrarse colirio (abajo) fueron las primeras en aparecer.
Poco a poco, sus inventos comenzaron a ganar popularidad y hasta le invitaron a dar algunas conferencias y a participar en galerías de arte. El Chindogu, sin embargo, no explotó hasta que el editor del Tokyo Journal Dan Papia lo descubrió. En 1995, ambos fundaron la Sociedad Internacional del Chindogu (ICS por sus siglas an inglés) y el fenómeno explotó entre otros jóvenes inventores.
Contrariamente a lo que pueda parecer, inventar un Chindogu no es nada fácil. No basta con idear algo estúpido como un martillo con mira telescópica. Para convertirse en auténticos chindogus, los objetos deben recibir la aprobación oficial del ICS, que es la que regula esta práctica en todo el mundo y que hasta cuenta (o contaba) con el apoyo de algunas universidades dentro y fuera de Japón.
La ICS contempla una serie de requisitos para que un inventos sea Chindogu. Esos mandamientos se resumen en:
- Un chindogu debe parecer útil pero nuca debe poder usarse realmente. Debe ser inútil. Si tiene utilidad es un invento digno de ser patentado.
- Debe haberse construido, es decir, debe existir físicamente aunque solo sea un prototipo.
- Debe ser una herramienta de uso diario.
- No puede ponerse a la venta baajo ninguna circunstancia. Si se vende en algún sitio no es Chindogu.
- No puede haberse creado sólo como una broma. Debe haberse concebido con una utilidad real en mente.
- No puede ser o contener publicidad de ningún tipo ni ser un objeto promocional.
- Nunca debe ser o encarnar algo tabú. En Japón esto significa que no debe ser sexualmente explícito ni atentar contra la vida de los animales o las personas.
- Un auténtico chindogu no puede patentarse ni registrarse bajo ninguna licencia.
- Por último, no puede promover prejuicios de ningún tipo.
¿Para qué fabricar algo que nunca se va a vender, ni a patentar, y que en realidad pretende ser útil pero no lo es? La respuesta es tan difusa como la propia cultura japonesa, y se inspira mucho en la filosofía del propio Kawakama, que destestaba el capitalismo y se deleitaba mostrando su lado más absurdo.
El Chindogu existe, en cierto modo, porque podemos permitirnos que exista. En ese sentido no está exento de una cierta dosis de frivolidad y anarquía que lo acercan al dadaísmo. Sin embargo tiene también un componente de educación. Los inventores que crean chindogus lo hacen completamente en serio. En muchas ocasiones, desarrollar un dispositivo pensando en su no funcionalidad permite a los ingenieros analizar el problema desde todos los puntos de vista posibles y dar con la mejor idea para solucionarlo.
El palo para selfies
El mejor ejemplo de esto es el palo para selfies. Si el omnipresente artilugio te parece un poco absurdo es porque, de hecho, fue uno de los primeros chindogu inventados por Kenji Kawakama. Se le ocurrió en los 80, después de que un niño al que le había pedido que le sacara una foto en la calle se fuera corriendo con la cámara.
El problema es que el selfie stick sí que es relativamente útil, demasiado para ser chindogu. Kawakama le vendió la idea a Konika-Minolta, que intentó comercializarlo en 1983, pero no funcionó. Años más tarde, en 2006, el canadiense Wayne Fromm inventó de nuevo el palo para selfies sin haber visto nunca la idea de Kawakama y llegó justo en el momento adecuado, con los smartphones en plena ebullición. El resto es historia.
A continuación os ofrecemos una pequeña lista de objetos oficialmente clasificados como Chindogu:
Mantequilla en stick
Mono-mopa para bebés
Protector antimanchas para Ramen
Palillos para enfriar ramen
Guía para pintalabios
Gafas para no llorar al picar cebolla
La última década no le ha sentado muy bien al Chindogu. La web de la Sociedad Internacional del Chindogu no se actualiza desde hace tiempo (a Kawakama nunca le ha gustado mucho Internet) y la moda parece haber entrado en declive en muchos países. Su legado, sin embargo, pervive en toda clase de inventos estúpidos (muchos de ellos japoneses) que se pueden encontrar en tiendas online. Muchos de ellos no respetan el código tradicional del chindogu (están a la venta), pero podrían sacar una sonrisa al padre anticapitalista de esta extraña moda.
Probablemente la sonrisa se le borraría de la cara cuando descubra que estos chindogu de nueva generación se venden completamente en serio. ¿Hemos alcanzado como sociedad una cota de estupidez tan abrumadora que hasta un chindogu nos parece una buena idea en la que dejarnos los cuartos? A continuación algunos ejemplos. Juzgad por vosotros mismos.
Palillos huecos para sorber sopa
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