Durante años, hemos asumido que más complejidad equivale a más genes. ¿Cómo explicar entonces que un ser humano tenga menos genes que una planta o que un gusano microscópico? La respuesta está en los entresijos del genoma: no solo en los genes en sí, sino en cómo y cuándo se activan. Prepárate para desmontar tus certezas biológicas más básicas.
La gran paradoja genética
Cuando se secuenció el genoma humano en 2001, muchos esperaban encontrar al menos 100 000 genes. Para sorpresa de todos, el número era inferior a 20 000, menos incluso que el del gusano Caenorhabditis elegans. ¿Cómo es posible que organismos tan diferentes compartan una cantidad de genes tan similar?

La clave está en que el ADN no solo almacena genes. Solo un 2 % del genoma humano corresponde a genes codificantes. El resto está compuesto por secuencias reguladoras y repetitivas que funcionan como interruptores, activando o desactivando genes según la célula, el momento y el lugar. Así, los mismos genes pueden generar resultados muy distintos.
Interruptores: el verdadero secreto de la diversidad
Imagina una casa con siete bombillas. Puedes tener un único interruptor para encenderlas todas a la vez o siete, uno por habitación. El número de bombillas (genes) es el mismo, pero los resultados varían en función del sistema de control. En los organismos vivos ocurre lo mismo: no es cuántos genes tienes, sino cómo los gestionas.
Esto explica por qué una jirafa tiene el mismo número de vértebras cervicales que un antílope, aunque con tamaños muy distintos. También por qué las serpientes perdieron sus extremidades: no fue por la pérdida de genes, sino porque sus “interruptores” dejaron de activarlos.

Animales y plantas: una guerra de genes
Y si pensabas que los animales, por moverse, necesitaban más genes que las plantas… te equivocabas. El geranio nos gana. El maíz tiene casi el doble de genes que nosotros y la soja, casi el triple. Las plantas no pueden huir de las amenazas, así que su estrategia consiste en desarrollar múltiples respuestas moleculares para resistir, defenderse y sobrevivir sin moverse.
En definitiva, tener más genes no te hace más complejo. Lo que verdaderamente importa es cómo los usas. Y ahí, la biología sigue desafiando todas nuestras expectativas.
Fuente: TheConversation.