Tristán de Acuña es la isla habitada más remota del mundo. No tiene aeropuerto y se tarda siete días en llegar por mar desde Ciudad del Cabo, que está 2.400 kilómetros al este. Entre sus 268 habitantes hay 23 estudiantes, pero faltan profesores. Se buscan interesados.
Napoleón, una evacuación y un intento de reinventarse
La isla de Tristán surgió de una erupción volcánica en medio del Océano Atlántico. La descubrió el explorador portugués Tristão da Cunha en 1506. Se la anexionó la Corona Británica en 1816. Hoy en día forma parte de Santa Elena, Ascensión y Tristán de Acuña, un territorio de ultramar del Reino Unido con capital en Jamestown.
Los británicos se instalaron en la isla porque temían que Francia la utilizara para rescatar a Napoleón, por aquel entonces desterrado en Santa Elena. Lo cierto es que Santa Elena está a 2.000 kilómetros de Tristán, pero los británicos se toman al pie de la letra eso de “más vale prevenir que curar”.
La población de la isla permanece más o menos estable desde entonces. En el siglo XIX eran los misioneros quienes ejercían de maestros, con mayor o menor suerte. El reverendo Edwin Dogson, hermano menor de Lewis Carroll, escribió sobre Tristán en 1884 mientras trabajaba allí:
“Sólo tres de los niños muestran un atisbo de mejora en su inteligencia, algo que atribuyo al estado de aislamiento antinatural en el que viven. No hay ningún motivo posible para quedarse a vivir aquí. Rezo cada día para que Dios abra caminos para que todos podamos dejar la isla”
El año más memorable en la historia de Tristán fue 1961. El volcán sobre el que se asienta el pueblo entró en erupción y todos los habitantes tuvieron que ser evacuados a Inglaterra, concretamente a la ciudad de Calshot. En un doble combo de mala suerte, aquel año los británicos vivieron uno de sus peores inviernos y algunos tristones (es el gentilicio real) se contagiaron de enfermedades para las que no habían desarrollado defensas. Algunos murieron, otros se quedaron a vivir allí y el resto volvió a la isla en 1963.
Al regresar descubrieron que los piratas habían saqueado sus casas y los perros, abandonados en la isla a su suerte, se habían comido todo el ganado. La mala suerte se dejó ver también en 2001, cuando un huracán arrasó media ciudad, en 2008, cuando un incendio quemó la fábrica de pescado y los generadores de luz, y en 2011, cuando un petrolero derramó toneladas de crudo sobre sus aguas.
A pesar de estos infortunios, Tristán de Acuña es una comunidad muy tranquila que se ha quedado prácticamente anclada en la época colonial. La televisión no llegó a la isla hasta el nuevo milenio (Internet un poco antes, en 1998) y los 300 habitantes del pueblo, oficialmente “El Edimburgo de los Siete Mares”, prefieren preservar el estilo de vida que conocen.
Sin embargo, la economía se hunde y el gobierno está intentando reinventarse. Por un lado quieren solucionar el problema del alcoholismo: el consumo de alcohol es alto, y la diabetes y la obesidad son comunes. Hace unos meses llegó un terapeuta a la isla dispuesto a ayudar con este problema.
Más expertos van a llegar en los próximos meses para afrontar distintas necesidades: principalmente la de levantar un nuevo puerto más seguro (hay días de marejada en que los barcos no pueden atracar), pero también mejorar la paupérrima velocidad de Internet del pueblo. Tristán ha abierto un concurso para que ingenieros y arquitectos del “nuevo mundo” propongan soluciones.
También está la necesidad de formar a sus propios profesionales. Esta semana han publicado varias ofertas de trabajo para profesores de primaria y de secundaria, que puedan enseñar matemáticas, ciencia, geografía e inglés a los 23 niños de la isla. El gobierno se hace cargo del viaje y del alojamiento.
El inconveniente son los siete días en el barco. La probabilidad de deprimirse es bastante más baja que en los tiempos del reverendo Dogson: los contratos sólo duran de tres a seis meses.
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