La alternativa más razonable es abofetear repetidamente al pollo hasta incrementar su temperatura sin desatar explosiones. Lamentablemente, la energía calorífica que se obtiene mediante una bofetada es pequeña, y lo que es peor, el tiempo que tardamos entre una bofetada y otra se traduce en un ligero enfriamiento. Osmonde estima que una bofetada produce alrededor de 0,0089 grados Celsius, por lo que haría falta abofetear ininterrumpidamente al pollo una media de 23.034 veces (algo más si te gusta tostadito).

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Una posible solución sería fabricar una máquina de abofetear pollos, y eso es precisamente lo que hizo el youtuber Louis Weisz. Su notable creación alimentada por un motor de gasolina logró elevar ligeramente la temperatura del pollo, pero acabó por romper el capón de una forma que sin duda Alberto Chicote no aprobaría en absoluto. El vídeo del experimento, no obstante, es fantástico.

Lo peor del asunto es que la cuestión ni siquiera es nueva. En 1987, un equipo de científicos de la Universidad de Ohio que suponemos tenía mucho tiempo libre se hizo la misma pregunta. En lugar de un pollo, los físicos se plantearon la cuestión con un enorme pavo. Intrigados lo subieron a un décimo piso y lo arrojaron contra el asfalto, proceso que repitieron 72 veces en seis horas. Extrapolando los cambios de temperatura experimentados en el pavo, su estudio concluye que sería necesario arrojar el pavo durante 46 horas seguidas para lograr una cierta cocción. Probablemente sigue siendo mejor solución el horno. [IFL Science]