El que fuera el tercer presidente de Estados Unidos de 1801 a 1809, no sólo fue el principal autor de la Declaración de Independencia, Thomas Jefferson también tuvo tiempo de reescribir la Biblia a su gusto. De hecho, el texto sigue vigente, aunque no hay rastros de milagros ni hechos sobrenaturales.
Al parecer, Jefferson estaba influido por los principios del deísmo, una construcción que concebía a un ser supremo como una especie de relojero que había creado el mundo pero que ya no intervenía directamente en la vida cotidiana.
Un producto de la Era de la Ilustración, ya que Jefferson estaba muy interesado en la ciencia y en las preguntas teológicas desconcertantes que planteaba. Curiosamente, y aunque fue uno de los grandes defensores de la libertad religiosa, su sistema de creencias estaba lo suficientemente fuera de la corriente principal como para que los opositores en las elecciones presidenciales lo etiquetaran como “ateo demasiado hablador”.
Y es que el ex presidente de Estados Unidos fue un hombre de contrastes. Mientras que se dedicó a las enseñanzas de Jesucristo, no siempre estuvo de acuerdo con la forma en que fueron interpretadas en las fuentes bíblicas, incluidos todos los escritores de los cuatro Evangelios, a quienes consideraba poco confiables.
¿Qué hizo? Creó su propio evangelio a través de un instrumento afilado, probablemente una navaja o similar, para cortar páginas y pegar por su propia cuenta otras, distinguiéndolas de lo que él llamó “la corrupción de los seguidores de la cismidad”.
Jefferson produjo el volumen de 84 páginas en 1820, seis años antes de morir a los 83 años, lo ató en cuero rojo y lo tituló La vida y la moral de Jesús de Nazaret. Había examinado más de seis copias del Nuevo Testamento, en griego, latín, francés e inglés. Cortó pasajes y, con papel en blanco, pegó líneas de cada uno de los Evangelios en cuatro columnas, en griego y en latín en un lado de las páginas, y en francés e inglés por el otro.
La mayoría del material que Jefferson eligió no incluir eran eventos relacionados con los milagros y explicaciones sobrenaturales, es decir, eludió todo lo que percibía como “contrario a la razón”. De hecho, su idiosincrásico evangelio concluye con el entierro de Cristo, pero omite su resurrección.
Por cierto, de esta Biblia tan particular no se supo nada durante un tiempo. Originalmente, Jefferson le había legado el libro a su hija Martha, y posteriormente se reveló su existencia al público (actualmente en poder del Museo Smithsonian). En 1904, por ley del Congreso, se imprimió su versión de la Escritura, considerada por muchos como un tesoro nacional.
Hasta la década de 1950, cuando se agotó el suministro de 9.000 copias, cada senador recién electo recibió una Biblia de Jefferson el día en que el legislador prestaba juramento. [Wikipedia]