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El increíble plan nazi para arrasar ciudades con un espejo espacial que concentraba los rayos del sol

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Es posible que George Lucas se fijara en la Segunda Guerra Mundial para desarrollar esa increíble Estrella de la Muerte capaz de absorber tanto poder como para hacer desaparecer planetas enteros. Visto así, es posible también que Darth Vader tenga más de Hitler de lo que ya pensábamos. Así era la estrella de la muerte que pretendían los nazis.

Cuando Alemania se rindió en mayo de 1945, los científicos de Hillersleben, una ciudad alemana que había sido el hogar de varios centros de investigación nazi, se vieron obligados a abandonar una serie de innovaciones que provocaron el fin en diversas etapas antes de su finalización.

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Hillersleben fue durante mucho tiempo una gran instalación en expansión situada en las colinas boscosas, un espacio donde un contingente de más de 100 ingenieros y físicos desarrollaron y evaluaron todo tipo de armas experimentales, un número sustancial de las cuales fueron finalmente adoptadas por la maquinaria de guerra nazi.

Tras la rendición, muchas cosas previamente desconocidas se descubrieron. Entre los proyectos se encontraba un proyectil de artillería asistida por cohetes que tenía un 50% más de alcance que la artillería estándar, un mortero de 600 mm que disparaba proyectiles autopropulsados ​​de una tonelada hasta 5 kilómetros, un tanque Tiger modificado que podía disparar cohetes pesados de hasta seis kilómetros, o un proyectil parecido a una cadena formado por cohetes pequeños enlazados con un alcance de hasta 120 kilómetros.

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Sin embargo, las ambiciones más siniestras de los genios militares estaban puestas en su gigantesco Sonnengewehr, o el denominado proyecto “Sun Gun”, en esencia un arma orbital que pretendía imponer el peor de los castigos a los enemigos del Tercer Reich, estableciendo así un dominio “galáctico” sobre sus “inferiores” en la Tierra.

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Este modelo en particular se convirtió en conocimiento común después de aparecer en un número de la revista Life de 1945.

En realidad, el proyecto se basó en un diseño concebido originalmente por Hermann Oberth, físico y uno de los padres fundadores de la cohetería y la astronáutica. En su libro de 1929 “Ways to Spaceflight”, Oberth presentó una descripción científica de una hipotética estación espacial tripulada en órbita a una altitud de mil kilómetros.

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Allí detalló los posibles métodos de construcción utilizando secciones prefabricadas, describió un ciclo de rotación para producir la gravedad centrífuga dentro de la estación y describió un sistema para misiones de reabastecimiento periódico.

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El físico abogó por el desarrollo de estas estaciones para servir como observatorios astronómicos y retransmisiones telegráficas, además de actividades de observación de la Tierra como meteorología, búsqueda y rescate e inteligencia militar.

Ocurre que lo que interesó a los científicos nazis fue su sugerencia de que un espejo cóncavo de 100 metros de ancho especialmente diseñado podría usarse para reflejar la luz solar en un punto concentrado de la Tierra. Ah, y con una salvedad: mientras que el diseño de Oberth tenía intenciones pacíficas, de utilizar el calor intenso para producir electricidad con turbinas de vapor, los nazis imaginaron un rayo de calor colosal que podría derrotar a la humanidad.

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Sun Gun

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De esta forma, los físicos de Hillersleben expandieron el concepto de espejo espacial. Sus cálculos indicaron un espejo parabólico de al menos tres kilómetros cuadrados para lograr el poder destructivo deseado, unas 100.000 veces más grande que el mítico rayo de la muerte de Arquímedes, y una órbita ideal de más de 8 mil kilómetros.

Tras considerar varios materiales, se decidieron por el sodio metálico, un elemento que es relativamente abundante entre los compuestos naturales. Para colocar en órbita las piezas prefabricadas, los ingenieros planearon emplear una versión reforzada del cohete V-2 que Alemania había estado utilizando.

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Dentro de la sala de estar de la estación, la electricidad llegaría por dinamos especiales impulsados ​​por vapor que utilizarían el calor de la radiación solar bruta. Los astronautas nazis llevarían zapatos magnéticos para adaptarse al trabajo en la ingravidez, y su oxígeno se repondría constantemente por invernaderos a bordo llenos de plantas de calabaza sedientas de CO2.

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En cuanto a cómo funcionaría el “día a día” en la estación de la Sun Gun, los papeles también mostraron que la tripulación recibiría órdenes codificadas a través de radio o telégrafo inalámbrico, al tiempo que vigilaban a los enemigos del Reich. Cuando se les ordenara atacar un objetivo terrestre, la tripulación activaría una red de propulsores de cohetes para rotar el enorme reflector en una orientación cuidadosamente calculada.

Una vez en posición, la curvatura del espejo convergería los poderosos rayos del sol en un punto focal en la superficie de la Tierra, vertiendo una columna de radiación solar bruta y súper concentrada sobre el objetivo. Hipotéticamente, este rayo tendría el suficiente calor como para quemar campos y ciudades enteras.

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Y hasta aquí. La historia final ya la conocemos, y el proyecto se estancó a medida que la inminente victoria aliada se hacía cada vez más evidente.

Por cierto, muchos de los científicos alemanes de cohetes, incluidos Oberth o Wernher von Braun, finalmente optaron por poner a la ciencia por encima de cualquier patriotismo y se mudaron a Estados Unidos para continuar su investigación.

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PD: para aquellos que se lo preguntan, los reflectores espaciales no son ciencia ficción y, de hecho, funcionan, tal y como descubrió la Unión Soviética en la década de 1990 cuando lanzaron uno para llevar luz a Siberia. Un espejo espacial llamado Znamya emitió alrededor de una luna llena de luz a través de 5 kilómetros de diámetro a la superficie de la tierra. [Wikipedia, Popular Mechanics, Futurism, LIFE]