Varios periodistas, famosos y críticos de arte se dan cita en una misma galería en 1964. Expone el enigmático artista Pierre Brassau, del que todo son alabanzas. Los críticos se vuelven locos y hablan de la “delicadeza de una bailarina en sus pinceladas”. Ocurre que Brassau no era Brassau, era un mono.
No descubrimos nada si decimos que el mundo del arte siempre estará en boca de todos, para lo bueno y para lo malo, para la crítica y para la alabanza. Ocurre también que muchas veces a uno le queda la sensación de que el arte, o eso que llaman arte, es una tomadura de pelo. Claro, hay que contextualizar y sobre todo “saber” para poder criticar una obra. Así que parto de la base de que soy un ignorante en según qué situaciones para entender lo que tengo delante. Es la misma fórmula que aplicamos para disfrutar de esa obra, pero ¿y valorarla?
Supongo que en esa misma tesitura se debe encontrar mucha gente. Y quizá también por esta razón lo ocurrido en la década de los 60 no hace más que arrojar piedras, no sobre el propio concepto del arte (del que evidentemente no se puede generalizar y es subjetivo), sino más bien de lo que lo rodea, de esa burbuja que se da en ocasiones y que con la historia del “gran” Pierre Brassau le saca los colores.
Pierre Brassau, el Banksy de los 60
Ocurría el mes de febrero de 1964. Se presentaban cuatro pinturas de un artista previamente desconocido presentado al público como parte de la avant-garde francesa en una galería de Gotemburgo (Suecia). Una muestra en la que también se incluían otras obras de artistas emergentes de Italia, Inglaterra o Dinamarca.
Pero ese día sólo habían miradas para la obra del enigmático artista bajo el nombre de Pierre Brassau. Todo aquel que pasó por la muestra quedó embelesado contemplando las creaciones del artista: críticos de arte, periodistas, estudiantes de arte... El elogio fue unánime y al día siguiente saldría en primera plana de las revistas especializadas y periódicos de gran tirada como el diario Expresen. El reconocido crítico Rolf Anderberg relataba de la siguiente forma su paso por la galería:
Mientras que la mayoría de piezas eran “pesadas”, la obra de Brassau no. Pierre Brassau pinta con trazos potentes bajo una determinación muy clara. Sus pinceladas se tuercen con una meticulosidad furiosa. Pierre es un artista cuyas piezas se llevan a cabo con la delicadeza de una bailarina de ballet…
Para ser honestos con la historia, sí que hubo un crítico, un solo hombre, que criticó con dureza la obra del pintor. En su exposición venía a tirar por tierra el trabajo de Brassau comparando la obra en los siguientes términos: “Sólo un mono podría haber hecho esto”.
Lo que este crítico de una revista sueca no sabía era que estaba en lo cierto. Brassau era un chimpacé. Y su nombre no era Pierre, se llamaba Peter.
Peter, el mono que tomó el pelo al mundo del arte
Al poco tiempo salió a la luz la realidad y la verdadera identidad del artista que pintaba con delicadeza y cuyos trazos mostraban una gran determinación. Todo fue una gran broma e invención de Ake Axelsson, un periodista del diario local Goteborgs-Tidningen.
Al hombre se le había ocurrido la idea de exhibir el trabajo de un mono en una muestra de arte con el único fin de poner a prueba a los críticos. Axelsson contaría más tarde que se hizo la siguiente pregunta, ¿serían capaces de distinguir entre arte moderno y el arte de un mono?
Para llevar a cabo su plan acudió al zoo Boras de Suecia donde se encontraba el chimpancé Peter, un mono africano de cuatro años. Axelsson convenció al cuidador de Peter para pasarle pincel y pinturas al óleo y que este desarrollara su “técnica”. El periodista comentaba que al principio Peter se tragó algunas pinturas (especialmente el azul cobalto), pero con el tiempo comenzó a dibujar en los lienzos lo que Axelsson describiría como “manchas”. Arte de un mono donde destacaría ese azul cobalto que tanto le había gustado desde el principio.
Axelsson destacaba también cómo el mono tenía momentos de gran “creatividad”. Pasaba cuando Peter tenía un racimo de plátanos en la otra mano. Por tanto la comida de alguna forma aumentaba su nivel de inspiración. Tras varias “creaciones”, el periodista contaba con una serie de pinturas de las que acabó eligiendo cuatro, aquellas que consideró más “artísticas”.
Tras la elección acudió a la galería y aceptaron el reto. Al revelar días más tarde la verdadera identidad de Pierre Brassau, el afamado crítico Rolf Anderberg que había alabado el trabajo anteriormente se mantuvo en su idea. Anderberg insistió en que la obra de Pierre (o Peter el mono) “seguía siendo el mejor cuadro en la exposición”. No sólo eso. Durante la exposición y antes de revelar la gran broma, uno de los cuadros de Peter se llegó a vender al coleccionista privado Bertil Eklöt por alrededor de 90 dólares de la época (unos 500 dólares hoy).
Así fue como la fugaz estrella del avant-garde francés, el mono africano Peter, volvía a su rutinaria vida en el zoo sin saber que durante unos días se había convertido en un gran artista. Axelsson había acabado su experimento con una gran bofetada al mundo del arte. Y es que, quien sabe, quizá Banksy no sea Banksy.
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