-Cuenta atrás para los 2G- grita el copiloto por encima del ruido de los motores. Permaneces sentado, sin saber muy bien qué esperar. De repente, sientes como si una fuerza invisible te aplastara contra el suelo. Al segundo siguiente, tu estómago da un vuelco bestial y te encuentras flotando en el aire. Bienvenido a los vuelos de microgravedad, una de las experiencias físicas más extremas que puedes llegar a vivir sin salir al espacio.
Como ya adelantó con mucha precisión el físico inglés Henry Cavendish en 1798, la Tierra pesa 5.975 trillones de toneladas. Esa descomunal masa genera una fuerza de atracción a la que conocemos vulgarmente como gravedad. Nada en el planeta escapa a ella, pero el ser humano ha descubierto trucos para “saltársela” de vez en cuando. Uno de esos trucos son los vuelos de gravedad cero
El término gravedad cero no es del todo correcto porque ni siquiera en la Estación Espacial Internacional escapan por completo a la gravedad terrestre. Para experimentar una ingravidez absoluta tendríamos que viajar al espacio y llegar a un punto a una distancia infinita de cualquier planeta u objeto que pueda generar gravedad. Sin salir al espacio son más correctos los términos vuelos de microgravedad o vuelos de gravedad reducida.
Un poco de historia
El efecto de microgravedad durante la caída libre se conoce desde los comienzos de la aviación, pero no comenzó a practicarse de manera habitual hasta la llegada de la carrera espacial. En 1959 la NASA comenzó un programa pautado de vuelos de microgravedad como parte del entrenamiento de los astronautas para el programa espacial Mercury. Los astronautas de la agencia hacían us pruebas a bordo de un C-131 Samaritan al que pronto apodaron The Vomit Comet. Hasta 2004, se utilizaba un KC-135 Stratotankers que también sirvió en el rodaje de varias escenas de microgravedad para películas como Apolo XII.
En 2014, la NASA canceló el programa de vuelos en gravedad reducida y externalizó esos servicios a la compañía Zero Gravity Corporation, que es la que actualmente opera desde Cabo Cañaveral con un Boeing 727-200. La Agencia Espacial Europea emplea un Airbus A300, y la rusa un Ilyushin Il-76.
A día de hoy es perfectamente posible contratar un paquete turístico que incluya una de estas experiencias, pero dista mucho de ser barato. Su precio oscila entre los 2.500 y los 5.000 dólares o euros. Además de despegar desde Cabo Cañaveral, hay vuelos de este tipo que salen desde Burdeos (Francia), Suiza o Rusia, entre otros lugares.
En qué consisten
En esencia, consiste en poner un avión en vuelo parabólico extremo. En primer lugar, se alcanza una altura mínima de operación que varía entre los 3.000 y los 6.000 metros según el tipo de avión. A continuación, el piloto pone los motores a toda potencia y eleva la aeronave en un ángulo de 45 a 47 grados. La subida es tan brusca que multiplica por dos la fuerza de la gravedad.
Una vez alcanzada la altura conveniente, el piloto reduce la velocidad del motor e inicia una maniobra descendente en un ángulo equivalente. Durante unos segundos, todo lo que hay dentro del avión experimenta un efecto de ingravidez debido a la velocidad de bajada. Su duración exacta depende del tipo de avión. Una vez alcanzada la altura de seguridad, el piloto equilibra la aeronave y se prepara para describir una nueva parábola.
Dos aviones, dos experiencias
Hoy en día pueden contratarse dos tipos de experiencia de vuelo parabólico. La primera es a bordo de un avión bimotor pequeño con el interior modificado para este tipo de acrobacias. La segunda es en aviones comerciales de tamaño medio como el Boeing 727-200, el Airbus A300, o el Ilyushin Il-76 ruso (el avión en el que el grupo musical Ok Go grabó su vídeo musical en microgravedad). Ambas experiencias son muy diferentes y tienen sus ventajas y sus inconvenientes.
Aviones pequeños:
- Suelen tener sólo dos plazas, por lo que no sirven si lo que quieres es realizar la experiencia en grupo.
- Contratar uno es mucho más asequible (alrededor de 3.000 dólares) y puedes programar el despegue con más libertad.
- Hay mucho menos espacio en cabina para disfrutar de la ingravidez.
- Realiza menos parábolas (de 10 a 12 dependiendo del combustible), y son mucho más breves (Entre 8 y 10 segundos). Cada “caída” es de unos mil metros.
- Si uno de los pasajeros se siente indispuesto, es posible descansar un poco o cancelar la experiencia y volver a tierra.
Aviones grandes:
- Tienen una capacidad de hasta 25 plazas. Lo más probable es que tengas que compartir la experiencia con desconocidos.
- Es la opción más cara (alrededor de 5.000 dólares).
- El espacio en cabina es mucho mayor. Permite flotar con más libertad.
- Realiza más parábolas (unas 15) y cada una dura mucho más tiempo (entre 20 y 30 segundos). Cada “caída” es de unos 2.000 a 2.500 metros.
- Si la experiencia te hace sentir mal tan solo puedes regresar a la zona de asientos, ponerte el cinturón y rezar para que pase rápido mientras los demás disfrutan.
La experiencia de volar en microgravedad
El astronauta de origen español Miguel López Alegría explica que el negro puro es un color que, en la naturaleza, solo ha visto a bordo de la ISS. Para celebrar el lanzamiento de sus televisores OLED y su capacidad para mostrar tonos negros, LG nos invitó a una visita a Cabo Cañaveral que incluía un vuelo parabólico.
Nuestra primera experiencia en este tipo de vuelos ha sido a bordo de un Rockwell Commander 710, un pequeño avión privado de dos motores cuyo vuelo inaugural tuvo lugar en 1974. El avión es propiedad de la compañía Aurora Aerospace, que también lo utiliza para entrenamiento de pilotos y certificaciones médicas de vuelo.
El interior del avión se ha vaciado completamente salvo por los asientos de los pilotos y dos asientos para pasajeros que despegan de espaldas. Toda la cabina es diáfana para que se pueda flotar libremente durante los períodos de microgravedad. No obstante, el espacio disponible es limitado en comparación con el de un Boeing 727. La altura del techo al suelo es de aproximadamente 150cm.
No hacen falta requisitos especiales para volar en microgravedad, aunque se trata de una experiencia bastante intensa para el organismo y probablemente no sea recomendable para personas con problemas cardíacos, respiratorios, de tensión arterial o de ansiedad. Antes de despegar nos recomiendan ponernos un parche contra el mareo. “En mi experiencia, el 50% de los pasajeros acaba vomitando. El parche hace que las probabilidades sean menores” nos explica el doctor Howard “Chip” Chipman, oficial médico y jefe de pilotos de Aurora Aerospace.
Nosotros tuvimos suerte, pero a juzgar por los vuelos parabólicos que se realizaron ese día, el dato es completamente cierto. Recomiendan desayunar muy ligero ese día, y beber pocos líquidos. En el avión llevan bolsas herméticas en caso necesario.
El despegue del avión es suave y tarda unos 15 minutos en alcanzar los 3.000 metros de altura, que es el punto de partida para los vuelos parabólicos. En ese momento, el asistente de vuelo te pide que te descalces y te sientes en el suelo de la parte posterior del avión.
Comienza la primera subida, y con ella unos segundos de hipergravedad que oscilan entre 1,8 y 2 veces la terrestre. Puede parecer poco, pero es una experiencia demoledora para el organismo. La sangre fluye de golpe hacia las piernas y es mejor estar sentado o tumbado para no marearse. Los brazos pesan tanto que no eres capaz de levantarlos, y los órganos internos se comprimen hasta el punto de que se hace difícil respirar. Habiendo experimentado esta sensación, no imagino lo que debe ser ir en un cohete espacial a velocidades equivalentes a 4G. Según el doctor Chipman, el ser humano es capaz de soportar hasta 7G, a partir de ahí se pierde el conocimiento.
De repente, la hipergravedad da paso al estado completamente opuesto. El estómago da un vuelco y notas una sensación de caída como la que se siente al sufrir turbulencias en un avión o caer en una montaña rusa. Aprietas los dientes. La buena noticia es que ya esperas tener esa sensación, así que no es tan desagradable como en un avión de pasajeros convencional.
Las dos primeras parábolas son una prueba para evaluar cómo reaccionan los pasajeros a la microgravedad. De hecho, no se flota por completo. La primera parábola se realiza a 1/3 de la gravedad terrestre, que es similar a la gravedad marciana. La segunda parábola es a 1/6 de la gravedad terrestre, que se corresponde con la de la superficie lunar.
A las dos parábolas de prueba le siguen otras 10 que ya si anulan completamente la gravedad terrestre. La hipergravedad en cada una de ellas da paso a 10 segundos en los que, literalmente, caes suavemente hacia arriba y quedas flotando en la cabina junto a todos los objetos que no estén sujetos a algo. La sensación es difícil de describir y no se parece ni siquiera a flotar en una piscina. Te falta tiempo para disfrutar de todo lo que te gustaría probar en el aire.
12 saltos más tarde, el Rockwell Commander 710 emprende el viaje de vuelta hacia el aeródromo St Petersburg/Clearwater. Tocas tierra empapado en sudor, con temblores en las piernas y el corazón completamente acelerado. El resto de la jornada lo pasas descansando. Si no eres de los que hacen ejercicio regularmente, prepárate a sufrir durante varios días agujetas en músculos que no sabías que tenías. Aunque tu cerebro sabe que estás a salvo en manos del personal de vuelo, tu cuerpo no puede evitar ponerse completamente en tensión.
¿Merece la pena? Sin duda ¿Repetiría? Probablemente no. El siguiente objetivo es probar el vuelo parabólico en un avión más grande, pero siempre volviendo a Tierra. La experiencia de estar unos segundos desafiando la gravedad te lleva a la conclusión de que astronautas como Scott Kelly, que ha pasado un año viviendo así, están hechos de una pasta especial. La misma pasta de la que se fabrican las leyendas.
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