Esas casitas tan pequeñas que parecen sacadas de un cuento infantil, o de la sección de casetas para perros, se llaman tiny houses. No sólo son un fenómeno en Instagram, hay gente que vive en ellas. Al menos mientras puede soportarlo, porque parece que podría no ser lo mejor para una buena salud mental.
El fenómeno lleva años pisando fuerte en Estados Unidos. En Europa y Latinoamérica se están empezando a hacer populares más allá de Internet, haciendo despegar poco a poco un mercado emergente.
Por ejemplo, la casa que precede a estas líneas es la nueva vivienda de Muji. Se define a sí misma como “pequeña pero espaciosa, lo suficientemente espaciosa como para que 3 o 4 personas se relajen”. Toda una contradicción de tan solo nueve metros cuadrados que se vende a 25 mil euros al cambio.
Para ser justos, esta es de las tiny house más pequeñas que hemos encontrado. No tiene baño, ni cocina, ni armarios, no es muy difícil encontrar casetas o tiendas de campaña más grandes. Pero lo “normal” ronda entre los 20 y 40m2 aprovechados al máximo —deben poder aparcarse en una plaza normal—, con toda clase de artimañas para esconder un hueco de espacio en el rincón más insospechado.
Precisamente esas formas tan inteligentes de aprovechar el espacio es lo que las hace cuasi hipnóticas de ver. Así, hipnotizados por su belleza, tal vez engañados por la imagen idílica que les ofreció Internet, cada vez hay más personas se están uniendo a este movimiento.
Como es vivir en una minicasa
Sus habitantes son amantes de la libertad que provee la vida nómada con la casa a cuestas, prefieren los materiales reciclados y la vida al mínimo por cuestiones ambientales o tienen razones financieras puesto que vivir en microcasas es en general más barato. O todo lo anterior.
Pero a la hora de la verdad, lo que los distingue es ser alguien con pocos objetos, evidentemente. Además, y por poco que tengan, sus días asemejan a jugar al Tetris las 24 horas. Las camas se retraen o se encuentran a la altura del techo, los escalones en su parte baja hacen las veces de armarios, los sofás se extienden para crear mesas o se hacen altillos a mayor altura para crear otra habitación. Las más “inteligentes” pueden hacer todo esto con brazos mecánicos eléctricos.
Normalmente cada casa es única, a veces hasta a medida, así que las disposiciones y necesidades varían de dueño a dueño. Pero como el espacio es extremadamente limitado y modular, no puedes estar en la cama y en el salón a la vez, o tener la escalera del segundo piso y pasar al baño al mismo tiempo.
Sobre suministros, depende. En los extremos las hay sin baño y sin luz; y las hay totalmente equipadas y fijas en un camping preparado para ello. Pero la mayoría de las autónomas con todos los servicios funcionan con baterías y gas propano, con la opción de enchufarse, como pasa con las autocaravanas.
En cuanto al agua, se llena un depósito integrado. Los desechos se guardan en bolsas biodegradables si la casa se transporta. Similar a lo que ocurre en los baños portátiles. Las que tienen la suerte de estar en lugares donde los baños y saunas públicos son comunes, como Japón, simplemente carecen de saneamiento.
Los orígenes de estas pequeñas casas
Uno de los pioneros fue Jay Shafer. En 1997 construyó su primera microcasa de poco más de ocho metros cuadrados. Aunque parecía un loco al que nadie iba a seguir, habría sido lo normal, la popularidad aumentó tras el huracán Katrina, cuando la gente empezó a crear viviendas de emergencia. También la crisis económica global del 2007 que afectó principalmente el sector inmobiliario ayudó a que las personas se interesaran por cómo tener viviendas más baratas, acelerando la expansión.
Es posible encontrar unos orígenes paralelos en Japón, país que posee una densidad demográfica de 339 personas y media por kilómetro cuadrado. En la década de los noventa surgieron las kyoshojutaku (microcasas), debido al alto precio de las viviendas en las grandes metrópolis. Hoy resultan un atractivo turístico muy llamativo. No son iguales pues constituyen más bien edificios, no casas individuales, y no se transportan, pero es bastante probable que sirvieran de inspiración a Shafer.
Al otro lado del charco también llegaron las tiny house. A unos minutos de Puerto Escondido, en México, hay una que puedes rentar por medio de Airbnb, por ejemplo.
Su dueño es Claudio Sodi y dice que hizo la casa tomando como inspiración el ensayo de Henry David Thoreau: Walden. Esta es una obra autobiográfica, publicada en 1854, de cuando Thoreau decidió hacerse por sí mismo una cabaña aislada en la laguna Walden y vivir literalmente de la tierra: sin trabajar, comprar o pagar impuestos, pues Thoreau no creía en la utilidad de la propiedad privada ni en la acumulación de nada que no fuera absolutamente vital para sobrevivir.
Tu propia tiny house
En España puedes conseguir que te hagan una si por alguna razón la quieres. De hecho, preguntando a una empresa de construcción cuánta gente encarga o se interesa por casas los números son interesantes: “Si es cierto que hay un interés cada vez más elevado”, dice para Gizmodo en Español Daniel Corbí Sánchez, CEO de Microcasas. “El número de personas que nos pueden contactar supera las 30 al mes, para una pequeña empresa como nosotros es un número grande”.
Corbí afirma es más común una ampliación de una vivienda auxiliar o espacios modulares profesionales. “Por ejemplo, hicimos una para un músico que necesitaba de un espacio para grabar y componer; o una familia en Collado Villalba que quería ampliar su casa” pero que también existe gente que las quiere para vivir en movimiento: “Está el caso de una pareja que quería colocar una casita en una pequeña parcela, la cual iban a alquilar no comprar, porque estas viviendas se pueden mover”.
Al ser preguntado por la vivienda más pequeña que le han encargado: “Una de unos 10 metros cuadrados. De hecho, el cliente quería ubicar mucho contenido dentro, un baño, una cocina… a lo cual le respondimos que con 10 metros cuadrados muy poco podría hacer. No da para más que una habitación y si acaso una cocinita tipo Ikea”.
Los insatisfechos de los que nadie habla
En Estados Unidos hay muchos residentes y muchos ya no residentes. Resulta cuanto menos curiosa la gran cantidad de personas absoluta y rotundamente felices con sus microcasas, frente a los que piensan todo lo contrario. La falta de datos sobre el fracaso de vivir en estas casas podría estar conduciendo a una falsa sensación de eficacia. No es así, no todos están contentos.
Por ejemplo, para Carrie y Shane Caverly su historia es de fracaso. Este matrimonio creó un blog al rededor del proyecto de construcción de la minicasa de sus sueños, y la hicieron con sus propias manos. A causa de ello fueron invitados a programas de televisión y entrevistados en artículos. La felicidad duró sólo 18 meses, después decidieron que era demasiado pequeño y se trasladaron a un apartamento.
“Decidimos diseñar y construir nuestra pequeña casa en febrero de 2012 como un paso hacia la libertad financiera. Parecía ser la única manera de ahorrar suficiente dinero para entrar en una casa normal sin una hipoteca. Pero sí, decidimos que nuestra pequeña casa era sin duda demasiado pequeña para dos. Se vuelve irritante golpearte los codos en las paredes o la cabeza en el techo. O quitar cuatro ‘muebles’ de la zona cada vez que deseas hacerte una tostada o comer la cena. Sufrí sentimientos de pobreza, escasez, inestabilidad, claustrofobia y falta de espacio personal. Vivir en minúsculo es una cuestión de si la propiedad y la movilidad superan para ti todas las demás necesidades”— Carrie Caverly.
Por su parte la de Collin y Joanna Gibson tenía 130 pies cuadrados —unos 40 metros cuadrados— que la hacen una minicasa no tan mini para el estándar, pero aún llamativa a la vista. Pasaron un año construyéndola y fue diseñada por ellos mismos pues Collin es diseñador.
Todo fue perfecto, exceptuando el desorden que a Joanna le parece “100 veces peor en un sitio tan pequeño” hasta seis meses después de la mudanza. Joanna se enteró de que estaba embarazada y necesitaron mudarse tras poner la casa en venta en un blog.
“Apenas nos estábamos acabando de acomodar cuando me quedé embarazada y tuvimos que abandonar la aventura. No llegué a saber del todo cómo me sentía en la casa. Lo cual no se decir si fue buena o mala suerte” —Joanna Gibson.
Por último tenemos el caso de Melanie Sorrentino y su marido Mark. Habitaron en ella por un año, en Eureka Springs, Carroll, Arkansas. Principalmente lo hicieron para ahorrar dinero, y todo el tiempo sobrevivieron al mas extremo estilo rústico porque su casa carecía de fontanería: “Vivimos allí durante un año. Nos trasladamos un par de estados lejos para comprar la tierra y poner la casa. Evité hablar de nuestra situación, no sólo por si nuestra pequeña casa era extraña para los demás, sino porque no teníamos ni fontanería. No esperaba que nadie lo entendiera”.
A medida que pasaba el año, la sensación de ‘estamos pasando una transición a algo mejor’ estando aquí, comenzó a hundirse. No había nada mágico. La vida era todavía la vida y los beneficios de no pagar el alquiler ponderaban con las limitaciones de vivir en una casa tan pequeña”.
Melanie insiste que ella no lo pasó tan mal con el asunto de los objetos porque no era una persona muy materialista pero que sí se sentía agobiada de alguna forma. “No me gusta gastar mi dinero en cosas y no disfruto de poseer. Pensarías que como no me gusta comprar soy una candidata perfecta para la vida minúscula, pero el espacio limitado realmente comenzó a cerrar mi espacio mental”.
Ahora viven en Texas y ambos tienen trabajos autónomos, además de llevar un canal de YouTube sobre cocina de razonable éxito. “Después de vender nuestra tiny house y el terreno nos mudamos a un apartamento en Texas. Estamos más liberados ahora aunque pagamos alquiler. Somos trabajadores por cuenta propia, pero nunca podríamos haber creado la vida que tenemos ahora si todavía estuviéramos atrapados en 150 pies cuadrados”.
Los se van tienen razón
Una buena parte de los usuarios contactados por Gizmodo en Español afirman que estaban más tristes cuando vivían así y que la falta de espacio personal les molestaba, y lo cierto es que existe documentación que asegura que vivir en espacios pequeños puede causar problemas psicológicos.
Angélica León Ruiz, psicóloga y experta en técnicas para el control del estrés, afirma a Gizmodo en Español que “que existen diferencias individuales entre lo que cada persona siente, piensa o actúa viviendo en una tiny house”, lo que puede explicar por qué los sentimientos iban desde la ansiedad ocasional hasta la claustrofobia. Por su parte, Yolanda Cuevas Ayneto, también psicóloga, advierte que “la calidad de vida de las personas disminuye si viven en casas con espacios muy reducidos”. Se necesita un ambiente físico y psicológico determinado para potenciar el bienestar y estos entornos sin espacio no lo garantizan. Asegura: “Vivir en espacios tan reducidos afecta a la salud y en poco tiempo”.
Además, parece que lo importante no es soportar una carga más o menos pesada sino el tiempo que la soportas. En el promedio de un año o dos años habitando en microcasas están los más descontentos. Fue demasiada “aventura” para ellos, pero en general los que llevaban sólo unos meses o acababan de construirla, aún estaban emocionados. Muy emocionados, de hecho.
He ahí el razonamiento de los extremos opuestos de la moneda. No hablamos de vivir en una cabaña sin nada unos pocos días, lo cual probablemente pueda llegar a ser relajante, sino pasar años y años desmontando la cama cada mañana, teniendo que mantener las posesiones al mínimo, luchando contra el desorden y chocando con todo. La magia del reto probablemente de paso a la monotonía, desmontar muebles ya no será tan divertido, no cabrá ni un objeto más y ahí llega el momento de lidiar con ello: recorrer 9 metros cuadrados en unos 15 pasos entre obstáculos es demasiado poco.
Simplificar generalmente es bueno, pero también hay que saber encontrar el equilibrio de lo esencial. Los extremos no sientan bien, ni siquiera cuando son tan pequeños.