Para que puedas estar leyendo este primer párrafo desde cualquier rincón del planeta bajo una conexión inalámbrica, una mujer, hace muchos años, pasó por mil y una aventuras. La chica del desnudo, del orgasmo ante las cámaras, de la huida de los nazis y del primer sistema precursor de las conexiones inalámbricas. Claro que para entonces ya no se llamaba Maria, para entonces era Hedy Lamarr.
Considerada también por el cliché de Hollywood como la mujer más bella de la historia del cine, con Lamarr tenemos por encima de todo la historia de una inteligencia superior, una adelantada a su tiempo que tuvo que luchar por hacerse un hueco en el mundo y que terminó haciéndole ella un hueco al propio mundo.
Maria antes de Lamarr
Hedwing Eva Maria Kiesler, ese fue el verdadero nombre de nuestra protagonista. Nacida en 1914 en Viena, Kiesler venía de una familia judía. Su padre fue un director de banco de éxito y su madre era pianista nacida en Budapest.
Su historia comenzaría desde muy temprano. A finales de 1920 Kiesler fue descubierta por el productor Max Reinhardt, quién vio en la pequeña madera de actriz y convenció a los padres para llevarla a Berlín. Allí se formaría en teatro durante varios años para más tarde regresar a Viena y comenzar su carrera como actriz en la industria del cine.
A comienzos de 1933 y con tan sólo 18 años actuaría en una película que la acompañó el resto de su vida. Se trataba de Ecstasy, de Gustav Machaty, filmada en Praga. Kiesler tenía el papel de una joven esposa casada con un hombre mayor que no le hacía caso, un guión que trataba la infidelidad de la mujer, aunque lo que de verdad quedaría para el recuerdo en la película checa es la imagen de la joven corriendo desnuda por el bosque o ese primer plano de Kiesler durante un orgasmo.
En el contexto de la época esto era un gran escándalo. Al parecer Machaty le había prometido a la joven actriz que la cámara le filmaría desde lo alto de una montaña sin mostrar nada, cosa que evidentemente no pasó. El hombre obvió contarle a la actriz que existía el teleobjetivo. Tras su polémico estreno la película tuvo un amplio rechazo de la sociedad y fue condenada por la Iglesia y el Papa Pío XI, sobre todo por esa escena mostrando el orgasmo femenino.
Pero esto no fue lo peor para la joven Kiesler. La película llegó a manos de Friedrich Mandl, un rico empresario (el tercero más rico de Austria por aquellas fechas) y proveedor de armas militares a, entre otros, sus cercanos Hitler o Mussolini. Mandl se obsesionó de tal manera con la actriz que presionó a los padres de Kiesler para convencerla de que debía casarse con él. Y Kiesler acaba casándose con Mandl.
El empresario era un tipo posesivo y tremendamente celoso, además, odiaba la escena del orgasmo. Este último detalle lo llevó a intentar la titánica tarea de eliminar todas las copias de la película en la que salía su mujer, tarea que obviamente no consiguió. De hecho, en su posterior biografía Ecstasy and Me, Lamarr describe a Mandl como un hombre controlador. Tal es así que tras casarse con él, el empresario la quiere bajo control absoluto impidiéndole continuar con su carrera como actriz y manteniéndola encerrada en su castillo.
Fue una época donde la joven estaba confinada en la casa de ambos, siendo las fiestas y eventos sociales en conjunto los únicos actos en los que Mandl dejaba salir a su esposa. Allí, entre fiestas y asiduos de los gobiernos fascistas de Italia y nazi de Alemania, Kiesler contaría en su biografía que tanto Mussolini como Hitler habían asistido a las grandes galas organizadas en la casa de Mandl.
A su vez Kiesler comenzaba a descubrir un incipiente interés por las tecnologías, sobre todo a raíz de las esporádicas salidas con su marido para acudir a reuniones con científicos y otros profesionales involucrados en la tecnología militar. Eran conferencias que le sirvieron de introducción al campo de la ciencia aplicada, información que nutrían su talento innato y le aportaban conocimiento sobre la tecnología armamentística de la época. La joven también aprovechaba esta información para reforzar sus estudios de ingeniería en el cautiverio que se había convertido su propia casa.
Sea como fuere, para Kiesler el paso de los años hizo insoportable su matrimonio. En este punto existen varias versiones. Unas apuntan a que ella decidió separarse de él y se fue del país. La segunda, más divulgada y narrada por ella misma (y ciertamente más creíble por la personalidad de su marido), cuenta el relato de cómo Kiesler huyó una noche de 1937 a París durante una cena llevándose consigo todas las joyas que le había regalado Mandl.
En París tiene un golpe de suerte al conocer a Louis B. Mayer, empresario de la Metro Goldwyn Mayer, quién estaba en la ciudad buscando nuevos talentos europeos para llevárselos a Estados Unidos. Mayer quedó prendado de la joven y se la lleva a Estados Unidos con un contrato debajo del brazo. A partir de aquí Kiesler deja de ser Kiesler para convertirse en Hedy Lamarr, su nombre artístico.
Hedy Lamarr, la actriz
El nombre escogido fue un homenaje a la estrella de cine mudo Babara La Marr. Al llegar a Hollywood Mayer comienza a mover hilos y es quién la promociona con el apelativo por el que sería mundialmente conocida: la mujer más bella del mundo.
Su debut en el cine americano fue con Algiers en 1938. Mayer esperaba convertirla en la nueva Greta Garbo o Marlene Dietrich y lo cierto es que la primera película catapultó a la actriz aunque desde la perspectiva de su indudable belleza. A partir de ahí sus películas siempre fueron interpretadas por Lamarr encasillada como una mujer seductora y glamorosa de orígenes exóticos. Fue una época donde nuestra protagonista compartió plató y películas con estrellas de la época como Clark Gable o Spencer Tracy.
En total hizo 18 películas desde 1940 hasta 1949. Mientras, se sacó oficialmente el título de ingeniera de Telecomunicaciones, se casó otra vez, tuvo dos hijos y disfrutó de uno de los mayores éxitos de su carrera. Fue en el papel de Dalila en la película Sansón y Dalila (de Cecil B. Demille). A partir de aquí su carrera como actriz entró en declive y aunque seguía apareciendo en los filmes su protagonismo se apagaba. Lamarr era consciente de ello y se aburría, así que decide volver a reinventarse… como inventora dada su pasión y estudios.
Hedy Lamarr, la geek
Los primeros inventos de Lamarr incluirían el diseño de un semáforo de tráfico mejorado y unas tabletas de que se disolvían en agua para crear una bebida carbonatada. La bebida finalmente no tiene éxito, según Lamarr porque sabía un poco a Alka-Seltzer.
Durante la Segunda Guerra Mundial había tomado nota con la idea de ayudar al ejército de Estados Unidos haciendo uso de sus conocimientos. Lamarr conoce al compositor George Antheil y juntos desarrollan un sistema de detección de los torpedos teledirigidos utilizados en la guerra. Se trataba de un diseño basado en un principio musical que trabajaba en 88 frecuencias, las mismas equivalentes a las teclas del piano. El sistema era capaz de hacer saltar señales de transmisión entre las frecuencias del espectro magnético.
Con la ayuda del compositor diseñaron una nueva tecnología del espectro ensanchado por salto de frecuencia que luego patentaron. Tanto Lamarr como Antheil estaban convencidos de que los torpedos controlados por radio podrían ser fácilmente bloqueados. Con el conocimiento adquirido sobre armamento militar de su primer marido y haciendo uso de un procedimiento similar a la forma en la que funcionan las teclas del piano, diseñaron el sistema.
Le concedieron la patente el 11 de agosto de 1942 para más tarde presentarla de forma gratuita a la Marina de los Estados Unidos, estos finalmente la rechazaron, principalmente porque no eran muy receptivos a considerar invenciones procedentes de fuera de los militares, aunque la guardaron y la mantuvieron en secreto hasta pasados varios años.
Resulta que en 1962, en plena crisis con los misiles de Cuba, aparece una versión actualizada del diseño del sistema de Lamarr. Fue la base para el futuro desarrollo de las técnicas de defensa antimisiles y posteriormente como precursora de esa tecnología que hoy todos conocemos y que resultan imprescindibles en nuestro día a día: las comunicaciones inalámbricas con los móviles, el GPS o el imprescindible wifi.
Lamarr moría hace 16 años, el 19 de enero del 2000 a los 85 años de edad por insuficiencia cardíaca. Dos años antes de morir por fin se hacía justicia con su figura. La Electronic Frontier Foundation le concedía el Pioneer Award por su destacada contribución en el desarrollo de las comunicaciones por ordenador, un premio dedicado a aquellas personas creativas cuyos logros en las artes, las ciencias o la invención han contribuido de manera significativa a mejorar nuestra sociedad.