
Mucho antes de la ciudad de Londres oliera tan mal que no había un lugar en la tierra que resultara más asqueroso, sus ciudadanos sufrieron una de las peores plagas que se recuerdan. Fueron 18 meses tan devastadores que emplearon recursos insólitos que quedaron escritos para siempre en los libros de historia.
Pero para entender lo que ocurrió entre 1665 y 1666, hay que remontarse varios siglos en el tiempo. No era la primera vez que Londres y sus alrededores sufrían y experimentaban la propagación de una enfermedad aterradora.
Peste Negra
Una pandemia, la Peste Negra ya había aparecido mucho antes, una epidemia mundial de peste bubónica que afectó a Europa y Asia a mediados de 1300. Dicha plaga apareció en el continente europeo en octubre de 1347, cuando 12 barcos del Mar Negro atracaron en el puerto siciliano de Messina.

Los historiadores relatan que todas las personas reunidas en los muelles se encontraron con una horrible sorpresa: la mayoría de los marineros a bordo de los barcos estaban muertos, y los que aún estaban vivos estaban gravemente enfermos y cubiertos de forúnculos negros donde sobresalía sangre y pus.
¿Qué hizo Sicilia entonces? Las autoridades ordenaron que la flota de “barcos de la muerte” saliera del puerto. Ocurre que ya era demasiado tarde. En los siguientes cinco años, la Peste Negra mataría a más de 20 millones de personas en Europa, casi un tercio de la población del continente por aquel entonces.
Una de las razones por las que la ahora denominada simplemente “peste” fue tan letal, se debe a la poca información que se tenía y a lo poco equipados que estaban los europeos para combatirla. De repente, los ciudadanos vieron una imagen que se reproducía cientos de veces a gran velocidad: la sangre y el pus se filtraban entre inflamaciones extrañas, una escena a la que le seguían otros síntomas: fiebre, escalofríos, vómitos, diarrea, dolores, dolores más terribles, y, finalmente, la muerte. Era tan letal que algunas personas se acostaban a dormir sanas y podían amanecer muertas.

Hoy sabemos lo que en aquella época hubiera salvado millones de vidas. La peste se transmite por un bacilo o bacteria llamada Yersina pestis descubierta por el biólogo francés Alexandre Yersin a finales del siglo XIX. Dicha bacteria viaja de persona a persona neumónicamente, o bien por el aire, así como a través de la picadura de pulgas y ratas infectadas.
Estas plagas se podían encontrar en casi todas partes en la Europa medieval, pero estaban particularmente asentadas a bordo de barcos de todo tipo, razón que explica cómo la plaga mortal se abrió paso a través de una ciudad portuaria europea tras otra.
Así, tras Messina, la Peste Negra se extendió al puerto de Marsella y al puerto de Túnez en el norte de África. Luego llegó a Roma y Florencia, dos ciudades clave, ya que eran el centro de una elaborada red de rutas comerciales. A mediados de 1348, la Peste Negra había golpeado París, Burdeos, Lyon y Londres. La histeria se había implantado en todo el continente y sus habitantes no entendían cómo podían atajarla.

¿Y qué ocurre cuando una población no encuentra soluciones para explicar una enfermedad aterradora? Que la razón deja de forma parte de la ecuación. Los médicos comenzaron a basarse en técnicas poco sofisticadas y más supersticiosas, como la quema de hierbas aromáticas y el baño en agua de rosas o vinagre.
Mientras, con el pánico instalado en cada hogar, las personas sanas hicieron todo lo posible por evitar a los enfermos. Los doctores se negaron a ver pacientes, los sacerdotes se negaron a administrar los últimos ritos, y los comerciantes cerraron sus tiendas. Muchas personas huyeron de las ciudades hacia el campo, pero incluso allí no pudieron escapar de la enfermedad: afectó a las vacas, ovejas, cabras, cerdos y pollos, así como a las personas.
De hecho, murió tanto ganado que una de las consecuencias de la Peste Negra fue la escasez de lana en el continente. Muchas personas, desesperadas por salvarse, incluso abandonaron a sus seres queridos enfermos y abrazaron teorías como el castigo divino, algo así como una retribución por los pecados contra Dios, ya sea a través de la codicia, la blasfemia, la herejía o la fornicación.
La Gran Plaga de Londres

Bajo este escenario podemos entender mejor lo que ocurrió unos siglos después en Londres con la Gran Peste (o gran plaga). Oficialmente mató a 68.595 personas en la city en 1665, aunque la cifra real es probablemente más cercana a 100.000 o una quinta parte de la población de la ciudad, sobre todo teniendo en cuenta que el informe de muertos nunca estuvo al día y que muchos pobres simplemente fueron arrojados a fosas comunes sin que se registraran sus fallecimientos.
¿Cómo comenzó? Hoy sabemos que este brote de peste bubónica no llegó repentinamente en 1665. Durante más de un año, se sabía de informes de una gran cantidad de casos. Los ricos evitaban cada vez más la ciudad y podrían sobrevivir a un brote. Por ejemplo, es conocido que el Rey Carlos II y la corte se retiraron a Oxford para esperar a que todo pasara.
Sin embargo, para los pobres era muy diferente. Escapar de Londres fue más difícil y las condiciones estrechas y sucias en las que muchos vivían alentaron la propagación de la enfermedad. Se suponía que cualquier casa donde se identificara la peste debía permanecer cerrada durante 40 días con la familia en su interior, una cuarentena marcada con una cruz y custodiada a su entrada por vigilantes. El miedo a ser encerrado con los moribundos significó que muchos de los primeros casos de peste se mantuvieron en silencio.

El pico de la epidemia ocurrió una semana de septiembre de 1665, cuando los registros de mortalidad de Londres registraron 7.165 muertes. Fallecían miles de ciudadanos cada siete días. Para entonces, Londres parecía casi desierto durante el día, las muertes aumentaron tanto que se prohibió la recolección de cuerpos hasta que llegara la noche, ya que se temía por la histeria y el pánico de las multitudes si veían la gran cantidad de cadáveres que los conductores de carros transportaban y arrojaban a fosas comunes a la luz del sol.
Esta última idea no fructificó. No había suficientes conductores para semejante tarea en la noche, así que se decidió simplemente apilar los cuerpos en las calles, con cientos de cadáveres amontonados a la vista de cualquiera mientras se iban descomponiendo con el paso del tiempo.
Y como ocurrió con la Peste Negra, lo que multiplicó la histeria de la sociedad era la poca información que se tenía sobre lo que estaba ocurriendo. Nadie sabía como evitar la enfermedad, y la causa real seguía siguiendo un misterio, así que las medidas preventivas que comenzaron a aflorar carecían, como mínimo, de sentido común.

Una de las más populares fue la teoría del “mal aire”, la cual no daba muchas más explicaciones pero sí ponía en el foco de todos los males a la atmósfera que respiraban. ¿Qué hicieron? Las autoridades informaron a los ciudadanos a comenzar hogueras que se debían mantener encendidas por toda la urbe. En el interior de las casa también debía haber fuego encendido las 24 horas del día, todo ello sin tener en cuenta la temperatura exterior.
Y luego llegó el tabaco. Comenzó a circular por la ciudad la teoría que decía que fumar tabaco era una forma de mantener el aire entrando en los pulmones libres de enfermedades. Esta situación, absolutamente surrealista, llevó a imágenes tan pintorescas donde barrios y distritos enteros se pasaban el día fumando sin importar la edad. Los niños, por supuesto, también estaban incluidos, y los que se negaban fueron obligados a ello.
Esta práctica duró meses y formó parte del manual de desinfecciones personales para combatir la gran plaga. De hecho, el barrio que no tuviera una tienda de tabaco era marcado como un barrio que tenía la peste.

Otra de las medidas preventivas que comenzaron a circular era aquella que decía que antes de cerrar un trato había que limpiar el dinero en vinagre, y solo así se le podía entregar el dinero a un comerciante.
Posteriormente, en la ciudad se prohibió el mantenimiento de perros, gatos y otros animales domésticos. La razón: se creyó que los numerosos perros y gatos callejeros que deambulaban por las calles de Londres ayudaban a propagar la plaga. Incluso surgió la figuro del verdugo de perros, quién se calcula que acabó con la vida de más de 4.000 animales con la quema masiva. Además, el Rey Carlos II declaró que no se permitía “que los cerdos, perros, gatos o palomas domesticadas pasen de un lado a otro en las calles, o de casa en casa, en lugares infectados”.
En este caso, muchos historiadores argumentan que, si bien es verdad que los perros y gatos podían portar pulgas previamente infectadas, la muerte en masa de miles de ellos pudo prolongar la agonía, ya que también actuaban como cazadores de ratas.

Y por último tenemos que hablar de una recomendación que se hizo muy popular antes de que comenzara a remitir la plaga. Algunos médicos recomendaron a sus pacientes tirarse pedos en frascos para ayudar a tratar la exposición a la peste. ¿De dónde venía esta “lógica”?
Se llegó a creer que la Gran Plaga de Londres era un miasma, o un vapor de aire mortal que se propagaba al respirar la atmósfera. Los médicos consideraron que si un paciente de alguna manera pudiera diluir el aire contaminado con algo igualmente potente, podría reducir las posibilidades de contraer la enfermedad. Dicho y hecho: aconsejaron a sus pacientes que tuvieran “a mano” algo maloliente listo.
Para tener algún tipo de hedor pútrido en espera, algunos retuvieron una cabra y dejaron que apestara en el lugar. Otros adoptaron la práctica de tirarse pedos en un frasco y sellarlo rápidamente, luego se apresuraban a inhalar el hedor cuando sospechaban que podrían haber estado expuestos a los gérmenes mortales. Ninguno de ellos lo sabía entonces, pero estábamos muy probablemente ante el primer uso del placebo de metano.

A principios de 1666 el número de personas que morían a causa de la peste comenzó a disminuir, y para el verano de 1666 la epidemia había terminado. O casi. El último caso reportado de la peste en Londres fue en 1679. Aquello marcaría el final de la era de la peste que había devastado a las poblaciones en toda Europa desde el siglo XIV.
Por cierto, durante esta época sombría, no todo fueron malas noticias. Cuentan que durante los 18 meses de plaga, un físico llamado Isaac Newton tuvo tiempo de inventar el cálculo, sentar las bases de su teoría de la luz y el color, obtener una comprensión significativa de las leyes del movimiento planetario y, según la leyenda, incluso experimentar con su famosa inspiración sobre gravedad con la manzana que cae. [National Archives, BBC, History, Archive, Wikipedia, The Plague and the Fire]