Ahora que estamos en la vorágine del Mundial que se celebra estos días en Rusia, vamos a contar la curiosa historia del nacimiento de algo que hoy se da por supuesto, pero que hace un tiempo no existía en el fútbol: el origen de las tarjetas rojas y amarillas.
En Inglaterra, donde el deporte siempre ha sido una parte importante del plan de estudios de las escuelas, los profesores a menudo asumen el papel del árbitro. Kenneth George Aston hizo exactamente eso en Essex en 1935. Acababa de cumplir 20 años y era nuevo en el mundo de la enseñanza. A Kenneth le pidieron que se hiciera cargo de un partido de fútbol, y al hombre le debió gustar tanto que acabó convirtiéndose en árbitro.
A comienzos de la década de 1960, Aston se había abierto camino y era uno de los principales árbitros del país. Además, su trabajo raramente estuvo marcado por la polémica. Claro que todo cambió en el mundial de 1962 celebrado en Chile. Allí tuvo el honor de arbitrar el partido inaugural entre Chile y Suiza (3-1), un partido que controló de forma impecable.
Impresionado por su actuación, la FIFA decidió nombrar a Aston en lugar del árbitro original para el partido entre Chile e Italia, ya que vieron al inglés como una figura experimentada y confiable.
Por desgracia para Kenneth, el partido tenía tintes de batalla. Fue lo que se denominó como la “batalla de Santiago”, donde los medios chilenos criticaron abiertamente a los periodistas italianos por escribir artículos que arrojaban dudas sobre la belleza y la moral de las mujeres chilenas. En juego, por tanto, parecía estar muy por encima el honor al fútbol.
Finalmente, se confirmaron los peores temores. La policía tuvo que ingresar al campo de juego en tres ocasiones para ayudar al árbitro a restablecer el orden. Aston expulsó a dos jugadores italianos, y tuvo que mediar en una serie de peleas en el campo.
En 1963, Aston arbitró la final de la FA Cup, y posteriormente se retiró del arbitraje. Tres años más tarde, la FIFA lo llamó y lo invitó a unirse a su Comité de Árbitros, espacio que presidió durante varios años. Su nuevo rol volvería a involucrarlo en uno de los momentos más controvertidos de la historia los mundiales.
En 1966, el anfitrión Inglaterra se enfrentó a Argentina en los cuartos de final en Wembley, y Aston, quien estaba a cargo del arbitraje en el torneo, tuvo que usar toda su diplomacia y poderes de persuasión para calmar al capitán argentino Rattín después de que fuera expulsado.
Resulta que el árbitro era alemán, y sobre el minuto 35 y tras una falta contra Argentina, Rattin se enfadó airadamente. El problema fue que el jugador argentino estaba hablando en español, y el arbitro no lo entendía. Las cosas se calentaron cada vez más, hubo gesticulaciones y voces más elevadas en varios idiomas. Finalmente, el árbitro alemán acabó expulsando a Rattin con un “off” en inglés.
Debido a la falta de comunicación por culpa de la barrera idiomática y a un problemas de lenguaje corporal, el árbitro no se comunicó con Rattin o Rattin no lo entendió correctamente. Como consecuencia de ello, Rattin se quedó en el campo. El capitán argentino se negó a caminar, deteniendo el juego durante unos ocho minutos, una eternidad en el fútbol.
Finalmente abandonó el campo y el juego se reanudó, pero lo más importante es que ese momento de interrupción total debido a un malentendido obligó a la FIFA a innovar.
Aston, como jefe de los árbitros, empezó a idear formas de evitar tales problemas en el futuro. “Mientras conducía por Kensington High Street, el semáforo se puso rojo. Y entonces pensé: ‘Amarillo, tómalo con calma, rojo, quieto, estás fuera”.
Y así nacieron las tarjetas rojas y amarillas.
Primero fueron utilizados en el mundial de 1970 celebrado en México y desde entonces se han convertido en un símbolo del fútbol. Tan pronto como el árbitro se mete la mano en el bolsillo, los jugadores, el entrenador y toda la multitud que hay en el campo y tras las pantallas de los televisores saben lo que está a punto de ocurrir. [Wikipedia, Fifa]