Aunque el lago Monoun se asemeja a un lago común a simple vista, estamos ante un cuerpo bastante anormal. Su cuenca es inusualmente profunda y sus paredes son empinadas, por lo que los vientos superficiales son incapaces de producir suficiente turbulencia para mezclar las capas de agua del lago. Por esta razón el estrato frío del lago Monoun tiende a permanecer inalterado durante décadas o incluso siglos.

Esta capa estancada no es particularmente amenazante por sí sola, pero Monoun también se encuentra directamente por encima de un respiradero volcánico que poco a poco ha ido encontrando fugas de dióxido de carbono (CO2) a través del suelo de la cuenca.

En la mayoría de los lagos tales burbujas de gas se elevarían simplemente a la tapa o se disolverían en el agua hasta que los ciclos naturales entremezclados trajeran el agua del CO2 cerca de la superficie. Sin embargo, la alta presión y la temperatura fría de la capa inferior del lago Monoun permitieron que el CO2 disuelto permaneciera y se concentrara durante años.

Por tanto, durante aquella noche mortal de 1984 algo agitó el agua en el fondo del lago, quizás una actividad sísmica, un deslizamiento de la tierra o simplemente la lluvia. Sea cual fuere la causa, parte de la capa sobresaturada empujó desde el fondo y se mezcló con aguas más cálidas y de menor presión. Y aunque las diferencias de temperatura y presión eran bastante leves, el dióxido de carbono cruzó un umbral crítico donde ya no permanecería disuelto.

Una o más bolsas de CO2 se expandieron abruptamente hasta su estado gaseoso. Estas burbujas actuaron como espacios de nucleación, haciendo que el agua circundante también renunciara a sus gases atrapados. Cuando estas burbujas enormes corrieron hacia la superficie del lago su fuerza de succión atrajo más agua estancada hacia el área de baja presión, liberando aún más CO2 y desencadenando una reacción en cadena desenfrenada.

El resultado fueron cientos de miles de toneladas de gas cautivo arrojado desde las profundidades del lago en cuestión de segundos, soplando la cima del lago con una fuerza tremenda. El agua desplazada creó una especie de tsunami de clases mientras que las capas superiores del lago surgieron sobre las orillas. La masa que se había escapado compuesta de dióxido de carbono, monóxido de carbono y trazas de ácido clorhídrico, era más pesada que el aire circundante, haciendo que se aferrara a la tierra y se deslizara por los valles de Camerún.

Como consecuencia de ello se creó un río de gases tóxico casi invisible, uno que asfixiaba toda la vida que pasaba por su camino. Aquel fenómeno del lago explosivo, el cual nunca antes se había observado, llegó a ser conocido como erupción límnica.

Y dos años después iba a ocurrir otro fenómeno parecido pero más devastador.

El lago que llamaba a la muerte

Fue en la noche del 21 de agosto de 1986. El lago Nyos, un cuerpo de agua con características bastante similares al lago Monoun, soltó su propia nube densa de gas mortal. Con una diferencia entre ambos: el número de muertos que se dieron en Nyos elevó a aquella fatídica noche a la categoría de desastre de proporciones bíblicas. El lago expulsó más de un millón de toneladas de gas y la pesada nube envolvió un valle poblado. Los aldeanos comenzaron a sentirse profundamente mal, jadeando por el aire pero incapaces de obtener oxígeno alguno.

Esa noche, unas 4.000 personas salvaron sus vidas al huir del valle, muchas de las cuales sufrieron problemas respiratorios que duraron varios días. Pero de los 1.800 que fueron incapaces de escapar de la nube tóxica, sólo unos pocos sobrevivieron. Aquel día fallecieron 1.746 personas.

El efecto fue tan devastador como rápido, y con la severidad de una plaga, derribó a los lugareños, ganado y toda vida silvestre dentro de un radio de 25 kilómetros alrededor del lago. Muchas personas de las aldeas de Cha, Nyos y Subum fueron asfixiadas en silencio mientras dormían. Algunos fueron encontrados con sangre alrededor de sus narices y bocas.

Cuando los pocos supervivientes que quedaban se despertaron no encontraron disturbios ni violencia, tan sólo cadáveres a su alrededor, cientos de ellos. Fue tan bestia lo que se vivió que incluso las moscas habían caído muertas. Los primeros medios en llegar lo describieron como si estuvieran mirando las consecuencias de una bomba de neutrones. Según narraría uno de los supervivientes tiempo después, Joseph Nkwain, de la aldea de Subum:

No podía hablar, me quedé inconsciente, no podía abrir la boca porque entonces olía algo terrible ... oí a mi hija roncar de una manera terrible, muy anormal ... Al intentar cruzar a la cama de mi hija ... Me desplomé y me caí. ... Mis brazos tenían heridas, realmente no sabía cómo conseguí tener esas heridas. Quería hablar, pero no me salía el aliento... Mi hija ya estaba muerta.

El evento dio paso a una serie de estudios para averiguar cómo pudo ocurrir. Los investigadores observaron que el lago Nyos se convirtió en un marrón rojizo en los días siguientes, un fenómeno parecido al que el lago Monoun había hecho dos años antes. Además, toda la vegetación en las orillas del lago había sido aplastada misteriosamente, como si se tratara de una explosión.

Europa y Estados Unidos enviaron dinero de ayuda para la emergencia, también equipos médicos y científicos para ayudar a las víctimas y evaluar las causas de la catástrofe.

Estaban ante uno de los eventos naturales más desgarradores de la historia, uno donde los científicos aún no tienen una idea de lo que lo desencadenó.

Qué sabemos del evento

Los primeros análisis del lago parecían confirmar que estaba saturado de dióxido de carbono, incluso después de la erupción. De hecho, los científicos estimaron que el evento sólo había liberado alrededor del 2% del total de gas disuelto en el lago Nyos. Debido a que el CO2 es más pesado que el aire circundante rápidamente se hundió en los valles debajo, cubriéndolo todo en una hoja de gas tóxico de 50 metros de espesor.

Ocurre que por lo general, esos cientos de miles de toneladas de CO2 se mantienen contenidos en el lago, pero esta vez algo sopló la tapa. Decía el ecologista George Kling en el diario The Guardian (en el 2005) que tras un largo estudio de lo ocurrido, el evento del lago Nyos seguía siendo “uno de los desastres más desconcertantes que los científicos han investigado. Los lagos simplemente no se levantan y exterminan a miles de personas”.

David Bressan explicaba en Scientific American en el 2013 que los gases volcánicos que emanan de la tierra debajo del lago se disuelven y se concentran en sus aguas más profundas, y que las temperaturas tropicales forman una especie de “capa” de agua caliente por encima de este agua más fría.

Aunque no está claro lo que “rompió el sello” y permitió que el agua profunda y contaminada se elevara, una de las hipótesis apunta a que podría haber sido un terremoto, un deslizamiento de tierra, una erupción volcánica o incluso algo tan simple como corrientes pesadas que confunden los niveles de agua.

Lo cierto es que, como en el caso del lago Monoun, en ausencia de una explicación científica las teorías conspirativas se hicieron inevitables. Algunos lugareños estaban convencidos de que la erupción había sido provocada por una prueba de bomba no revelada, una que probablemente fue llevada a cabo por los gobiernos de Israel y Camerún.

Sea como fuere y para evitar que un evento de estas proporciones vuelva a ocurrir, en el 2001 los ingenieros instalaron tubos de polietileno en ambos lagos para aspirar el CO2 del lecho y liberarlo de forma gradual en el aire. Años después, en el 2011, se añadieron otro conjunto de tuberías después de que los investigadores advirtieran de una posible explosión de gas “que podría ser más grande que cualquiera de esos desastres”.

Fue entonces cuando surgió un nuevo problema. La pared natural que rodeaba el lago Nyos comenzó a debilitarse, y con ella la preocupación de que si algo, lo que fuera, cambiaba la tierra alrededor y la desalojaba, no se sabe qué pasaría si el contenido fuera derramado.

Actualmente se ha construido una represa alrededor de la pared para protegerla. Con ella se piensa que hay tiempo suficiente para encontrar una manera de predecir las actividades del lago con suficiente antelación.

Pero incluso el estudio más avanzado se basa en unos modelos informáticos que no aseguran todas las variables, esas que desde agosto de 1984 se le escapan a los investigadores. La llave para predecir el siguiente evento de esta magnitud sigue siendo un misterio tan extraño como perturbador. Una simple burbuja indetectable a los modelos podría originar en cualquier momento esa erupción límnica marcada con la casilla de la muerte.