Estos tres hombres entraron en la zona más peligrosa del planeta para salvar a millones: el infierno de Chernóbil

Estos tres hombres entraron en la zona más peligrosa del planeta para salvar a millones: el infierno de Chernóbil
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En las primeras horas del 26 de abril de 1986, todo lo que podía salir mal, salió peor en una zona ubicada al norte de Ucrania. Ese día se lanzó accidentalmente el equivalente a 500 bombas de Hiroshima y las explosiones escupieron 400 veces más lluvia radiactiva que la temible bomba de 1945.

Hoy, Chernóbil sigue siendo considerado el peor accidente nuclear de la historia, pero incluso así, podría haber sido mucho, muchísimo peor, si no fuera por, entre otros, el llamado “escuadrón suicida” compuesto por unos pocos valientes y voluntarios que probablemente ni en sus peores pesadillas imaginaron como iba a terminar aquel día aparentemente normal y rutinario.

RBMK, el reactor nuclear tiene un problema

Esquema de un reactor RMBK
Esquema de un reactor RMBK
Ilustración: C_records (CC BY-SA 3.0)

Contaba V. Chernousenko en su libro Chernobyl: Insights From the Inside, que posiblemente una de las causas del accidente se debía al secretismo y la falta de responsabilidad de la ciencia nuclear imperante en aquellos tiempos, a ello sumaba la negativa de la comunidad científica bajo el yugo del comunismo soviético para abrirse a la discusión y la crítica, una mezcla explosiva que hizo posible que los fallos de diseño, tan peligrosos tratándose de energía nuclear, condujeran finalmente a una explosión de una escala inaudita.

En 1986 la central eléctrica de Chernóbil era una instalación de energía nuclear de 4 reactores, con la adición de 2 más. El hoy famoso reactor RBMK, diseñado y construido por los soviéticos, era el más potente del mundo, uno capaz de producir entre 700 y 1300 megavatios de energía denominado como reactor de condensador de alta potencia.

Planta de Chernobil
Planta de Chernobil
Imagen: IAEA Imagebank (CC BY-SA 2.0)

En esencia, dentro de un reactor nuclear el uranio 235 se utiliza para producir energía. Ese número no es baladí, por supuesto. Cuando los neutrones rebotan, se dividen en 235 núcleos de uranio, liberando así energía en forma de calor. Luego, ese calor llega hasta el agua, produciéndose vapor que a su vez pone en marcha las turbinas, y que a su vez generan electricidad.

Ahora volvamos al RBMK y su diseño. El reactor fue uno de los primeros nucleares. Para ello hacía uso de hasta cuatro componentes separados que controlaban la reacción. El uranio es el único material conocido que apoya una reacción en cadena nuclear. El grafito es el moderador, la pieza que sirve para ralentizar los neutrones, y lo que les permite chocar con los átomos de uranio. Con el RBMK se utilizó agua como refrigerante y para producir vapor.

Esquema del sistema de refrigeración y los turbogeneradores de una central eléctrica RBMK
Esquema del sistema de refrigeración y los turbogeneradores de una central eléctrica RBMK
Imagen: RBMK.svg (CC BY-SA 2.0 de)

Por otro lado, el boro se usó como un absorbente de neutrones para retardar o detener la reacción de fisión. En este punto, el agua está presente en la cámara con el uranio y el grafito. Los neutrones rebotan y golpean los núcleos de uranio, dividiéndolos y liberando energía en forma de calor. También se liberan más neutrones golpeando a su vez a más átomos de uranio y liberando más neutrones, y así hasta la saciedad.

Finalmente, el calor actúa sobre el agua, creando el dichoso vapor. Una vez que el vapor se utiliza para alimentar las turbinas, se captura, se enfría y el agua se reutiliza. El boro puede elevarse o bajarse alrededor de secciones del combustible, lo que detiene la reacción.

Ocurre que había un problema con el famoso reactor. El agua normalmente absorbe neutrones de modo razonablemente rápido y, por tanto, al retirar agua del núcleo (como sucede cuando entra en ebullición y es sustituida por vapor) tiende a incrementar la tasa en la que se realiza la reacción nuclear. En un reactor regulado por agua, este efecto queda contrarrestado por la reducción en la regulación, pero en el RBMK el efecto moderador del agua es pequeño comparado con el del grafito, con lo que el efecto resultante es positivo.

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Imagen: Ingeniero trabajando en la planta de Chernobyl (AP)

A esto se le llama un “coeficiente de vacío positivo”. Además, el RBMK tal y como está diseñado también tiene un “coeficiente de potencia positivo”, lo que significa que un incremento de la potencia en el reactor tiende a un mayor incremento de la tasa de reacción. Los coeficientes de vacío positivos y de potencia elevados pueden producir condiciones incontrolables.

Dicho de otra forma, cuando había demasiado vapor presente en el núcleo, las cosas se ponían bastantes feas. Demasiado vapor significaba que no había suficiente agua enfriando el reactor. Y debido a que las barras de grafito aún estarían en su lugar, la temperatura aumentaría, lo que provocaría que se produjera aún más vapor, y a su vez provocaría que la temperatura aumentara más y más hasta que se produce la explosión.

Hoy, los diseños más nuevos e innovadores de reactores evitan este problema al usar agua como refrigerante y moderador, de esta forma, el exceso de vapor enfriaría el reactor, no lo calentaría.

Desgraciadamente, el 26 de abril de 1986 no se tuvo en cuenta.

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Imagen: Imagen aérea de la planta de Chernóbil (AP)

Ese día, el reactor número 4 estaba programado para apagarse tras una serie de pruebas de mantenimiento. Sin embargo, mientras se apagaba, se programó una prueba para ver lo bien que funcionaría la energía de las turbinas una vez que se apagara la alimentación principal. Los investigadores querían saber si podía generar suficiente electricidad para alimentar las bombas de refrigeración en caso de fallo y hasta que arrancaran los generadores diésel.

Una de las principales características de seguridad fue cableada específicamente para no funcionar. Pasó por alto muchos de los controles y balances en el sistema. Al mismo tiempo, algunas características de seguridad, como el sistema de agua de emergencia existente, se bloquearon para que no interfirieran con la prueba.

Pensemos que cada uno de los reactores de la central necesitaba 28.000 litros de agua por hora. Si se producía un apagón eléctrico, los motores diésel entraban en acción, pero tardaban alrededor de un minuto en alcanzar plena potencia. Un minuto, sesenta segundos, puede parecer muy poco tiempo, pero para los técnicos rusos ese lapso era inaceptable.

El gráfico detalla el posible proceso de una fusión nuclear. “Es improbable que el núcleo nuclear de Chernóbil contamine el agua subterránea incluso si se derrite a través del piso del edificio del reactor”, dijeron los ingenieros nucleares estadounidenses.
El gráfico detalla el posible proceso de una fusión nuclear. “Es improbable que el núcleo nuclear de Chernóbil contamine el agua subterránea incluso si se derrite a través del piso del edificio del reactor”, dijeron los ingenieros nucleares estadounidenses.
Imagen: AP

Por ello trataban de comprobar si la presión del vapor que quedaba en el circuito y llegaba a la turbina era suficiente como para mantener la energía durante ese minuto. Para poder hacer la prueba en condiciones de seguridad, redujeron la potencia del reactor al mínimo.

Ese día, el hombre a cargo de todo se llamaba Dyatlov, un tipo con gran experiencia como ingeniero eléctrico, aunque desafortunadamente no era un técnico de una estación nuclear. Esta falta de conocimientos prácticos la suplía, aparentemente, con mucha teoría.

De este problema habló en muchas ocasiones Grigory Medvedev, un físico e ingeniero nuclear que posteriormente envió Moscú para investigar lo que sucedió. Medvedev había advertido al director de la estación años antes sobre la posible incompetencia de un hombre como Dyatlov para el puesto. Llegó a describirlo como una temeridad, según informes rusos, ya que “no tenía ningún sentido del peligro o precaución y frecuentemente ignora la seguridad de la estación y los técnicos”.

La historia, o al menos la más repetida, tiene a Dyatlov como una de las claves de la tragedia.

Boom

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Imagen: La planta tras la explosión (AP)

Así que vamos a ponernos en situación. Son, más o menos, la 1:30 de la mañana. Los técnicos están preparados para llevar a cabo una prueba con un sistema que ocultaba errores (en lugar de aprender de ellos), un reactor con fallos de diseño peligrosos e inherentes, y un hombre a cargo que aparentemente ignoraba la tecnología del reactor.

Lo raro es que esto no hubiera pasado antes, podrían pensar. Aquello parecía el escenario perfecto para la pesadilla que estaba a punto de hacerse realidad.

Para colmo de males, los fallos con los reactores no estaban solo en el diseño, sino en la implementación de algunas características de seguridad importantes. Por ejemplo, en el caso de que ocurriera algo realmente horrible, el sistema se diseñó con un botón de accidentes de máxima seguridad. Este botón, que debía funcionar a través del sistema principal y activar varios sistemas de emergencia, se desvió para que no funcionara como se había diseñado para evitar un choque térmico en el reactor.

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Imagen: Después del accidente (AP)

No fue el único error en la prueba. Para empezar, la misma se realizó mientras el reactor estaba en funcionamiento. Otro error grave fue que las tomas de agua de emergencia estaban apagadas y completamente cerradas. El mecanismo de activación en los sistemas de emergencia se deshabilitó para que se pudiera haber realizado una segunda ejecución de la prueba en caso de fallo.

Con este cúmulo de fatalidades, el reactor alcanzó un nivel de potencia peligrosamente bajo. En el RBMK, cuando las emisiones de energía caen por debajo de cierto nivel, la reacción comienza a envenenarse por una acumulación de ciertos elementos, como el xenón y el yodo. Donde normalmente los sistemas de emergencia hubieran cerrado dicho reactor, se permitió que cayera a 30 megavatios.

A ese nivel era extremadamente difícil, si no imposible, controlar y estabilizar.

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Imagen: Los trabajadores de una sala de reactores de la central nuclear de Chernóbil tras el accidente (AP)

Con la potencia a niveles tan bajos llegó el momento de que Dyatlov debía tomar una decisión que iba a marcar el devenir de un pueblo entero. Dyatlov ordenó que devolvieran la potencia a niveles anteriores.

¿Cómo? Para crear energía adicional era necesario levantar algunas de las barras de control de boro. Por especificación de seguridad, era obligatorio que se mantuviera un mínimo de 28 de las 210 barras en todo momento en el núcleo. En el momento de tomar la decisión, eso es todo lo que había en el núcleo. Cuando el reactor explotó, no llegaban a 20.

Con la extracción de las barras, los niveles de potencia aumentaron a unos 200 megavatios antes de que se nivelaran debido al envenenamiento en el reactor. Todavía era 600 menos que la reserva de reactor mínima operativa. En ese instante, los ingenieros lucharon por mantener niveles adecuados en la circulación del agua, la presión del vapor y los niveles de potencia.

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Imagen: AP

No lo sabían entonces, por supuesto, pero a un par de minutos de la explosión, aún podrían haberlo detenido. Todo lo que tenían que hacer era apagar cuidadosamente el reactor.

Medio minuto antes de la explosión, las bombas de circulación principales comenzaron a fallar. El agua en circulación, como parte de la prueba, se mantuvo cerca de la saturación. Con el aumento de la potencia y la temperatura, el agua comenzó a vaporizar, aniquilando a las bombas. Con eso, los niveles de agua disminuyeron y comenzó a hervir dentro del reactor creando más y más vapor… y a más vapor, más, mucha más energía.

Y aquí volvemos a la teoría del comienzo: el coeficiente de vacío positivo.

Al instante, los ingenieros que estaban con Diatlov informaron sobre una subida de tensión. Uno de ellos tomó la fatal decisión: apretó el botón de seguridad para cerrar el reactor, lo que implicó el descenso simultáneo de todas las barras de control de boro en el reactor.

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Esto podría parecer algo “bueno”, pero como decíamos al comienzo, todo lo que podía salir mal, salió peor.

Resulta que había una peculiaridad en el diseño. Las varillas no eran completamente boro. Las puntas de las varillas estaban hechas de grafito con una sección vacía antes del boro. Dicho de otra forma, cuando se insertaron varillas en el núcleo, se produjo un pico de energía.

Además, la punta de las barras de grafito de aquel tipo tenía otro fallo de diseño que hacía que desplazaran parte del refrigerante al entrar en el núcleo. El reactor 3 se sobrecalentó y explotó, reventando la tapa y liberando cantidades monstruosas de material radioactivo.

En muy poco tiempo le siguió una segunda explosión. Las investigaciones aseguran que la primera explosión la causó la presión del vapor. La segunda no está tan clara, pero se cree que la provocó el hidrógeno acumulado en el reactor o incluso de nuevo el vapor.

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No muy lejos de allí, en la sala del reactor, el operario que estaba de turno pudo observar como se iniciaba el infierno. Cientos de pesadas tapas de ensamblaje de combustible comenzaron a saltar de arriba abajo. El hombre salió disparado hacia la sala de control en busca de los ingenieros, sin embargo, poco podía hacerse ya.

El reactor había comenzado a liberar hidrógeno y oxígeno a medida que el proceso reactivo se envenenaba aún más. Esta combinación de gases altamente explosivos se extendió por todo el reactor. Las válvulas de liberación de presión comenzaron a liberar el vapor, pero fueron destruidas por la inmensa presión. Al elevarse, la presión destruyó las líneas de comunicación de agua y vapor de agua.

Entonces la temperatura subió y los gases de hidrógeno/oxígeno se encendieron, causando varias explosiones, destruyendo las salas de bombeo de circulación principal donde un primer hombre quedó enterrado para siempre.

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Imagen: AP

La mitad del combustible nuclear y el grafito fueron expulsados ​​del reactor. Algunos se evaporaron en una especie de nube nuclear que flotó sobre Europa, sembrando material radioactivo a su paso. Pedazos de grafito y combustible ardiendo aterrizaron en los techos de la sala de turbinas y edificios contiguos que encendieron el material inflamable del techo. Otros pedazos cayeron alrededor, todos liberando niveles mortales de radiación.

Como decíamos al comienzo, en muy poco tiempo el área era el equivalente a 500 Hiroshimas. Dyatlov ordenó a dos operarios que acudieran a la sala del reactor. Allí, abriéndose paso a través de los escombros, ya no existía el reactor como tal. Giraron la cabeza hacia arriba y pudieron ver el cielo y las llamas rojas y azules a través del escudo biológico que yacía sobre la parte superior del núcleo del reactor.

Esos dos hombres estaban en el epicentro del infierno, y de vuelta a la sala de control ya no eran ellos. Enfangados en un color marrón oscuro que les cubría el cuerpo entero, apenas podían hablar, tosiendo sin cesar y con una fuerte opresión en el pecho. Ambos murieron a las pocas semanas debido a las dosis fatales de radiación.

Un tercer hombre acudió a la sala del reactor. También murió a las pocas semanas.

El escuadrón suicida

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Imagen: AP

En algún momento de las siguientes horas se produce una llamada que despertó a uno de los hombres más poderosos del planeta, el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Mikhail Gorbachev. El mensaje: hubo una explosión y un incendio en la central nuclear de Chernóbil, pero el reactor decían que estaba intacto.

Y es que, como más tarde diría el propio Gorbachev en una rueda de prensa:

En las primeras horas e incluso el primer día después del accidente, no se entendió que el reactor había explotado y que se había producido una gran emisión nuclear a la atmósfera.

Tuvieron que pasar unas horas para que se aceptara lo que había sido impensable solo unas horas antes: se había producido un colapso y el núcleo del reactor estaba destrozado, extendiendo la radioactividad por toda la zona.

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Para entonces la pregunta parecía clara, ¿cómo evitar que se queme y produzca aún más radioactividad? De acuerdo con las regulaciones gubernamentales adoptadas en la Unión Soviética en 1963, la evacuación de la población civil no era necesaria a menos que la dosis de radiación acumulada por los individuos alcanzara la marca de 75 roentgenios.

Hoy, los cálculos han demostrado que con el nivel existente de radioactividad, la ingesta podría ser de aproximadamente 4.5 roentgenios por día. Con el umbral oficial aún no alcanzado, el oficial médico superior de la comisión de Gorbachev se mostró reacio a asumir la responsabilidad de ordenar una evacuación.

Mientras, en el epicentro de la desgracia, las brigadas de bomberos entraron en acción. El líder de la brigada se dio cuenta de que el accidente era más grande de lo que podía manejar y pidió ayuda a la ciudad de Pripyat, en Chernóbil, así como a bomberos de la región de Kiev.

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Estos fueron parte de los verdaderos héroes. Tipos que arriesgaron sus vidas subiendo a los techos en llamas de los edificios cercanos, gente anónima que salvó los otros reactores del daño, a menudo arrojando trozos de grafito y combustible con las manos. Obviamente, la mayoría de ellos no vivieron para contarlo.

De este grupo de gente que solo pensó en detener la hemorragia, fue especialmente increíble la historia del denominado “escuadrón suicida”, tres voluntarios.

El relato lo contaba hace unos años Andrew Leatherbarrow en su libro 1:23:40: The Incredible True Story of the Chernobyl Nuclear Disaster, en un brillante trabajo de investigación de más de cinco años. Leatherbarrow explica que todos los incendios se extinguieron o se mantuvieron más o menos estables dentro de las 6 horas, pero pocos anticiparon un problema más peligroso. A principios de mayo, el núcleo del reactor de la unidad 4 todavía se estaba derritiendo.

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¿El problema? Debajo del reactor había una enorme piscina de agua, refrigerante para la planta de energía. La continua reacción nuclear, viajando en un flujo de metal radiactivo fundido, se acercaba al agua. Si eso sucediera, habría provocado una segunda explosión de vapor que habría causado un daño inimaginable y hubiera destruido toda la central eléctrica, incluidos los otros tres reactores.

Puestos a estimar, los investigadores creen que tal explosión podría haber destruido a la mitad de Europa. Para evitar la explosión de vapor, los trabajadores necesitaban drenar la piscina debajo del reactor. Pero el sótano se había inundado, y las válvulas estaban bajo el agua.

Los bomberos habían intentado usar unas mangueras especializadas para drenar gran parte del sótano. Sin embargo, nada resultó hasta la aparición de estos tres hombres que eran, según Leatherbarrow, trabajadores de la planta, no soldados o bomberos, que estaban de turno cuando se detuvo el procedimiento de drenaje.

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Imagen: Algunos de los bomberos fallecidos (AP)

No fueron los primeros en bajar al sótano acuoso. Otros habían ingresado para medir los niveles de radiación, aunque Leatherbarrow explica en su libro que nunca pudo averiguar quiénes o cuántos habían ingresado o cuáles fueron sus conclusiones. Según el autor:

Quedaba algo de agua después de la misión de drenaje de los bomberos, hasta la altura de las rodillas en la mayoría de las áreas, pero la ruta era pasable. Los hombres entraron al sótano en trajes de neopreno, con agua radiactiva hasta las rodillas, en un pasillo lleno de innumerables tuberías y válvulas, era como encontrar una aguja en un pajar.

Sin embargo, tuvieron suerte. Un rayo de luz cayó sobre una tubería, y el tubo conducía a las válvulas. Así, los tres hombres se dirigieron a la válvula en el sótano. “Escuchamos un chorro de agua que salía del tanque, y en unos minutos habíamos logrado finalizar con éxito la misión”, se cuenta en el libro.

Al parecer, ninguno de los hombres murió por radiación. Uno de ellos falleció en 2005 de un ataque al corazón. En cuanto a los otros dos hombres, Leatherbarrow explica que uno todavía está vivo y trabajando en la industria, aunque no ha revelado su nombre debido a cuestiones de privacidad. Al tercer hombre le perdió la pista, pero asegura que seguía vivo hasta 2015.

Sea como fuere, estos tres hombres arriesgaron sus vidas para salvar millones de vidas durante un desastre de una magnitud inaudita.

Evacuación de Chernóbil

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Lo cierto es que la ciudad de Pripyat no fue evacuada hasta varios días después del accidente. Durante este tiempo, y aunque parezca impensable, muchos iban al trabajo, los niños a la escuela, de compras, e incluso en los parques infantiles se veía a los pequeños jugando y mezclándose con el polvo radioactivo.

Básicamente, los habitantes de la zona respiraban aire lleno de partículas radiactivas. La población adulta, la mayoría de ellos ocupando puestos en la planta de energía nuclear, no tenía educación sobre los peligros de la radiación o incluso sobre qué hacer en caso de accidente.

Mientras que los policías llevaban máscaras de gas, muchos de los residentes solo escucharon rumores. Como la comisión de Gorbachev dudó en un primer momento, la gente comenzó a salir sin preocupación a la ciudad. Además, se habían cortado las redes telefónicas interurbanas y se había prohibido a los ingenieros y trabajadores de la central nuclear compartir noticias de lo sucedido con amigos o familiares.

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Sin embargo, el boca a boca hizo que la ciudad de Prypiat fuera despertando lentamente a la realidad del desastroso accidente que había tenido lugar. Cuando algunos de sus habitantes comenzaron a darse cuenta de lo que estaba pasando, simplemente se emborracharon.

Existen películas de aquellos días que escenifican el surrealismo de la situación. Por ejemplo, imágenes de una boda que se celebra al día siguiente en la misma ciudad atacada por radionúclidos. En esa pieza se aprecia a hombres y mujeres vestidos con ropa ligera de verano con sus niños pequeños, caminando por las calles, jugando al fútbol en campos deportivos o tomando helados al aire libre.

Otras imágenes, del mismo día, pero grabadas por otras cámaras, nos muestran camiones de agua que limpian las calles, policías y soldados con equipo de protección en tropas que patrullan las calles de Prypiat junto a personas que esperan autobuses que los alejan de sus hogares.

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Hoy se estima que más de cuatro millones de personas se vieron afectadas por las consecuencias. Se han reportado miles de casos de cáncer de tiroides y se espera que el número no haga más que aumentar. Lo mismo ocurre con el cáncer de pulmón que han padecido los trabajadores de limpieza.

En abril de 2016, cuando el mundo volvió a girar la cabeza recordando el 30 aniversario de la catástrofe, todo parecía un mal sueño. La vida media del cesio-137, uno de los núclidos más dañinos liberados durante el accidente, es de aproximadamente 30 años. Se trata del isótopo “viviente” más largo del cesio, el que puede afectar al cuerpo humano a través de la exposición externa y la ingestión. Otros isótopos mortales presentes en el desastre supuestamente ya han pasado sus etapas de vida media.

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Sin embargo, el impacto de un accidente así está muy lejos de terminar. Las pruebas revelan que el cesio 137 alrededor de Chernóbil no está decayendo tan rápido como se predijo, y se cree que el isótopo continuará dañando el medio ambiente durante al menos 180 años, el tiempo requerido para que la mitad del cesio sea eliminado de las áreas afectadas por meteorización y migración.

Mientras, en Rusia todavía hay un número incontable de ataúdes de plomo con las tapas soldadas. Allí permanecerán cientos de restos de las víctimas para que sus cuerpos en desintegración no puedan entrar en el nivel freático.

Si de algo sirvió Chernóbil, que sea de no volver a repetir la historia. Y es que hay una verdad científica irrefutable: la vida media del plutonio-239 es de 24.000 años, hasta entonces, cualquier atisbo de respirar aliviado es una utopía.

[Chernobyl: Insights From the Inside, 1:23:40: The Incredible True Story of the Chernobyl Nuclear Disaster, Wikipedia, History, Wikipedia, World Nuclear, LiveScience]