Hace seis años comencé a jugar a algo llamado The Elder Scrolls V: Skyrim. Al poco de empezar, un mago de Carrera Blanca me dijo que fuera a visitar a los Barbas Grises. Más de 600 horas de juego más tarde, los Barbas Grises seguían esperando. Hoy he vuelto a empezar desde el principio, y tú también deberías.
Los que han jugado a Skyrim probablemente ya intuyen la aparente locura detrás de este planteamiento. La misión de los Barbas Grises es una de las primeras que forman la historia principal del juego. En otras palabras, nunca llegué a terminarlo. No contento con ello le dediqué cientos de horas, he vuelto a empezar y encima me permito el lujo de recomendarte qué hagas lo mismo. ¿De qué va todo esto?
La respuesta a esta pregunta es muy sencilla: Skyrim me está ayudando a que mi vida (la real, no la virtual) sea más ordenada y tranquila, y por tanto mejor.
Hablo de Skyrim porque es el juego que he elegido en este momento concreto, pero realmente no es necesario que recuperes la joya de Bethesda. Puedes optar por clásicos como Fable III, o por obras maestras de la categoría de Red Dead Redemption, The Witcher 3, Zelda: Breath of the Wild, o algunos Assassin’s Creed. Todos ellos tienen varias particularidades en común:
- Son juegos de mundo abierto con tantas cosas diferentes por hacer que completarlas todas requiere dedicarle cientos (a veces miles) de horas de juego.
- El único modo (o el principal) es para un solo jugador. Son juegos que favorecen la introspección, no la competencia con otros jugadores o el diálogo intrascendente mientras das saltos en el centro de una ciudad atestada de gente.
- Son juegos que no están necesariamente centrados en el combate o en matar monstruos. Muchas de las tareas a completar son completamente pacíficas y a veces hasta repetitivas.
- Son juegos visualmente hermosos. A veces sueltas el mando y te detienes a mirar el atardecer detrás de unas montañas o la luz filtrándose entre los árboles solo porque es algo increíblemente bonito.
Jugando a Skyrim hace seis años descubrí que a mi el destino del Sangre de Dragón me traía sin cuidado. Pronto me di cuenta de que podía hacer tantas cosas diferentes en el juego que apresurarme a cumplir el destino que Bethesda me tenía reservado en su guión me parecía desaprovechar toneladas de contenido tan divertido o más que las misiones principales.
En juegos como Skyrim puedes dedicarte a la herrería o convertirte en maestro alquimista y es solo una habilidad de decenas. Puedes casarte, adoptar un niño (o un perro), construir una casa y amueblarla minuciosamente, cortarte el pelo, jugar a las cartas o simplemente pasear por bosques interminables recogiendo plantas. Puedes recorrer mundo aceptando pequeños trabajos hasta conocer cada rincón del juego o enzarzarte en la búsqueda de ciertos objetos tan escondidos que solo encontrarlos todos es una aventura en sí misma.
Al instalar la edición especial de Skyrim con todos sus contenidos y volver a jugar he descubierto que todas esas tareas aparentemente absurdas que parecen una pérdida de tiempo cumplen una función increíblemente beneficiosa: me ayudan a pensar. Son, en cierto modo, una forma de meditación.
Salir a pasear por un parque o por el monte, subirte a una cinta de gimnasio con música a todo volumen en los auriculares, lijar una estantería nueva, tejer una bufanda, o plantar geranios. Todas estas actividades del mundo real son una forma de parar y poner en pausa todo el ruido mental, el ajetreo y las obligaciones en las que vivimos inmersos. Mientras pintamos una figura de plomo o pedaleamos sobre la bicicleta pensamos sobre cómo ha ido el día o sobre eso tan raro que nos ha dicho nuestra pareja, debatimos mentalmente con nuestro jefe, o simplemente dejamos la mente en blanco tan solo interrumpida por fugaces pensamientos del tipo: “Qué arbol tan raro”, “hace un poco de frío” o “¿por qué el pato Donald lleva chaqueta pero no pantalones?”.
Pero no siempre es posible salir a la terraza a arreglar las macetas, ponerse el maillot, desperdigar las herramientas por el suelo o salir a correr. A veces vamos tan apurados de tiempo y de energías que solo disponemos de una hora para languidecer en al sofá sin nada que hacer, y sin ganas de ver una serie o leer un libro porque sencillamente no nos entra más información en la cabeza.
En esos momentos me encontrarás pescando salmones cerca de Carrera Blanca, recogiendo lavanda en los montes de Markarth o buscando una piel de oso para terminar de decorar la mansión que construí, tronco a tronco, cerca de Falkreath. Los barbas grises siguen en lo alto de su montaña, esperando a que les visite el sangre de dragón.
Por mi pueden seguir esperando. No hay ninguna prisa.