
Informar sobre Covid-19 se ha convertido en un deporte de riesgo. La gente (gente racional) está tan harta de la pandemia y de sus consecuencias que muchos ya ignoran las noticias sobre el virus o se toman mal cualquier dato negativo sobre su eventual final. Si vas a ignorar un dato, que no sea este.
La noticia es una advertencia emitida por la Organización Mundial de la salud, una de esas instituciones que ya debe estar acostumbrada a que la población general se cague en ellos cada vez que abren la boca. Es lo que tiene decir verdades incómodas. Con todo, esta vez quizá deberíamos dejar por un momento el chuletón que nos estamos trasegando y pararnos un segundo a escuchar lo que sus científicos tienen que decir.
La advertencia proviene del doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS. En un comunicado hecho público el pasado 16 de julio, el especialista decía lo siguiente:
Este comité quiere expresar su preocupación sobre la extensión cada vez mayor de una idea equivocada: la de que la pandemia está llegando a su fin. No estamos para nada cerca del final. También queremos advertir de que hay muchas probabilidades de que aparezcan nuevas variantes del virus, algunas más peligrosas, que hagan la enfermedad más difícil de controlar.
Adhanom tiene razón en una cosa. Nos estamos relajando. La vacunación masiva de la población de riesgo está creando la falsa sensación de que tenemos la pandemia bajo control. Los casos se están disparando entre la población más joven, pero los índices de casos graves que requieren hospitalización se mantienen bajos. Eso ha hecho que muchos gobiernos ya se hayan declarado victoriosos ante la enfermedad y estén levantando las medidas de distanciamiento social. Ya no se muere tanta gente de Covid-19 como antes. Hemos ganado.
¿Hemos ganado?
El problema, como ya apunta la OMS en su informe, es que ese relajamiento en las restricciones puede provocar la aparición de nuevas variantes del virus. Las variantes suceden cuando se producen mutaciones aleatorias en la estructura genética del microorganismo. La mayor parte de las veces esos cambios no tienen la más mínima importancia, pero en contadas ocasiones se producen alteraciones que afectan a características esenciales del virus como la facilidad con la que se transmite, la gravedad de los síntomas que produce, o su resistencia a nuestro sistema inmune. Algunos de esos cambios como los introducidos en las variantes denominadas Delta y Lambda ya nos están dando problemas.
Las mutaciones no se producen de manera espontánea en un virus. Ocurren cuando este se reproduce, y los virus se reproducen saltando de persona en persona. En otras palabras, a mayor número de contagios, más probabilidad de que se produzcan nuevas mutaciones, y con ellas nuevas variantes. Cuánto más suben los casos, más boletos compramos en el gran juego de la lotería genética.
Hay una cosa cierta, y es que ni Adhanom ni ningún otro científico sabe con seguridad si van a llegar variantes peores. Es solo una posibilidad. Podrían ser hasta variantes más benignas que conviertan el coronavirus en la gripecilla estacional que a todos nos gustaría que fuera. El problema es que nadie sabe cuál es el premio gordo que nos va a tocar en la lotería genética. Ni los científicos, ni los médicos, ni los políticos. Sin embargo, haciendo gala de su habitual populismo y falta de cualquier brújula más allá del “lo que sea mejor para mi imagen y mis contactos” los políticos han decidido regalar boletos a diestro y siniestro para ese sorteo.
El caso más flagrante es el de Inglaterra, donde el gobierno ha levantado completamente las restricciones y ha declarado “barra libre” pese a que la variante Delta campa a sus anchas y a que la cifra de contagiados diarios ya supera los 40.000. La decisión ha hecho que más de 1.200 científicos firmen una carta abierta en la que advierten precisamente de que esta estrategia puede dar sus frutos o provocar un nuevo desastre.
“Creemos que el gobierno se ha embarcado en un experimento peligroso y nada ético,” reza la carta publicada en el diario The Lancet. “Los modelos preliminares de datos sugieren que la estrategia del gobierno favorece el establecimiento de las condiciones ideales para la aparición de nuevas variantes del virus resistentes a las vacunas”.
Es muy fácil acusar de alarmismo al que trae noticias que no nos gustan (esa es la razón por la que he comenzado este post con una pirueta lingüística digna de El Mundo Today en el titular. Ojalá más medios que supieran inocular la actualidad como ellos, diluida en una solución de humor). También es cierto que hay muchos individuos que sacan provecho al discurso del miedo, pero no creo que a estas alturas de la pandemia quede alguien (que no sea un psicópata) que desee más confinamiento, más miedo, o más restricciones a la vida pública. Ya hemos sufrido suficiente. Nos merecemos poder volver a vivir en libertad tal y como lo hacíamos antes del Covid-19.

Sin embargo, vivir en libertad no significa hacer lo que a uno le da la gana sin preocuparnos de sus consecuencias. No puedo evitar pensar que una apertura total de las restricciones en la vida pública como la que ha propuesto Inglaterra es una jugada que excede todo lo razonable en lo que a riesgos se refiere. Ya no es una cuestión de alarmismo, sino de simple autoconservación.
Llegados a este punto quizá ha quedado bastante claro que los políticos no están para protegernos individualmente, sino para perpetuar el sistema que los sustenta a ellos aunque eso suponga asumir bajas. En ese escenario quizá lo más razonable sea comenzar a ignorar sus directrices y adoptar las medidas de protección que nos parezcan más lógicas desde un punto de vista científico. Sus representantes serán agoreros y tendrán excesiva tendencia a darnos explicaciones incompletas, parciales y muy poco satisfactorias, pero hasta la fecha es la ciencia, no la política, lo que separa a nuestra especie de los borregos. Los borregos se organizan en torno a líderes, pero no tienen investigadores.
Ahora mismo hay algunos de esos líderes como Boris Johnson que aseguran que no pasa nada y que podemos irnos a una rave con 2.000 personas, pero lo cierto es que el número de muertos, aunque más bajo, no es cero. Sigue muriendo gente de Covid, y el hecho de que sea poca no lo hace más aceptable a menos que seas político, negacionista o psicópata. No se trata de no salir de casa o de llevar mascarilla hasta para sacar a pasear al perro, pero si hay alguna posibilidad, por pequeña que sea, de reducir esa cifra a cero vacunándonos, lavándonos la manos, evitando aglomeraciones en espacios cerrados y poniéndonos una mascarilla para entrar a una tienda quizá merezca la pena seguir intentándolo. [OMS vía IFL Science]