Lo que vemos en esta primera imagen es un grupo serio, quizás están aburridos, tensos o incómodos. Sin embargo, cuanto más sepas sobre ella, más te va a sorprender. Lo que podría pasar como un retrato de grupo, o una foto entre colegas, no lo es ni remotamente. Una pista: fíjate en los dedos de algunos.
En realidad, todos estos hombres fueron prisioneros en una época muy tensa, casi como la actual. Los tipos estaban desafiando a sus captores de la única forma que podían hacerlo sin que lo entendieran: con el dedo.
Ocurrió en el año 1968, momento en que Estados Unidos se encontraba atascado en la Guerra Fría, espiando a la Unión Soviética y sus aliados, y estos haciendo más o menos lo mismo. En ese escenario apareció el buque Pueblo de la Marina, cuya misión principal era recopilar datos oceanográficos (de los 83 tripulantes había dos oceanógrafos civiles a bordo), aunque su “deber real” era recopilar información de inteligencia sobre la Unión Soviética y Corea del Norte.
Así, el 23 de enero de 1968, apenas 18 días después de su primera misión, el barco fue abordado por uno norcoreano cerca del puerto de Wonsan. La guardia costera exigió que el buque redujera la velocidad e informara sobre su nacionalidad.
La tripulación del Pueblo, quienes estaban prácticamente desarmados, levantaron la bandera de Estados Unidos, pero se negaron a reducir la velocidad y a aceptar el abordaje porque el barco se encontraba en aguas internacionales. Los coreanos abrieron fuego. Un miembro de la tripulación murió, varias personas resultaron heridas y aproximadamente 80 fueron capturadas.
Los primeros días de los rehenes fueron de tortura física: los ataron, los golpearon, patearon e incluso los pincharon con bayonetas. A pesar de los llamamientos del presidente Lyndon Johnson para llevar a cabo una operación militar de inmediato, finalmente esperó y basó su estrategia en la diplomacia. Según dijo Johnson:
Continuaremos utilizando todos los medios disponibles para encontrar una solución pronto y pacífica al problema.
Mientras, el embajador de Estados Unidos ante la URSS solicitó al Ministerio de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética que facilitara la liberación de la tripulación y el regreso del buque. A su vez, los medios estadounidenses ayudaron a crear un clima tenso irrespirable. El New York Times escribió que el incidente era “humillante para Estados Unidos”.
Al llegar a Corea del Norte, la tripulación de Pueblo fue paseada por las calles a través de un público hostil. Lo hicieron en autobuses con ventanas cubiertas que los llevaron hasta un tren, también con ventanas cubiertas. El tren los llevó a Pyongyang, donde fueron exhibidos para la prensa en espera antes de que fueran trasladados al primero de los dos complejos donde vivirían casi un año.
En estas celdas fueron golpeados regularmente. El Capitán Lloyd Bucher lo tuvo más difícil que ninguno. Su confesión de espionaje era la más valiosa, y los norcoreanos la consiguieron amenazando con matar a los miembros más jóvenes de la tripulación.
En realidad, los estadounidenses fueron utilizados en la campaña de propaganda que se promovía aquellos días. Durante las conferencias de prensa organizadas pedían perdón, firmaban confesiones y enviaban cartas a casa con palabras de apoyo al régimen norcoreano.
El propio Bucher llegó a escribir que, “ahora nos hemos dado cuenta de lo grandes que eran nuestros crímenes, y buscamos la indulgencia del pueblo coreano a pesar de que somos criminales de la más baja calaña y solo merecemos el castigo de la ley coreana justa”.
Sin embargo, los cautivos no solo eran personajes escenificados, sino también espectadores de lujo de aquellas películas de propaganda. De hecho, esto fue literal. Una noche les mostraron varias películas acerca de la superioridad de Corea del Norte sobre el mundo occidental. Las películas tenían imágenes de Estados Unidos y Reino Unido.
Los rehenes estadounidenses notaron algo muy extraño. La gente que aparecía en los vídeos levantaba su dedo medio al cámara continuamente, pero estos momentos jamás fueron cortados de las películas. Así fue como se hizo evidente que los norcoreanos no estaban familiarizados con dicho gesto. De esta forma comenzó la burla estadounidense.
Como explicarían más tarde, “el dedo se convirtió en una parte integral de nuestra campaña contra la propaganda. Cada vez que aparecía una cámara, también lo hacía nuestro gesto”.
Los norcoreanos no tardaron mucho en darse cuenta de aquello. Los guardias preguntaron a los estadounidenses por el significado del gesto, y estos les respondieron que no había nada de qué preocuparse, que se trataba de un saludo típico de Hawai y que suponía buena suerte cuando alguien iba a tirar una foto.
Los coreanos publicaron las fotografías de propaganda en medios de comunicación estadounidenses y europeos. Obviamente, la mayoría de sus lectores entendieron el mensaje que los tripulantes querían enviar. Sin embargo, ocurrió algo inesperado. En la edición de octubre de 1968 de la revista Time, la foto fue subtitulada con la explicación del gesto.
Dos meses después, el artículo apareció en la edición oriental de Time, donde los representantes de Corea del Norte lo vieron. Lo que siguió fue “la semana del infierno”, una semana de tortura física, la más cruel de todo el cautiverio.
Finalmente, la tripulación fue liberada el 23 de diciembre de 1968 en el puesto fronterizo de Panmunjeom, una vez que el comandante general Woodward firmó disculpas por escrito por el acto de espionaje.
Tan pronto como los tripulantes cruzaron el puente de Corea del Norte a Corea del Sur, Woodward declaró que retiraba dicha firma. Y lo hizo mirando a Corea del Norte y levantando el famoso dedo.
En cuanto al buque Pueblo, todavía reside en Corea del Norte, donde es una atracción turística en el Victorious War Museum en Pyongyang. [Wikipedia, The Guardian]