A Peter Parker le decía su tío Ben que un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Claro que Peter es un personaje de cómic. En el mundo real y dependiendo de muchas variables, si uno descubre que tiene un talento innato quizás no lo utilice para hacer el bien. Quizás lo utilice para sembrar el caos.
Antes de que Internet fuera Internet y de que florecieran las redes sociales, incluso mucho antes de que el IRC se hiciera popular, lo más parecido que existía eran las llamadas Party-Line. De hecho todavía existen, aunque cada vez más en desuso. En esencia se trataba de un sistema telefónico de conferencias múltiples, lo que permitía a un grupo de usuarios, la mayoría de veces desconocidos entre ellos, charlar en una misma línea.
Recuerdo entrar de pequeño alguna vez cuando mis padres no estaban en casa (cuando llegó la factura jamás volví a entrar). Allí había de todo, normalmente gente con ganas de echarse unas risas, aunque si eras un crío probablemente no se trataba del mejor sitio para pasar la tarde. Jóvenes (y no tan jóvenes) se podían pasar el día entero soltando burradas, chistes, intentando ligar o simplemente pasando el rato.
Imagino también que muchos de los que lo usaron por aquella época lo hacían por soledad, por mantener una conversación con alguien y no sentirse tan solos. De hecho muchos de los anuncios de este tipo de línea iban en esa dirección. Fue tal el boom que en Estados Unidos se creó una gigantesca industria alrededor de estos precursores de lo que estaba por venir con la red de redes.
Y con ella llegaron los primeros hackers, los denominados phreakers (phone + hack + freak). Un término con el que se definía a aquellos que manipulaban los sistemas de comunicación, tipos que estudiaban y se preocupaban por aprender sobre el funcionamiento de los teléfonos de la época, de sus tecnologías de comunicación o de cómo funcionaban las compañías telefónicas.
Decía Bruce Sterling en el libro The Hacker Crackdown que hoy es muy posible que, aunque se difuminen los términos y las categorías, el phreaking sea el precursor del hacking si entendemos que primero existieron los sistemas telefónicos y luego llegó la informática a nivel popular.
Y por cada 10 phreakers con ganas de aprender sobre las comunicaciones, había al menos 1 que se aprovechaba de sus recursos para sembrar el caos. Así fue como se crearon en Estados Unidos grupos organizados de phreakers temibles en el interior de estas party-lines. Tipos que tenían un gran poder.
Aunque ninguno como el joven que se hacía llamar Silence.
Un poder para sembrar el caos
Año 2005 en Estados Unidos. Suena el teléfono de emergencias 911 y se escucha lo siguiente al otro lado de la línea:
Escucha atentamente. Tengo a dos personas como rehenes ahora mismo, ¿de acuerdo? ¿Sabes lo que le sucede a la gente que suele ser un rehén? Una pista: no acaba como en el cine. Te diré algo más, uno de ellos se llama Danielle, el otro es su padre. Y la razón por la que estoy haciendo esto es porque su padre violó a mi hermana.
El tipo se acaba identificando como John Defanno. Desde emergencias comprueban el número del que llama. Se trataba de la casa de los padres de Danielle, de 18 años, en un suburbio de Colorado Springs. Mientras, desde el otro lado de la línea Defanno continua hablando:
Acabo de golpear al padre con mi arma y está sangrando profundamente. Estoy armado, tengo una pistola. Les aviso desde ya, si encuentro a policías en esta casa con armas, les dispararé a los dos sin dudarlo. Será mejor que consiga algo de ayuda por parte de ustedes porque me estoy volviendo loco por momentos.
El operador de emergencias trata de mantener al tipo en línea pero Defanno termina la llamada abruptamente con un último y escueto mensaje:
Voy a cortar. Ya tienen la dirección, si no llega nadie para ayudarme en los próximos cinco minutos juro por dios, ¡joder!, que les voy a volar los sesos a los dos.
La policía sale disparada hacia la casa y llegan en pocos minutos. Los oficiales están listos para un enfrentamiento armado con un sospechoso homicida. Pero al entrar se encuentran con una sorpresa. No hay ningún homicida armado en su interior, ni rehenes, ni sangre. Danielle y su padre estaban viendo la tele tranquilamente en el salón. Ellos jamás habían oído hablar de John Defanno.
Aunque eso sí tenía una explicación, John Defanno no existía.
Matthew Weigman: los comienzos
Defanno era en realidad un niño de 15 años llamado Matthew Weigman. Un chico ciego, solitario y obeso que vivía con su madre en un barrio de clase trabajadora en Boston. El joven era un adolescente tímido de cabeza rapada que solía pasar los días escondido en su habitación. Allí gastaba la mayoría de horas del día hablando a través de las líneas de chat de teléfono gratuitas.
Por teléfono Weigman no era Weigman, era Lil ´Hacker, el miembro más experto de una pequeña banda que se dedicaba a realizar bromas telefónicas, la mayoría de ellos phreakers. Con el fin de castigar a Danielle, quién le había molestado en una de estas líneas de chat, Weigman llamó al 911 haciéndose pasar por un psicópata y arreglando su identificador de llamadas para que pareciera que llamaba desde la casa de Danielle, un truco conocido como swatting.
Weigman tenía ciertos paralelismos con los villanos de los cómics. El joven se había transformado por un trágico accidente. Descubrió cuando desde muy pequeño que su agudo oído le permitía hacer cualquier cosa tras el teléfono. Por ejemplo era capaz hacerse pasar por cualquier voz , también podía memorizar un número de teléfono por el sonido y el timbre de los botones al marcarlo o de descifrar el funcionamiento interno de un sistema telefónico por las frecuencias de una llamada, lo que Weirman denominaba como “canciones”.
De esta forma fue capaz de hackear teléfonos móviles, ordenar el cese de una línea particular o conseguir cualquier número de teléfono de una casa. Como contaría Jeff Daniels, un ex phreaker y amigo de Weigman, al periodista D. Kushner:
Lo cierto es que Matt nunco tuvo la intención de convertirse en la persona que se convirtió. Pero cuando eres un niño ciego y tu familia te maltrata, y de repente te encuentras con esa habilidad para sentirte bien, ¿qué esperas que suceda?
Matt había nacido ciego, pero no fue el único revés de pequeño. Su padre, un alcohólico adicto a las drogas, solía pegarle palizas, lo llamaba “bastardo ciego”. Cuando Weigman tenía 5 años el hombre abandonó a la familia dejando a Matt y su hermano mayor al cuidado de su madre, una auxiliar de enfermería. Su paso por la escuela no fue mejor. A las dificultades que tenía con su ceguera se añadía la burla continua de los otros niños.
Un día, cuando apenas contaba con 4 años, se produjo un hecho insólito en su vida. Su madre estaba colocando las luces que rodeaban el árbol de navidad que presidía el salón cuando Matt entra en la habitación. El niño podía percibir los destellos de las luces, lo hacía de manera muy débil, pero aquello fue una revelación. Desde ese momento y conforme fue creciendo se dedicó a explotar esa habilidad. Fue una época de aprendizaje, de realización personal y autoestima que le ayudó a explotar un rasgo que muchas personas pasan de largo, sobre todo aquellas que poseen una visión: escuchar el mundo que te rodea.
Weigman se obsesionó con las voces, la música y cualquier sonido que existiera a su alrededor. El chico llegó a un punto en el que podía imitar a todos los personajes que escuchaba en los canales infantiles de la tele o a tocar de oído en un pequeño teclado sus canciones favoritas. Con el tiempo pasó a marcar números aleatorios en el teléfono, y lo hacía únicamente para oír quién se ponía al otro lado y qué tipo de respuesta podía obtener de ellos. Con 9 años llamó por primera vez al 911 para que mandaran a un policía a su puerta. La primera de decenas de llamadas.
Pasaron los años y el joven se fue volviendo más tímido. Estaba ganando peso y luchaba por encontrar un lugar en el que encajar. A los 10 años había encontrado el lugar perfecto para huir del mundo real. Se trataba de una línea telefónica, una party-line. Probablemente se sintió fascinado por un sistema que le permitía hablar bajo el manto del anonimato. Podía sociabilizarse sin miedo a que se burlaran de él por su dolencia.
Fue a través de un amigo, quién le pasó el número de una de estas líneas gratuitas con la esperanza de ofrecerle al joven una red social más allá de los confines de su diminuta habitación. Fue la segunda gran revelación para el joven, un mundo nuevo se acababa de abrir de par en par. Podía escuchar voces, algunos hablaban entre sí, otros simplemente permanecían en línea mientras se apreciaba que estaban delante de la tele o jugando a los videojuegos. Y Matt descubrió que podía descifrar todos y cada uno de los sonidos ambientales sin importar lo suave o confuso que fueran. Mejor aún, nadie se podía ver, eran simplemente voces. Todos estaban ciegos bajo aquel sistema.
Así, mientras escuchaba las conversaciones, un día comienza a presionar números aleatorios en su teléfono, sólo para ver que pasaría. Y de repente y tras presionar el botón de la estrella, una voz computarizada le dice, “moderador on”. No tenía ni idea de lo que significaba, pero cuando posteriormente golpeó sobre la tecla del asterisco, la voz comenzó a marcar el número de teléfono privado de cada persona en la sala de chat en la que se encontraba. Matt había descubierto una herramienta secreta a través de la cual un administrador de party-line podía monitorear el sistema. Dicho de otra forma, cada vez que alguien se metiera con él, podría acceder a su número de teléfono.
Matthew Weigman, the silence
Con 14 años Weigman ya era capaz de engañar al personal de AT&T y Verizon para que divulgaran información privilegiada (por ejemplo con números de supervisores o contraseñas) que le dieran plenos poderes del sistema. Si oía la voz de un supervisor una sola vez ya podía imitarla con gran precisión al llamar a uno de los subordinados del hombre. Si escuchaba a alguien marcar un número, el joven podía memorizar los dígitos sólo con el tono. Su truco favorito era conseguir que un técnico telefónico acudiera a su casa para luego hacerse pasar por dicho técnico en el teléfono y extraer códigos y datos de compañeros de trabajo desprevenidos. Con esta información podía llegar a cortarle la línea a un “rival” del party-line.
Llegó a un punto en el que parecía no tener límites a lo que podía hacer. Incluso conseguir los datos de famosos, quienes fueron su blanco favorito durante un tiempo. Weigman afirmaba haber hackeado y llamado a los móviles de, entre otros, Lindsay Lohan (decía que solía estar borracha), Eminem o el político Mitt Romney.
Además de confiar en su gran sentido auditivo, el joven también recogió consejos valiosos sobre piratería telefónica de otros phreaks en las party-lines. Así aprendió el spoofing, lo que le permitía mostrar cualquier número que eligiera en la pantalla de la persona que llama.
Si con 9 años realizó su primera llamada al 911, con 14 años realizó su primer swatting. La policía llegaría a una tienda donde supuestamente había un robo y Weigman descubría el poder que había adquirido con la información aprendida.
El chico fue escalando posiciones entre los diferentes grupos de phreakers, y lo hacía sin miedo a nada ni a nadie, atacando sin piedad a cualquiera que se le pusiera por delante: acosándolos, desconectándoles las líneas, desenterrando sus datos personales para usarlos como amenaza o venganza. Si ser un phreaker era entrar de lleno en el juego de la información, Matt era el maestro indiscutible. Cuando había una chica que le gustaba desde el otro lado del teléfono, no dudaba en amenazarla si dejaba de hablar con él. Ese año el joven de 16 años dejó de acudir a la escuela para pasar todo el día en el teléfono. Su madre estaba orgullosa de que Matt por fin tuviera amigos, aunque estos fueran sólo por el teléfono.
Sin embargo, este giro que había tomado su vida comenzó a tornarse en algo cada vez más peligroso. El chico empezó a utilizar sus nuevas habilidades para facturar compras a tarjetas de crédito falsas. Weigman se había convertido en un maestro de lo que los phreakers llaman ingeniería social, es decir, había aprendido la jerga de la industria telefónica, lo que le permitió manipular a los trabajadores de las grandes compañías.
De esta forma, un día llamó a AT&T. Probablemente fue el principio del fin para el joven:
AT&T: Hola, gracias por llamar, me llamo Byron, ¿en qué puedo ayudarte?
Weigman: ¿Cómo estás Byron? (con un tono de señor mayor)
AT&T: Bien, ¿y tú?
Weigman: Bien también. Mi nombre es William Jones. Te llamo por la protección de activos de AT&T. Estoy trabajando en un problema de fraude de clientes y tenemos que escribir una orden D.
Matt se estaba haciendo pasar por un agente real de AT&T para ordenar que el teléfono de un rival que tenía en una party-line fuera desconectado. Ese día consiguió su propósito pero también había puesto en alerta a las grandes compañías.
A estas alturas el chico ciego y tímido se había convertido en un déspota, un tipo burlón y mezquino que a menudo desataba su furia hacia sus otros compañeros phreaks. Para demostrar su destreza la tomó con Daniels, un tipo de 37 años que había sido arrestado por hackear el teléfono como un adolescente. Weigman llamó a su casero diciéndole que Daniels era un pedófilo y un asesino. Sin embargo al hombre le cayó en gracia el joven. Para llamar su atención rastreó información personal detallada de Matt incluyendo su número de seguridad social. Daniels se ganó el respeto de Weigman y se convirtieron en amigos.
Por primera vez se abría a alguien y era capaz de contarle a Daniels sobre su miserable vida fuera de la línea de teléfono. Daniels le instó a dejar de llamar la atención y el joven aceptó mantener la boca cerrada e incluso bautizar su nueva imagen con un apodo. A partir de ahora ya no sería Lil ´Hacker, se llamaría Silence.
Aunque no tardaría en volver a actuar.
El FBI
James Proulx estaba viendo la televisión una noche de junio del 2006. Era más o menos la una de la madrugada cuando un equipo SWAT rodea su casa en Texas, Se trataba de un camionero con el pelo largo que se había sometido a una cirugía de corazón abierto recientemente.
Cuando Proulx abrió la puerta los SWAT se abalanzaron contra él apuntándole con las armas, lo esposaron y lo metieron en la furgoneta. Las autoridades tenían razones para sospechar: una llamada al 911 desde la casa del Proulx, un hombre que se identifica como el propio Proulx, un tipo que dice que está drogado y con rehenes en su casa exigiendo 50 mil dólares para huir a México, un tipo que afirmaba haber matado a su esposa…
Unas horas más tarde se descubría que Proulx era sólo otra víctima. Resultó que la hija del camionero, Stephanie, había “tropezado” con Weigman y le había rechazado el saludo en una Party-Line diciéndole que era un “pesado”. Cuatro meses después su padre estaba esposado en una furgoneta de SWAT.
Poco después de este acontecimiento Weigman baja las escaleras de su casa y se encuentra a su madre hablando con lo que parecía un hombre de mediana edad. Se trataba de la agente especial Allyn Lynd, del equipo cibernético del FBI. La mujer estaba investigando una serie de casos de piratería, una agente con más de 10 años de experiencia combatiendo a los phreaks y los hackers.
En realidad la chica no estaba allí para detener a Weigman, quería que le ayudara a detener a una gran banda de phreaks que estaban siendo investigados. Lynd sabía que Matt era menor, por tanto le pedía cooperación a cambio de no ser acusado. Weigman confesó su papel en varios asaltos por teléfono atraído por la idea de poder cambiar y empezar desde cero.
También aprovechó para mostrarle a Lynd sus habilidades auditivas para manipular los sistemas telefónicos. En un momento de la visita el móvil de la agente suena. Lynd lo coge y tras una breve conversación dice que no puede continuar, que llamará más tarde. Cuadno colgó Weigman se volvió hacia Lynd desde el otro lado de la habitación y le dice, “¿era Billy Smith de Verizon, verdad?”.
En efecto, Smith era un investigador de fraudes para Verizon que trabajaba en conjunto con Lynd. Weigman no sólo sabía todo sobre aquel hombre y su papel en la investigación, sino que había identificado a Smith con sólo oír su voz en el móvil, un sonido inaudible para cualquiera menos para él. Pero es que además, Matt continúo deslumbrando a la agente deslizando una serie de nombres de investigadores que trabajaban para otras compañías telefónicas. El joven había pasado semanas identificando empleados de las compañías, obteniendo su confianza e información confidencial sobre la investigación del FBI en su contra.
La agente quedó impresionada y quedaron en cooperar, pero Weigman no tardó mucho en volver a actuar. El joven era un adicto al party-line, el único espacio donde era un referente, la única comunidad donde se sentía parte importante. Según explicó su amigo Daniels a D. Kushner:
Él no era un criminal, era simplemente un adicto. Un adicto a Silence, a Lil ´Hacker, a ser la persona más grande y mala. Era adicto a ser la persona que puede hacer que una chica haga lo que le pida por teléfono.
A principios del 2007 la investigación de Lynd terminó con muchos de los grandes phreaks entre rejas, la mayoría tipos que se habían cruzado en la vida de Matt. Cuando esto ocurrió la reputación de Weigman se elevó. El joven intensificó su campaña de intimidación advirtiendo a sus víctimas que cualquier cooperación con las autoridades supondría represalias contra sus personas y familiares.
Y aún así, el FBI seguía sin ir a por él. Seguía siendo un menor de 17 años y en cierto sentido le estaban ofreciendo una salida. Todo lo que tenía que hacer era dejar de actuar antes del 20 de abril del 2008, día de su 18 cumpleaños. A partir de entonces sería juzgado.
Una noche de abril 2008 sonó el teléfono en la casa de William Smith, el mismo investigador de fraudes que trabajaba para Verizon con el FBI y que Weigman había reconocido por su voz. Cuando Smith lo cogió no había nadie en el otro lado de la línea. Las noches siguientes se sucedieron las llamadas. Smith no le hizo mucho caso hasta que su mujer miró la identificación de una de las llamadas y vio que era de la oficina de su esposo, aunque Smith estaba en casa. Algo no estaba bien.
El investigador cambió de número de teléfono, pero las llamadas volvían a repetirse, esta vez a todas horas. Smith no tardó mucho en atar cabos que le llevaron hasta Weigman. El joven estaba utilizando sus habilidades para conseguir sus números privados y acosarlo. No sólo eso, Smith sabía que lo siguiente serían los asaltos en forma de swatting.
Ante el temor de lo que pudiera ocurrir, Smith reservó un viaje para que su mujer fuera a visitar a su hijo a las afueras de la ciudad. Luego llamó a su hijo para informarle de los planes. Cuando cortó, unos minutos más tarde suena el teléfono. Esta vez el identificador de llamadas mostraba el teléfono de su hijo pero no respondía nadie. Era Weigman, quién estaba usando las conexiones de su compañía de teléfono para rastrear cada llamada que Smith hacía o recibía.
Al mes siguiente y cuando su mujer ya había partido, Smith acudía a un aparcamiento donde se encontraba su coche. En ese momento un vehículo se detiene frente a él y se bajan tres jóvenes. Uno de ellos se acerca lentamente ayudado por otro y le dice, “soy Matt”.
Weigman había salido de Boston con su hermano y un tipo de las líneas. Le dijo que no estaba allí para amenazarlo o herirlo, solo quería persuadirlo para que cancelara la investigación sobre él. El joven quería parar y cambiar, detener todo lo que le había llevado hasta ese punto.
Pero Smith le dijo que no aceptaba ningún trato. El investigador llamó a la policía y Weigman fue arrestado, ahora ya con 18 años. El 26 de junio del 2009 Matthew Weigman fue sentenciado a 11 años y tres meses de cárcel por conspiración y asaltos telefónicos (swatting). De acuerdo a los federales, se estima que su salida de la cárcel sea el 7 de mayo del 2018.
Hasta entonces tiene prohibido acercarse a un teléfono.