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Se dispara el número de ancianos que cometen delitos en Japón para vivir acompañados en la cárcel

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En marzo Bloomberg publicó un reportaje donde se hacía eco de las vivencias de algunas ancianas en Japón que se encontraban en prisión desde hacía muy poco tiempo. No son casos aislados, sino una tendencia al alza que se ha convertido en la mejor salida para muchas personas mayores.

Hace más o menos un año hablábamos de un situación insólita que se estaba produciendo en Japón. Mientras que el país tenía el mayor porcentaje de esperanza de vida, algo a priori positivo, la tendencia comenzaba a convertirse en un problema.

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Un año antes, en 2016, el gobierno nipon hacía pública una cifra que sorprendía a medio mundo: 32 mil personas llegaban a la barrera de los 100 años o más, y se sumaban al resto con un total de 65 mil centenarios. Dicho de otra forma, no existe otro país en el planeta con un porcentaje mayor de personas que han cumplido la mágica cifra.

Más datos. Según las estimaciones del año 2014, el 33% de la población japonesa estaba por encima de los 60 años, el 25,9% tenía 65 años o más, y el 12,5% tenía 75 años o más. A estos datos hay que sumarle que las personas mayores de 65 años contribuyen a un quinto de su población total, y se calcula que llegarán a ser un tercio en el año 2050.

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Las estadísticas indicaban que el número de japoneses de 65 años o más casi se cuadruplicó en los últimos cuarenta años hasta superar los 33 millones en 2014, representando el 26% de la población de Japón.

Sin embargo, una noticia que debería celebrarse como es el aumento de la esperanza de vida, se estaba transformando en un problema que no habían considerado. La proporción del gasto en atención médica se había disparado, aumentado drásticamente a medida que la población mayor pasaba más tiempo en los hospitales.

Para los japoneses la situación es perversa. Las personas mayores, aunque reverenciadas, se están comiendo los recursos a un ritmo que las generaciones más jóvenes no pueden igualar. Un ejemplo: hace cuatro años se otorgaron a 59.000 centenarios el plato de plata (para aquellos que llegan a los 100 años), con un coste a las arcas del estado de aproximadamente 2.1 millones de dólares.

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Si lo comparamos con 1966, el país sólo tuvo que dar unos pocos cientos de estos “premios”. En 1998, el número ya había subido a 10.000, y en el 2016 el Ministerio anunciaba 65.692.

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Y en esta situación el país ha llegado a un problema que jamás previó: la delincuencia de personas mayores buscando refugio... en la cárcel.

Y es que las quejas y arrestos que involucran a personas mayores, y en particular a las mujeres, tienen tasas superiores a las de cualquier otro grupo demográfico. La cifra lo dice todo: 1 de cada 5 mujeres en las cárceles japonesas es una persona mayor, y sus delitos suelen ser menores, lo justo para que acaben entre rejas: 9 de cada 10 mujeres mayores que han sido condenadas fueron declaradas culpables de robar en una tienda.

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¿Por qué? El fenómeno inusual se deriva de las dificultades de cuidar a la población anciana del país. El número de adultos mayores japoneses que viven solos aumentó en un 600% entre 1985 y 2015. Al parecer, la mitad de los adultos mayores atrapados robando en una tienda vivían solos, el gobierno lo descubrió el año pasado, y el 40% de ellos dijo que, o no tienen familia, o rara vez hablan con ellos.

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Por tanto, para estas personas mayores, una vida en la cárcel es mejor que cualquier otra alternativa existente. Según le contó a Bloomberg Yumi Muranaka, directora de la prisión de mujeres de Iwakuni:

Pueden tener una casa. Pueden tener una familia. Pero eso no significa que tengan un lugar donde se sientan como en casa.

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En cifras, cuesta más de 20.000 dólares al año mantener a un preso en la cárcel, y los reclusos ancianos elevan ese coste un poco más porque muchos necesitan atención especial y necesidades médicas. En este círculo agónico de los recursos aparecen los miembros del personal de la prisión, quienes se encuentran cada vez más cumpliendo las tareas de un asistente de asilo de ancianos.

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Y sin embargo, todas las reclusas entrevistadas por el medio sugirieron que sienten una sensación de comunidad en prisión, una que nunca sintieron en el exterior. Según explicaba una de las entrevistadas:

Disfruto más mi vida en la cárcel. Siempre hay gente por aquí, y no me siento sola. Cuando salí por segunda vez, prometí que no volvería. Pero cuando estaba fuera, no podía. No ayuda sentir nostalgia.

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Ser arrestado intencionalmente no es necesariamente exclusivo de Japón, existen otros muchos casos en cualquier parte del mundo, pero la situación con los ancianos sí lo es y hace que la magnitud del problema sea alarmante para las autoridades.

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El gobierno está tratando de combatir el problema de la delincuencia de personas mayores mediante la mejora de su sistema de asistencia social y su programa de servicios sociales, pero la ola de delincuentes que sobrepasan los 65 años no parece que esté cerca de terminar.

Como le explicaba un trabajador social al medio que pudo entrar en las prisiones, “la vida aquí dentro nunca es fácil, pero para algunos, fuera es todavía peor”. [Bloomberg, BusinessInsider, Oxford Academy]