Si vives en Europa es muy posible que estés a punto de pasar una ola de calor anunciada como extremadamente potente y peligrosa. Ni es la primera ni será la última, pero difícilmente se acercará a lo ocurrido en el pasado. Un calor extremo que se llevó a miles de personas, y muchas muertes se podían haber evitado.
Cuentan los libros de historia que la temperatura más alta registrada oficialmente en el planeta se dio en una zona ubicada entre una serie de montañas altas y escarpadas en el desierto de Mojave en California, donde la elevación extremadamente baja del Death Valley (85 metros bajo el nivel del mar en algunos partes) y una configuración larga y estrecha mantienen las temperaturas de la región consistentemente altas durante gran parte del año.
En esta parte del planeta las temperaturas tan altas no son inusuales, ya que el mercurio alcanza los 38 grados durante más de la mitad del año. Por ejemplo, en el verano de 2001 tuvo 154 días consecutivos de esos 38 grados o más.
Sea como fuere, en 1913, el valle comenzó a experimentar una especie de extraño resfriado, entrando en los libros el 8 de enero con la temperatura más baja registrada, -15 grados. Apenas seis meses después, el péndulo meteorológico había oscilado hacia el otro lado, cuando las temperaturas en el área alcanzaron los 51 grados y luego entraron en un tramo de cinco días consecutivos de 53 grados o más.
En Furnace Creek, California, el hogar ancestral de la tribu nativa americana Timbisha y que alguna vez fue el centro de operaciones de la lucrativa industria minera del Death Valley, experimentó parte del clima más extremo de la región. El 10 de julio de 1913, cuando un puesto de observación en el Rancho Greenland de la ciudad registró una temperatura máxima de 56 grados, la Tierra experimentó oficialmente lo más cerca que había estado del infierno, solo un grado menos de lo que el termómetro era capaz de medir entonces.
Sin embargo, aquel triunfo de los dígitos en la zona se cuestionó tan solo 10 años después. El 13 de septiembre de 1922, menos de una década después del día récord del Death Valley, perdió su corona ante una nueva e inesperada ola de calor en El Aziza, Libia, donde aparentemente se reportó una máxima de 58 grados.
Este y otros registros posteriores siempre han entrado en controversia entre los miembros de la comunidad meteorológica internacional, quienes argumentan algún tipo de fallo en las mediciones originales manteniendo el primer puesto del Death Valley.
No quiero imaginarme lo que tiene que ser caminar y respirar a 56, 57 o 59 grados, sumándole la humedad al ambiente, pero como veremos, no hace falta que los termómetros marquen los extremos más exagerados para que la vida de una población corra serio peligro.
Olas de calor letales
Hace un tiempo conté la historia que tuvo lugar en 1858 en Londres. Posiblemente, nunca hubo una ciudad más asquerosa que la city de aquel verano. La ola de calor no sólo se sintió con las elevadas temperaturas, sino también por el hedor maloliente que desató en la capital de Inglaterra. Muchos londinenses habían cambiado hacía relativamente poco tiempo sus ollas por inodoros, los cuales arrojaban una cantidad sin precedentes de agua y desperdicios a los 200.000 pozos de agua de la ciudad.
Cuando las aguas residuales se desbordaron en el río Támesis y sus afluentes, el clima cálido estimuló el crecimiento de bacterias con un olor tan nocivo y putrefacto que las hojas empapadas en cloruro de lima se colgaron de las ventanas de la Cámara de los Comunes en un esfuerzo por mitigar el olor.
Era un Londres muy diferente al de ahora, donde los más pobres todavía bebían del Támesis, por lo que miles de personas murieron ese verano a causa del cólera, la fiebre tifoidea y otras enfermedades. En realidad, epidemias que aún no se habían relacionado con el agua contaminada y, en cambio, se las culpaba del aire nocivo del ambiente. Es más, un periódico llegó a declarar que “quien alguna vez inhaló el hedor nunca más podría olvidarlo (y puede tener suerte si vive para recordarlo)”.
Unas décadas después de este infame acontecimiento, en Nueva York se instaló otra ola de calor que quedó marcada en los libros de historia. Ocurrió en 1896, cuando la ciudad albergaba a 3 millones de personas, muchas de las cuales ocupaban viviendas notoriamente estrechas y extremadamente sofocantes del Lower East Side y otros barrios de bajos ingresos.
Cuando comenzaron los extenuantes 10 días de calor implacable y asaltaron la Gran Manzana en agosto de 1896, las condiciones de vida pasaron de ser una realidad incómoda a una sentencia de muerte para aproximadamente 1.300 neoyorquinos.
Al estar asados en sus atestadas habitaciones y bajo la imposibilidad de dormir en parques públicos por la prohibición que existía en toda la ciudad, muchos habitantes de las viviendas buscaron aire fresco en los techos, salidas de incendios y en los mismísimos muelles.

La mayoría de las desgracias de la ola de calor ocurrieron cuando las personas se quedaron dormidas o desfallecieron al intenso clima. Sus cuerpos acabaron rodando y cayeron en picado hasta la muerte. Otros sucumbieron al golpe de calor y otras dolencias relacionadas con las elevadas temperaturas.
Cuentan que de entre la fatalidad surgió un héroe, un funcionario llamado Theodore Roosevelt instó a la policía para que distribuyera hielo gratis en los vecindarios de viviendas y proporcionara servicios de ambulancia a los enfermos. Roosevelt acabó en la Casa Blanca.
Ya en el S.XX, pero sin salir de Estados Unidos, una nueva ola de calor iba a hacer estragos y entrar en los libros de historia debido a la fatalidad que trajo consigo. En el verano de 1936, con un país golpeado por la Gran depresión, las temperaturas se dispararon a máximos históricos en 12 estados, superando la marca de 48 grados en algunas regiones.
En este caso, y como ha ocurrido en las últimas décadas, la ola de calor comenzó temprano y siguió a un invierno inusualmente frío, dejando a los estadounidenses sin preparación para un cambio tan drástico en el clima. Al final del verano, más de 5.000 estadounidenses y cientos de canadienses murieron por causas relacionadas con el calor o se ahogaron mientras intentaban refrescarse en ríos y lagos.
Con la entrada del nuevo milenio, Europa también sufrió hace relativamente poco tiempo una oleada de fuego abrazador. En julio y agosto de 2003, el continente registró lo que algunos científicos consideraron su verano más caluroso desde el 1500 dC.
Las temperaturas alcanzaron su punto máximo en las últimas dos semanas de agosto y reclamaron al menos 40.000 víctimas, cebándose con los más jóvenes, las personas con enfermedades crónicas y los mayores que vivían solos o en hogares de ancianos.
Aquel verano, los incendios forestales se desataron en Portugal, España e Italia, mientras que los glaciares que se derritieron provocaron inundaciones en los Alpes y los cultivos se marchitaron en todo el sur de Europa.
Y por encima del resto de países, Francia, con una estimación de 14.000 muertes.
Karachi, la última y fatídica gran ola de calor en una ciudad
La mayoría de las muertes se explican a través del funcionamiento de nuestro cuerpo y cómo hace frente al calor extremo. Nuestra temperatura normal es de 37-38 grados, pero si se calienta hasta 39-40, el cerebro comienza a decirle a los músculos que disminuyan la velocidad.
Esto produce otro efecto: la fatiga que se acumula. Si seguimos subiendo, entre 40 y 41 grados, el cuerpo se agota, y por encima de 41 comienza a apagarse. Entonces los procesos químicos comienzan a verse afectados: las células dentro del cuerpo se deterioran y existe el riesgo de un fallo orgánico múltiple.
El cuerpo ni siquiera puede sudar en este punto porque el flujo de sangre a la piel se detiene, haciéndolo sentir frío y pegajoso. El golpe de calor, que puede ocurrir a cualquier temperatura superior a 40, requiere asistencia médica profesional, y si no se trata de inmediato, las posibilidades de supervivencia pueden ser escasas.
Esto explica en parte lo ocurrido en el año 2015, cuando una ola de calor en Pakistán se llevó la vida de más de 1.300 personas en la ciudad portuaria de Karachi. Días después, muchos seguían desconcertados por el número inusualmente alto de fallecimientos.
En una ciudad de 20 millones de personas, el servicio de ambulancia generalmente transporta entre 40 y 50 cuerpos por día. Ha habido momentos durante el pasado violento de la urbe en que ese número aumentaba, pero nadie recordaba haber tenido que lidiar con tantas muertes relacionadas con el calor.
La morgue considerada la más grande de la ciudad, con capacidad para entre 100 a 150 cuerpos, se había quedado pequeña y no podían hacer frente a los fallecidos. Durante los siguientes ocho días recibieron 900 cuerpos, tuvieron que rechazar a muchas familias, incluso los cementerios se quedaron sin espacios para enterrar a los muertos.
Karachi, ubicada en la costa, tiene uno de los climas más suaves en Pakistán. Algunos expertos ambientales ya habían intentado advertir a las autoridades de que una ola de calor similar mató a 2.500 personas en la vecina India hacía poco tiempo.
Los meteorólogos deberían haber podido predecir que algo malo se acercaba en el horizonte, pero el Departamento de Meteorología de Pakistán (PMD) se consideró “mal equipado para predecir eventos climáticos extremos”, lo último que deseas escuchar de una oficina responsable de predecir… eventos climáticos extremos.
Karachi es una ciudad fuertemente segregada por clases. Las personas de clase media y alta tienden a permanecer en sus distritos, mientras que los pobres y la clase trabajadora se apegan a los suyos. Naturalmente, la ola de calor afectó con más fuerza y virulencia a los distritos más necesitados de la clase trabajadora, principalmente debido a la falta de aire acondicionado del tipo que fuera.
La ciudad y su estructura fue un caldo de cultivo para la fatalidad que estaba a punto de comenzar. Un dato relevante: la gran mayoría de la población solo se dio cuenta de las muertes a través de los medios, y el número de muertos comenzó con una cifra de menos de 20 en la televisión, número que luego siguió aumentando a medida que pasaba el tiempo.
Mientras, las autoridades, al tanto de las cifras oficiales, prácticamente no hicieron nada en los primeros días de la ola de calor. Aquellos días, las temperaturas por encima de los 40 grados afectaron a muchas partes de la provincia de Sindh y Balochistan, ¿por qué fue entonces Karachi la que sufrió la peor parte de la mayoría de las muertes?
Se dio una combinación mortal de factores en la propia ciudad. Karachi tiene calles estrechas y gran cantidad de asfalto, y la deforestación había privado gravemente a la ciudad de tener sombras con las que aplacar el calor intenso. Se supone que la urbe tenía un 25% de cobertura forestal, pero en realidad no pasaba del 12%.
¿La razón? Vallas publicitarias. Los árboles se cortaban para carteles publicitarios. Así que aquello días era posible imaginarse una cruel distopia: cientos de personas sofocadas por el calor abrazador sin sombra cuya última visión era alguno de los anuncios que inundaban la ciudad con smartphones que prometían un futuro mejor.
Normalmente, el calor del sol se acumula en el asfalto y otros materiales de construcción urbana, luego se disipa por la noche. Pero durante el verano, los días son más largos, por lo que el calor no tiene la oportunidad de escapar por completo. El sol sale y hace que la ciudad vuelva a hornear, y se calienta más y más. Cuando esto sucede en áreas sin sombra, especialmente en calles estrechas y mercados abarrotados, estas áreas producen un efecto invernadero infernal que no para de calentarse.
Para empeorar las cosas, K-Electric, el proveedor de electricidad de Karachi, cayó el primer día de la ola de calor debido al exceso de demanda de energía. Ese primer día también coincidió con el comienzo del mes sagrado musulmán del Ramadán y el ayuno que viene acompañado.
Ocurre que el ayuno durante el Ramadán no se limita a los alimentos. Tampoco se bebe nada de sol a sol. Todo en conjunto produjo la tormenta perfecta.
Por supuesto, al igual que muchos otros requisitos para los musulmanes, hay excepciones a la regla de ayuno, generalmente para ancianos, enfermos, mujeres embarazadas y niños pequeños. Incluso un influyente clérigo islámico emitió un mensaje recordando a la gente que el ayuno se puede romper en casos extremos, pero para ese momento ya había cientos de muertos.
Al final de la primera semana de la ola, 65.000 personas habían recibido tratamiento por golpes de calor en los hospitales de Karachi. En el Centro Médico de Postgrado de Jinnah, el hospital más grande de Karachi, su directora informó que su equipo atendía a entre 1.800 y 1.900 personas por día en emergencias.
Las condiciones en el hospital fueron tan tensas que el personal médico se vio obligado a depender de voluntarios para las donaciones de agua, hielo e incluso camas para los afectados. El centro estaba equipado con una gran unidad central de aire acondicionado, pero su funcionamiento era caro y, debido a la falta de fondos, no se había utilizado jamás.
Como decíamos antes, a las fatalidades hay que sumarle el problema de espacio en las morgues. Los cuerpos se apilaban uno encima del otro sin dejar espacio alguno, así que se tomó la decisión de comenzar a apilarlos en el exterior en una de las peores olas de calor jamás reportadas.
El mal olor que impregnó a Londres en 1958 encontraba por fin una fecha que le discutía su macabro acontecimiento.
El problema de los cuerpos se trasladó a los cementerios, donde muchos se encontraron en un mercado de vendedores. Los cementerios respondieron a la demanda elevando sus precios varias veces, y con la demanda solo había una solución lógica: las tumbas comunales. Más de 500 fosas comunes fueron excavadas para manejar el elevado número de cadáveres.
Por todo ello, el verano de 2005 en Pakistán siempre será tristemente recordado, al igual que el resto de olas de calor que se han llevado la vida de miles de personas en los últimos 100 años.
Muchas de estas muertes se deben a las pobres condiciones en las que vivía una parte de la población, pero otras se pudieron minimizar con información, educando a la población sobre los peligros de las condiciones relacionadas con el calor y cómo prevenirlos. [The Guardian, Wikipedia, BBC, NPR, Wikipedia, NewScientist]