Año 1912 en los Juegos de Estocolmo. Walter Winans sube al podio y saluda con orgullo a la multitud. Su medalla de oro no tenía nada que ver con alguna modalidad deportiva, el trofeo fue en reconocimiento a la creación de un caballo de bronce de medio metro. Él fue el primero en ganar un oro para la escultura.
Muchos no lo saben, pero lo cierto es que durante las primeras cuatro décadas de competición, los Juegos Olímpicos otorgaron medallas oficiales a la pintura, la escultura, la arquitectura, la literatura y la música, junto con el resto de las competiciones deportivas. De 1912 a 1952, los jurados otorgaron un total de 151 medallas a obras originales en las bellas artes, aunque eso sí, debían estar inspiradas en los deportes.
La historia se remonta al Barón Pierre de Coubertin, fundador del COI y de los Juegos modernos, un hombre que veía las competencias artísticas como parte integral de su visión de los Juegos Olímpicos. Coubertin sentía que para recrear los acontecimientos en los tiempos modernos, el “cuadro” estaría incompleto si no incluía algún aspecto de las artes.
A principios de siglo, cuando el hombre luchaba por construir los Juegos Olímpicos modernos desde cero, no pudo convencer a los organizadores locales de los primeros Juegos (Atenas, San Luis y París) de que las competiciones artísticas eran necesarias. Pero Coubertin se mantuvo inflexible. Según declaró en aquella época:
Sólo hay una diferencia entre nuestras Olimpiadas y los campeonatos deportivos al uso, y son precisamente las competencias de arte que existieron en las Olimpiadas de la Antigua Grecia, donde las modalidades deportivas caminaban en igualdad con las modalidades artísticas.
Finalmente, consigue incluir las artes en los Juegos de Estocolmo de 1912. Se incluyeron las categorías de arquitectura, música, pintura, escultura y literatura, aunque con la advertencia de que todo trabajo debía inspirarse de algún modo en el concepto de deporte.
Unos 33 artistas (la mayoría europeos) presentaron obras. Durante las siguientes décadas, cuando los Juegos Olímpicos explotaron convirtiéndose en un evento internacional de primer nivel, las competiciones de bellas artes permanecieron como un espectáculo secundario.
Para satisfacer esa exigencia sobre la “inspiración” deportiva, muchas pinturas y esculturas eran representaciones dramáticas de la lucha o de los fósforos de boxeo. En el caso de la arquitectura, la mayoría de los diseños hacían referencia a estadios y arenas.
Lo cierto es que el formato de las competiciones era inconsistente y bastante caótico: una categoría podía obtener una medalla de plata sin que nadie ganara el oro, o directamente el jurado podría estar tan decepcionado en las presentaciones que decidía no otorgar el máximo galardón.
Luego llegaron los Juegos de Amsterdam de 1928, donde la categoría de literatura se dividió en las subcategorías líricas, dramáticas y épicas, en 1932 volvieron a unificarse en una... para volver a dividirse en 1936. A todo esto, muchos miembros del mundo del arte vieron las competiciones con desconfianza, no querían tener que competir porque podría dañar su propia reputación.
Finalmente, en los Juegos de 1948 se decidió que las competiciones de arte serían desechadas. Estas fueron reemplazados por una exhibición que no entraba a competición durante los Juegos conocida como la Olimpiada Cultural.
Es curioso, más de medio siglo después del final del arte como parte de la competición, el concepto sigue vigente. A partir del 2004, el COI ha celebrado un Concurso Oficial de Deportes y Arte como previa a cada uno de los Juegos. Donde quiera que esté, Pierre de Coubertin estará esbozando una sonrisa. [Wikipedia, Smithsonian, The Atlantic]