Deadpool no es una película de superhéroes más. El debut en la gran pantalla del mercenario bocazas ha causado una auténtica conmoción en los grandes estudios de Hollywood, Las consecuencias de ese temblor ya han comenzado, y aún es pronto para saber si mejorarán o perjudicarán el cine de superhéroes que conocemos y amamos.
El largo viaje de las mallas al cuero
Hoy en día tenemos mucha suerte. Estamos viviendo una era dorada del cine de superhéroes. Gran parte del mérito se lo debemos al maravilloso universo cinematográfico creado por Disney y Marvel, seguido de cerca por el de DC. Ambos estudios están haciendo joyas del entretenimiento para cine y televisión, pero no siempre fue así.
Ha costado décadas dar con el tono apropiado para que un montón de personajes en mallas apretadas que vuelan y echan rayos por diferentes extremidades no luzcan completamente ridículos al pasarlos del papel al celuloide. El Batman de 1966 es entrañable porque es vintage, pero da un poco de vergüenza ajena. No hablemos ya de incursiones en el cine tan tremendas como Spider-Man (1977) o Doctor Extraño (1978).
Fue precisamente el Batman de Tim Burton, en 1989, el que demostró que se podía hacer cine de superheroes con una estética más seria y actual, y ni siquiera eso evitó que inmediatamente después se realizaran truños tan magníficos como Capitán América (1990) o Los cuatro Fantásticos (1994).
Si empleo un sinónimo de excremento unido al adjetivo magnífico no es por dármelas de entendido en cine de autor. Al contrario. Adoro con todo mi alma esas películas terribles y su estilo kitsch, pero eso no me impide reconocer que ninguna de ellas ha colaborado mucho a la hora de hacer que el público general se tome en serio el subgénero superhéroes.
Con sus defectos y sus pequeñas vergüenzas, películas como Blade (1998), X-Men (2000), Spider-Man (2002), o el Hulk de Ang Lee (2003) han ido ayudando a madurar el género y han logrado que cientos de miles de espectadores que no sabían quien carajo es Nick Furia o qué es Arkham vuelvan encantados a las salas de cine con cada nuevo estreno.
La culpa (siempre) es de los estudios
En mi experiencia, el noventa por ciento de las veces que algo sale mal en una película no es culpa del director, ni de los actores, sino de un individuo con traje y corbata que ha metido sus sucias zarpas en la elaboración del film. No se libran ni los grandes directores. El guión de Prometheus es digno de cadena perpetua porque 20th Century Fox contrató a Lindelof para que metiera mano al original de Spaiths siguiendo las directrices de algún ejecutivo de alto rango con alma de novelista frustrado. El último reboot de Fantastic Four es como para salir corriendo porque, de nuevo, alguien de Fox, destrozó el proyecto de Josh Trank.
El cine, como tantas otras cosas, es un negocio, pero los problemas empiezan cuando las decisiones creativas pasan a depender de responsables de marketing y ventas con el mismo criterio creativo que una oveja churra. En la actualidad, las peor decisión empresarial (que no la única) que afecta al cine de superhéroes es que la película debe obtener una clasificación para todos los públicos. En Estados Unidos, esa clasificación la dicta la todopoderosa Asociación Cinematográfica de América (MPAA por sus siglas en inglés). El objetivo es que el film sea G (todos los públicos), PG (niños acompañados de adultos) o PG-13 (Contenido inapropiado para menores de 13 que deben ir acompañados de adultos). Además, hay que evitar la clasificación R (no apta para menores de 17 años no acompañados) a toda costa. Si los niños no pueden ver la película, no comprarán las figuras de acción y el negocio se va a la porra.
A resultas de ello, tenemos un cine de superhéroes bastante digno, con un presupuesto de producción estupendo, actores decentes, buen vestuario y extraordinarios efectos especiales, pero completamente descafeinado e irreal en lo que a sexo, humor adulto o violencia se refiere.
Y, de repente, Deadpool
Llegamos a 2015. El cine de superhéroes no se sale del guión marcado desde las altas esferas de los estudios y, de repente, llega una película marginal, con un presupuesto más que ajustado y clasificada R, y rompe todos los récords, entre ellos (son muchos más):
- Mejor estreno de una película clasificada R en su primer fin de semana: 132,7 millones de dólares.
- Mejor debut en taquilla de fin de semana de un director novel (Tim Miller) y de toda la carrera de Ryan Reynolds.
- Mejor estreno de la historia de 20th Century Fox por encima de Star Wars Episode III: Revenge of the Sith.
- Mejor debut de un film de la saga X-Men en la historia.
20th Century Fox pasó olímpicamente de apoyar el film y solo cedió a darle una tibia acogida cuando miles de entusiastas auparon el proyecto en Internet. Tras el brutal debut en taquilla, ahora mismo las salas de reuniones en los estudios de Hollywood tienen que estar echando humo.
El resultado de esas reuniones no se ha hecho esperar. En un material promocional sobre la nueva entrega de Wolverine que ha aparecido en la feria del juguete de Nueva York, el film aparece por primera vez con la temida clasificación provisional PG-R. Algo nos dice que no será la última película de superhéroes en adoptar ese nuevo y fresco estilo de palabrotas, chistes guarros y violencia explícita.
No hemos aprendido nada
El problema es que Deadpool no es una buena película porque se digan muchos tacos, ni porque haya muchas heridas de bala y arma blanca o porque haya una corta escena de sexo con sus participantes desnudos (Siempre me ha fascinado esa costumbre de las protagonistas de película hollywoodiense de taparse pudorosamente con la mantita al levantarse de la cama después de una noche loca, como si hubiera cámaras delante).
Deadpool es una buena película porque la ha hecho un equipo de gente a la que le entusiasmaba profundamente el proyecto. Ese grupo de auténticos fans ha tenido una libertad creativa total porque, de hecho, al estudio le importaba un pito si el film llegaba a estrenarse o no. Su único límite era económico. Los chistes guarros, las amputaciones y el tono general de cachondeo son parte indispensable para recrear al mercenario bocazas del cómic, pero probablemente no tendrían sentido en una película de otro superhéroe.
Si Hollywood comienza a hacer películas de superhéroes con amputaciones, palabrotas y chistes autoreferenciales, es que no ha entendido nada del éxito de Deadpool. Y lo peor es que, por el camino, puede acabar con la dignidad que tanto le ha costado alcanzar a este subgénero cinematográfico. James Gunn, director de Guardians of the Galaxy, lo expresa mucho mejor:
En cuanto una película rompe récords, la gente de Hollywood se empeña en aislar las razones de ese éxito. Lo he visto con Guardians of the Galaxy. No tiene miedo de ser divertida, es colorida y graciosa, etc, etc. Y lo siguiente que ves es docenas de tráilers que parecen una copia de Guardianes, con una canción pop pegadiza y un montón de simpáticos equívocos. ¡Ugh!
Deadpool es original. Es a ESO a lo que la gente está reaccionando tan positivamente. Es original, es divertida y se nota que está hecha con cariño por un grupo de personas a las que no les importó asumir riesgos. Para que el cine sobreviva tiene que haber voces originales, no solo copias de productos de éxito.
En los próximos meses, veremos como Hollywood malinterpreta completamente la lección que debería haber aprendido con Deadpool y comienza a dar luz verde a películas parecidas. Y cuando digo parecidas no quiero decir buenas y originales, sino films groseros de superhéroes que rompan la cuarta pared todo el rato. Nos volverán a tratar como a idiotas, cosa que Deadpool no hace en ningún momento.
Gunn continua diciendo que, con un poco de suerte, un par de directivos aprenderán la lección bien y darán luz verde a proyectos originales y creativos. Lo que está claro es que Deadpool va a suponer un antes y un después no muy diferente a los que supusieron Batman, Iron Man o Avengers en su día. Lo que venga después depende solo de Hollywood y de cómo reaccionen los espectadores.
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