
Lo contábamos cuando el experimento empezó en marzo. Bajo el nombre de Deep Time, un equipo de 15 voluntarios, ocho hombres y siete mujeres, fueron sellados en una cueva oscura sin luz en Ariège, Francia. El objetivo: observar los efectos del aislamiento a largo plazo sin ningún concepto del tiempo. Cuarenta días después, los participantes han vuelto a ver la luz.
Durante este poco más de un mes no han tenido fuente de luz, ni teléfonos, relojes u otro método para saber qué día es. La única fuente de luz se proporcionaba mediante el uso de una dínamo accionado por pedal para generar electricidad.
Finalmente, la salida de la cueva se produjo el sábado del pasado fin de semana, y en las primeras imágenes se ha podido ver a los participantes sonrientes, aunque en gafas para protegerse los ojos después de tanto tiempo en la oscuridad.
Durante su estancia en la cueva, los participantes durmieron en tiendas de campaña e hicieron su propia electricidad con esa bicicleta de pedales que comentábamos. También sacaron agua de un pozo de 44 metros debajo de la tierra.
Por tanto, el equipo tuvo que seguir sus relojes biológicos para saber cuándo dormir, comer o hacer las tareas diarias, y según han comentado, en muy poco tiempo perdieron el sentido del tiempo.
Por ejemplo, uno de los voluntarios dijo que pensaba que había estado bajo tierra durante 23 días. Otro de los participantes, el profesor de matemáticas Johan Francois, dijo que corrió círculos de 10 kilómetros en la cueva para mantenerse en forma, añadiendo también que tuvo “deseos viscerales” de salir de la cueva.
Por el contrario otros de los integrantes del grupo se sintieron diferente, e incluso dos tercios de ellos dijeron que querían permanecer en la cueva por más tiempo. Según Marina Lançon, una de las siete mujeres que participaron:
Por una vez en nuestras vidas, fue como si pudiéramos presionar y estar en pausa. Por una vez en nuestras vidas, tuvimos tiempo y pudimos dejar de vivir y hacer nuestras tareas. Fue genial.
Ahora toca investigar todo lo registrado. Los investigadores franceses y suizos del Human Adaption Institute monitorearon de cerca a los voluntarios durante su tiempo en la cueva. Comprobaron regularmente los patrones de sueño, las interacciones sociales y las funciones cognitivas a través de sensores. También se recopiló la actividad cerebral de los voluntarios.
Un conjunto de datos con los que esperan que les ayude a comprender cómo las personas pueden adaptarse a condiciones de vida extremas y estar en completo aislamiento. [Science Alert]