Año 1903, W. McClaughry ingresa a Will West en la Penitenciaría de Leavenworth en Kansas. Sin embargo, por el camino no deja de pensar en la cara del criminal. Estaba seguro de que ya lo había encerrado dos años antes, parecía tener una especie de déja vu.
Ocurre que West jamás había pisado Leavenworth antes de ese día, y su caso iba a exponer uno de los mayores agujeros que existían en las sistemas de las penitenciarías de Estados Unidos.
En el pasado y hasta principios del siglo XX, las huellas dactilares no se habían instaurado, por lo que si alguien tenía la mala suerte de ser confundido físicamente por un criminal, esa persona podría estar en un grave aprieto.
Will West había sido condenado por un delito menor en 1903, pero al llegar a la Penitenciaría de Leavenworth en el noreste de Kansas, se le informó que ya estaba en prisión cumpliendo una sentencia de cadena perpetua por asesinato en primer grado.
Lo que ocurrió fue que al revisar su caso a través del sistema de identificación Bertillon en la prisión se observó que su rostro coincidía completamente con el de otro criminal.
Dicho método era la técnica de la época para la identificación criminal. Desarrollada por el experto en escritura francés, criminólogo e investigador de biometría, Alphonse Bertillon, desde 1887 se implementó en todas las penitenciarías de Estados Unidos para que pudieran llevar los informes detallados para los internos. En realidad no era nada más que una simple foto criminal, junto con una descripción detallada del rostro de la persona que se le atribuye.
Funcionó más o menos bien, ya que los delincuentes se identificaban por su fotografía y su nombre completo, o al menos así lo hizo durante un corto espacio de tiempo. Dos décadas después emergió una persona que tenía un parecido sorprendente con otra, a pesar de lo improbable de tal situación, y que, curiosamente, estaban en la misma prisión, y con el mismo nombre inicial.
Ese hombre era Will West.
Dos años antes de que ingresara en prisión, en 1901, un criminal condenado llamado William West llegó a la Penitenciaría de Leavenworth. En lo que se consideró un procedimiento formal, McClaughry, el hombre encargado de los registros, tomó sus mediciones a través del sistema Bertillon, compiló un documento para el archivo del preso, y le informó sobre las reglas en la prisión, así como el número de su celda.
En 1903 McClaughry recibió a otro criminal: Will West. Le tomaron una foto y se midió utilizando el sistema Bertillon. En el chequeo estándar apareció el nombre de William West en los archivos de la prisión. El empleado le preguntó al hombre: “¿Y ahora qué? ¿Qué has hecho ahora?”. Confundido, Will respondió que era su primera vez allí y la primera vez que lo detenían.
Al principio McClaughry no se sorprendió, creía que como casi todos los criminales, trataba de engañarle. Sin embargo y para su sorpresa, resultó que el archivo frente a él pertenecía a un hombre que todavía cumplía su condena en la prisión: William West. Mirando detenidamente el archivo, aquel tipo tenía exactamente la misma estructura ósea, la misma longitud de la nariz, la forma de la boca y la posición de los ojos... que la persona que tenía sentada en la silla, frente a su escritorio.
Realizó una doble verificación y, efectivamente, todo era completamente idéntico, como si un clon del recluso estuviera sentado frente a él.
El caso llamó la atención del FBI, quienes comenzaron a buscar nuevas soluciones. En 1904, en la Feria Mundial de St. Louis, McClaughry conoció a un hombre llamado John K. Ferrier, un oficial de Scotland Yard.
Ferrier le explicó a McClaughry cómo habían adoptado el método de identificación por huellas dactilares hacía unos tres años antes. Los resultados desde entonces habían sido precisos.
McClaughry tomó nota y adoptó el sistema en Leavenworth. El éxito del nuevo sistema fue tal que no tardó mucho en establecerse como estándar en Estados Unidos. [BlackThen, DailyMail]