La mejor manera de resumir la segunda temporada de Stranger Things es esta: si te gustó la primera (y a casi todo el mundo le gustó la primera), te gustará también esta. Han cambiado y afinado bastantes cosas, pero la esencia de la serie permanece: una historia sobre amistad, familia y nostalgia.
Es extremadamente difícil escribir sobre la temporada 2 de Stranger Things sin soltar ningún spoiler. Hasta la descripción más básica sobre los personajes se siente como tal, y es algo que cada uno debería descubrir independientemente. El argumento se desarrolla lentamente, puesto que una de las ideas del comienzo del mismo es que todo el mundo está deseoso de dejar atrás los eventos acontecidos durante la primera temporada. Y entonces, cuando el peligro acaba por fin de materializarse, algo que ocurre en el tercio final, el ritmo acelera frenéticamente.
La historia no está tan bien pergeñada como el año pasado, pero lo compensa dando seguimiento a varios hilos pendientes de una manera genial. En particular me gusta mucho como los arcos de Steve (Joe Keery), Nancy (Natalia Dryer) y Jonathan (Charlie Heaton) se desarrollan en función de todo lo que han experimentado. No son perfectos, pero sí buena gente.

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Hay una parte concreta de la temporada que no es tan efectiva como debería, un fondo de saco argumental que no hace más que devolver a un personaje a donde se encontraba al inicio de la temporada. Acaba por resultar evidente que es todo una preparación para el futuro más que algo vital a la historia de esta temporada pero, dicho todo, es un problema realmente menor.
Todos los actores que regresan en esta segunda temporada continúan siendo igual de buenos, con Hopper (David Harbour) perdiendo su lado malo y Joyce (Winona Ryder) marcando una delgada línea entre “está todo bien” y “soy demasiado sobreprotectora”.
Con respecto a Mike (Finn Wolfhard), Dustin (Gaten Matarazzo) y Lucas (Caleb McLaughlin), el argumento es menos importante que el hecho de que han alcanzado esa edad incómoda en la que todo el mundo en el colegio o bien se viste para ir de Halloween de puerta en puerta o bien se viste para ir de fiesta a beber, lo que pasa factura a su amistad. Wolfhard en particular hace un gran trabajo demostrando ser resistente a los cambios y permaneciendo leal. Matarazzo brilla más que ninguno de los otros tres. Es el personaje más gracioso y lo hace con una soltura que asusta.
Noah Schnapp hace un trabajo estupendo como Will, por supuesto, pero su personaje es prácticamente un punto argumental en esta serie y, tal y como sugieren los trailers, no regresó “del todo bien” de su viaje por el upside down. Su trabajo es cambiar entre un ser dulce y sensible a uno inquietante, algo que consigue.
La nueva adición al equipo es Max (Sadie Sink), un personaje pastiche de la “chica nueva” y marimacho tan popular en algunas de las historias de los 80. En particular, parece muy inspirada en Bev de It. Que te guste o no la introducción de Max y cómo afecta al equipo puede variar mucho, pero no puedo decir que no sea un homenaje perfecto a los 80, la serie se cuida mucho además de que no la culpes a ella de los problemas entre los cuatro protagonistas. En cuanto a Eleven (Millie Bobbie Brown), bueno, eso es imposible de comentar sin hacer spoilers. Sigue siendo genial, poderosa y su actuación es tan sincera que en más de un punto rompe el corazón.
Dos personajes nuevos también merecen halagos: Sean Astin en el papel de Bob Newby y Paul Reiser como el Doctor Owen. Astin es tan agresivamente normal y simpático que resulta hasta sospechoso. Reiser tiene ese tipo de malicia del hombre que intenta ayudar pero que a la vez todo salga como él dice. Es realmente difícil adivinar sus intenciones, lo cual supone un buen añadido a una temporada donde la amenaza principal argumental no es particularmente compleja.
Stranger Things tenía por delante una tarea relativamente compleja en lo relativo a proporcionar una segunda temporada tan buena como la primera, pero los hermanos Duffer lo han logrado. En ningún momento se aprieta el botón de “reset”, y muestra claramente cómo cada personaje crece y cambia. ¿El resultado? nueve horas que merecen (mucho) la pena.