La deep web, esa porción de la red oscura que solo es accesible a través de Tor, existe para cubrir las necesidades de hackers a sueldo, sicarios, capos de la droga de Internet, pornógrafos infantiles y sus inevitables clientes. Al menos ese es el consenso público.
Luego está la contranarrativa. A pesar de todos esos buenos para nada, los sitios .onion tienen un gran valor para activistas, reveladores de secretos y ciudadanos comunes cansados de que su información personal sea almacenada por las grandes corporaciones que controlan un Internet cada vez más monopolizado.
Y luego está la realidad: en la práctica, la mayor parte de la deep web se asemeja al Internet de hace 20 años.
Los sitios que no trabajan activamente para eludir las leyes tienden a carecer de cualquier tipo de función en absoluto. Una sola palabra en una página en blanco. Un gif estúpido con reproducción automática de sonido (esa molesta tendencia que murió con Myspace). Estos sitios ni siquiera sirven al propósito de la ciberocupación, puesto que la mayoría de las direcciones “.onion” desafían intencionadamente tu capacidad para recordarlas. En cierto modo, es refrescante ver páginas que carecen por completo de intención o interactividad; son como grafitis garabateados en un paisaje digital que está especialmente diseñado para no ser descubierto por la mayoría de la gente. No obstante, para la relativamente pequeña comunidad de onion tal vez contengan un mensaje.
Dado que las solicitudes de Tor (el software que te permite comunicarte con sitios .onion) van dando saltos por una serie de nodos para realizar peticiones de datos más difíciles de rastrear, cada acción del usuario toma una eternidad de tiempo. Las páginas se cuelgan. Los gifs cargan a paso de tortuga. Olvídate del vídeo en streaming, no va a ocurrir. En términos de velocidad y prestaciones, la deep web es un retroceso a los días del módem de 56 kbps.
Otro tema a tener en cuenta es que la deep web es minúscula. The Atlantic estimó que el número de páginas web que existen en el Internet abierto está en torno a mil millones; en la deep web, incluso los índices más generosos hablan de unas pocas miles de direcciones .onion, muchas de las cuales están caídas.
Más allá de los enlaces de phishing, de los falsos servicios de lavado de bitcoins y de los mercados de droga, lo que queda de la deep web es un montón de extraños sitios web de una sola página. ¿Recuerdas toda esa basura que había en GeoCities o las creaciones que hacían los niños en clase de HTML básico? Eso es exactamente para lo que sirve hoy en día esta herramienta de seguridad militar.
Algunas páginas son confesionarios online cuyos autores no querían que otras personas encontrasen (o sí).
Otros parecen puzzles, o las divagaciones de algún teórico de la conspiración.
En general, las páginas están a medio terminar o abandonadas. Otras son inútiles o muestran una sola palabra o gif. Las páginas basura tambien existen en las partes más fácilmente accesibles de la red, por supuesto, pero en virtud de las condiciones de escala (y las herramientas de filtrado) son empujadas tan atrás en los resultados de búsqueda que pocas personas las ven.
Con un anonimato digital bastante fiable a disposición de cualquier persona dispuesta a descargar el navegador de Tor —y eliminando la obsesión de Internet por compartir cosas—, la mayoría de la gente parece no saber qué hacer con la deep web. Todavía existe la posibilidad de que se convierta en un refugio para nuevas formas de experimentación online y arte digital, pero por ahora es un montón de mierda.