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Por qué los biólogos están tan seguros de que no existe ningún megalodón oculto en el fondo del océano

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El gran tiburón blanco es un auténtico monstruo que puede alcanzar los 7,5 metros de largo. Ahora imagina eso mismo, pero de 18 metros (dos autobuses urbanos medianos uno detrás de otro). Esa criatura es el megalodón, y se extinguió hace 2,6 millones de años, pero ¿cómo estamos tan seguros?

El megalodón (Carcharodon Megalodon) es el pez de la familia de los tiburones más grande que se conoce. Se cree que los ejemplares adultos más pequeños tenían alrededor de 10,5 metros, y los más grandes 17 o 18. Su peso oscilaba entre las 12,6 y las 59,4 toneladas, y sus dientes alcanzaban los 18 centímetros de longitud.

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Aunque pertenece al mismo género que el gran tiburón blanco (Carcharodon Carcharius), ambas especies no están directamente emparentadas y los biólogos no tienen claro si el megalodón tenia un aspecto similar a la de los tiburones blancos o era más como los tiburones peregrinos. Sea como fuere, lo que está claro por sus dientes es que era un depredador, y que verlo en directo debía ser un espectáculo sencillamente terrorífico.

El poder del megalodón ha inspirado numerosos relatos de entre los que sobresale MEG, de Steve Alten. Su novela sobre un megalodón que ha sobrevivido todo este tiempo en una región oculta del fondo del océano ha inspirado también una película protagonizada por Jason Statham.

Cómo sabemos que no queda ninguno vivo

Circulan interminables leyendas urbanas y documentales con imágenes falsas sobre la existencia de ejemplares de este tiburón primitivo en nuestros días. La realidad, por tercos que se pongan con los montajes de Photoshop, es que nunca se ha encontrado ninguna evidencia científica de que queden megalodones vivos. Ni una. Todos los dientes hallados son fósiles. No ha habido avistamientos comprobados ni se han encontrado restos de sus presas.

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Y no, los famosos documentales Megalodon: The Monster Shark Lives y Megalodon: The New Evidence no son ninguna prueba de nada. Ambos son puro espectáculo falso a mayor gloria de la semana del tiburón de Discovery Channel. Sus supuestos científicos son actores comprobados y el “aterrador y espeluznante”vídeo del megalodón en la fosa de las Marianas en realidad muestra un tiburón de apenas tres metros.

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Por supuesto, una cosa es que no podamos demostrar que existe, y otra muy diferente demostrar que no existe. Esta última parte es más complicada, pero hay numerosos indicios que apuntan a que, si existiera aunque solo fuera uno, ya lo habríamos detectado.

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Un tiburón de aguas cálidas y poco profundas

La primera razón por la que la teoría del Megalodón oculto en las profundidades es imposible es porque no podría sobrevivir a esa profundidad. La distribución de los dientes de megalodón fósiles que hemos encontrado indica que era un animal que vivía en aguas cálidas, poco profundas y cercanas a la costa. Su cuerpo no estaba diseñado para sobrevivir en aguas frías, y menos aún abisales. En aguas poco profundas hace tiempo ya que lo habríamos avistado de alguna forma.

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Sin comida suficiente para sobrevivir

La segunda razón es que un depredador de 18 metros con ese tipo de dientes se alimenta de presas muy grandes y deja una huella muy profunda en el ecosistema. Incluso un ejemplar solitario hubiera dejado a su paso un rastro descomunal de cadáveres y restos cuyas heridas son tan características que no se pueden atribuir a otros animales o a las hélices de un barco.

Esas marcas de dientes de megalodón en los huesos son precisamente el dato que permitió al paleontólogo Alberto Collareta averiguar cuál fue la causa de la extinción del megalodón. Aquel escualo prehistórico se alimentaba de dos especies de ballenas: la Piscobalaena nana y la Piscophoca pacifica. La población de ambas especies sufrió un colapso en algún momento hace entre 5,3 y 2,58 millones de años. Los indicios apuntan a que los megalodones se extinguieron porque se quedaron sin su presa habitual y no lograron encontrar reemplazo.

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No habría uno solo. Habría cientos

No conocemos animales vertebrados que hayan logrado vivir durante millones de años. Lo más parecido que conocemos son bacterias que han permanecido congeladas en permafrost durante miles de años. En otras palabras, que para que hoy en día exista algún megalodón vivo tiene que ser un ejemplar nacido de una población de megalodones lo bastante grande como para que sea estable a nivel genético y ecológico. Hablamos de cientos de individuos como poco, probablemente miles. No hay ecosistema que resista eso sin que nos enteráramos.

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Ni dientes ni restos de presas

¿Podría un solo megalodón alimentarse de ballenas, delfines y peces grandes sin que lo supiéramos? La respuesta es no. La mayor parte de los animales lo bastante grandes viven a profundidades de menos de 100 metros. Ni siquiera los calamares gigantes son tan abundantes como para servir de alimento a un animal de 50 toneladas que necesita cantidades ingentes de comida. Haría falta un edén de las profundidades completamente desconocido para el hombre como el que esbozan en la película The Meg para soportar semejante depredador.

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Otro detalle importante son los dientes. Los tiburones pierden dientes todo el rato, pero su cuerpo los repone. Si hubiera un megalodón suelto ya tendríamos que haber encontrado sus dientes o fragmentos de ellos clavados en restos de ballenas o en otras presas.

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Los cuentos de monstruos marinos son fascinantes e invitan a imaginar que hay criaturas imposibles más allá de donde alcanza nuestra vista, pero hasta la fecha nada indica que el megalodón sea una de ellas.