
Desde que el virus SARS-CoV-2 apareció en China no han faltado las teorías conspiranoicas que aseguran que el patógeno es una creación de laboratorio. Un nuevo análisis del nuevo coronavirus responsable de la pandemia revela que no es así, pero la gran pregunta sigue sin respuesta: ¿Cómo nació?
Lo cierto es que no es de extrañar que haya gente que piense que el coronavirus COVID-19 es algún tipo de patógeno escapado de un laboratorio. Al fin y al cabo Wuhan es precisamente el lugar donde China construyó uno de los laboratorios de investigación biológica que lidia con algunos de los microorganismos más peligrosos del planeta. La idea de que el coronavirus es algún tipo de arma biológica salida de ese centro es demasiado peliculera como para pasarla por alto en el aburrimiento de la cuarentena.
El problema de la teoría de que el SARS-CoV-2 es artificial es que un virus no es un geranio que se pueda cultivar y refinar hasta que dé flores del color que nos gusten, no sin que el proceso deje huellas imborrables en su genoma.
Los responsables de este nuevo estudio publicado en Nature han analizado el genoma secuenciado del SARS-CoV-2 con especial atención a sus receptores proteínicos. Son las “espinas” de su cubierta que el organismo usa para ligarse a la proteína de la membrana celular ACE2 que principalmente se encuentra en los pulmones. Los Coronavirus son una gran familia de virus que conocemos desde hace tiempo. Algunos afectan a los seres humanos, otros no. La cuestión es que esas espinas que el SARS-CoV-2 usa para adherirse a la ACE2 son tan sofisticadas que sería imposible desarrollarlas en laboratorio. Solo hay un ingeniero genético en el mundo con la suficiente habilidad como para crear esa desafortunada obra de arte: la madre naturaleza.
El segundo “pero” a la idea de un virus desarrollado por el hombre es la propia estructura del SARS-CoV-2 y su procedencia. Si alguien quisiera desarrollar un virus peligroso para el ser humano nunca partiría de algo como un Coronavirus no infeccioso. Sencillamente es demasiado trabajo. Es mucho más sencillo desde el punto de vista científico partir de un organismo que ya es un patógeno infeccioso reconocido para el ser humano. La estructura del nuevo virus proviene de otras variantes que ya conocemos de animales como los pangolines o los murciélagos que no eran infecciosas en origen.
Desechada la idea de la conspiración, el problema sigue siendo el mismo. ¿Cómo se convirtió el Coronavirus en un patógeno tan infeccioso para el ser humano? La respuesta a esta pregunta es crucial para luchar contra la pandemia y lo único que hemos podido lograr hasta ahora es reducir la respuesta a dos posibles escenarios en función de cuándo y cómo adquirió el virus la habilidad de infectar seres humanos.

En el primer escenario, el virus desarrolló sus receptores para las células humanas antes de entrar en contacto con ningún ser humano. No es algo tan raro. Tanto el coronavirus responsable del SARS como el del MERS se desarrollaron de esta forma y saltaron a los seres humanos desde las civetas y los camellos. El animal que se cree que ha sido el vector en el caso del SARS-CoV-2 es el murciélago, pero no existen pruebas de transmisión directa de murciélagos a seres humanos. No, esa foto o ese vídeo que has visto de una estomagante sopa de murciélago no es la causa de la epidemia. Es solo un meme viral más para alimentar el racismo y, de hecho, ni siquiera proviene de China, sino de la isla de Palau, en el Pacífico.
En el segundo escenario, el virus entró en el ser humano siendo inofensivo, y tras un tiempo en este nuevo huésped desarrolló los receptores que lo convirtieron en un patógeno peligroso. En este caso, el origen del SARS-CoV-2 sería similar al de la gripe aviar y su procedencia podría estar directamente relacionada con los pangolines, o haber pasado de ese animal al ser humano a través de un intermediario como las civetas o los turones.
¿Por qué este detalle es importante? Pues porque supone la diferencia entre sufrir nuevos brotes de COVID-19 en el futuro o no. Si el patógeno evolucionó dentro del ser humano como sugiere el segundo escenario significa que si ahora lo controlamos las posibilidades de que vuelva a aparecer son muy limitadas. Sin embargo, si el escenario cierto es el primero, el patógeno sigue ahí fuera, en algún animal salvaje, y es solo cuestión de tiempo que pueda volver a aparecer, quizá incluso en una versión más virulenta.
De momento es imposible saber cuál de los dos escenarios es el bueno con la información de que disponemos. De hecho, y pese a todos los esfuerzos, aún no hemos sido capaces de encontrar al paciente cero de la pandemia. Si llegamos a localizar al primer ser humano contagiado directamente por un animal tendremos la clave para poner fin al COVID-19 de una vez y para siempre. [Nature vía Medical Express]