Es posible que el Mini Chita no sea necesariamente capaz de reconocer que es la grava suelta la que constantemente hace que pierda el equilibrio, o el hielo que hace que sus pies resbalen. Pero al monitorear constantemente sus movimientos puede saber cuándo no está caminando tan efectivamente como podría, y en función de lo que hacen sus piernas, ahora puede adaptar sus movimientos para asegurarse de seguir avanzando. Esas adaptaciones pueden incluso compensar el posible bajo rendimiento de los componentes del robot como resultado de daños o sobrecarga.

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Hay otra razón por la que los robots no corren, y no tiene nada que ver con los investigadores preocupados por dañar una máquina personalizada que posiblemente cuesta cientos de miles de dólares construir. Correr requiere que un robot empuje sus diversos componentes, como motores eléctricos y servos, hasta los límites de su rango operativo, momento en el que pueden comenzar a actuar con diferentes comportamientos que son tan difíciles de predecir como lo que podría pasarle a un robot que atraviesa hielo resbaladizo. Pero de la misma manera que el Mini Chita ahora puede adaptarse a diferentes terrenos, también puede adaptarse a cómo funcionan sus propios componentes, lo que le permite funcionar de manera más efectiva.

Puede que no sea lo más elegante de ver cuando se mueve a altas velocidades, pero el Mini Chita alcanzó una nueva velocidad máxima de 3,9 m/s, o un poco más de 14 kilómetros por hora, que es más rápido de lo que puede correr un ser humano promedio. Sin embargo, el nuevo enfoque no se trata solo de enseñar a los robots a correr. Se podría enseñar rápidamente a las manos de los robots a manejar de manera segura miles de objetos diferentes que nunca antes habían tocado físicamente, y se podría enseñar a los drones autónomos a volar en condiciones climáticas adversas a través de simulaciones seguras en lugar de enviarlos al mundo real para aprender por prueba y error.