La escena es increíblemente confusa. Suenan acordeones, hay una docena de personas hablando a la vez en tres idiomas distintos y solo se distingue una voz estridente, la de Catherine Fulop, que exclama: “¡Pana, tripéalo! ¡Si nos transportaron los extraterrestres! ¡Pasó una vaina en el tiempo!”
Corre el año 1993. Catherine Fulop se había consolidado como una estrella internacional después de protagonizar la telenovela Abigail con el que entonces era su marido: Fernando Carrillo. La actriz, vedette, conductora de televisión y modelo venezolana llegó a España un año antes para presentar el programa Viéndonos junto al dúo cómico Martes y 13. Nada de esto tiene que ver con el resto del artículo, pero nos pone en situación.
Noche cerrada. Fulop, su marido y dos amigos españoles van en un Mercedes Benz de camino a Madrid. Cuando les falta una hora para llegar, una nube roja envuelve el coche y el motor empieza a fallar. La intensa niebla impide ver la carretera, pero un inquietante sonido de fondo los anima a continuar avanzando. Suena como la música que emiten los platillos volantes en las películas de serie B. “Esto es una vaina rara”, dice Catherine, hipnotizada por las luces rojas que intuye desde la ventanilla.
Superada la nube, pero aún con problemas de motor, los amigos llegan a una estación de servicio Shell, se abrigan, bajan del coche y entran a la tienda. “¿Tendrían algo de beber?”, preguntan. Los empleados de la gasolinera se miran intrigados y balbucean algo ininteligible: son alemanes, no entienden ni una palabra de lo que están diciendo esos señores. “¿Hablan ustedes español?” Nein. Catherine Fulop se parte de risa. “Where is the country? Spain?”, pregunta. “No estamos en España”, concluye.
Tras una breve conversación de besugos, los alemanes sacan un mapa y señalan Rosenheim, a medio camino entre Múnich y Salzburgo. “¡Mira dónde estamos!”, grita Catherine, que parece pasárselo en grande. ¿Han viajado 2000 kilómetros? Todo encaja: los carteles están en alemán, los periódicos son alemanes, y hasta tienen marcos en la caja registradora.
Al minuto llega un patrullero de la polizei alemana y dos agentes entran en la tienda. Se acercan a Catherine y le piden el pasaporte. Muerta de risa, la actriz obedece. “Señora, no lo va a creer, pero hace dos minutos estábamos en Madrid”, le comenta Fulop a una mujer que decía hablar algo de español. “Luces, nosotros vimos unas luces rojas en la carretera, y niebla...”.
A partir de ese momento, la cosa se complica. Primero entra en escena una orquesta completa de acordeonistas alemanes con trajes típicos de Bavaria, y después aparece en la estación de servicio una pareja inglesa con ropa de época que asegura venir del año 1858. “Son de otra época”, explica Fulop, encantada de la vida. Si me quedaba alguna duda, en este momento dejo de creer que Catherine Fulop se esté tragando aquella cámara oculta.
Pero da lo mismo, porque justo en ese momento aparecen las cámaras y alguien le entrega un ramo de rosas a la actriz. Los acordeones empiezan a sonar y el elenco aplaude: todo era una broma para el programa Inocente, inocente, que por entonces se emitía en las cadenas autonómicas de España. El marido de la víctima, Fernando Carrillo, era cómplice de la broma.
La cámara oculta a Catherine Fulop no solo estaba basada en un fenómeno conocido por los ufólogos como “teleportación” (en el que objetos o personas son transportardas por el espacio-tiempo sin explicación), sino que se inspiraba en el caso de teleportación más famoso del mundo, el que supuestamente ocurrió en Argentina una noche de otoño de 1968.
Así contó la historia la prensa argentina: El abogado Gerardo Vidal y su esposa viajaban en coche entre Chascomús y Maipú, en la provincia de Buenos Aires. De repente, el vehículo entró en un banco de niebla y la pareja perdió el conocimiento. Despertaron 48 horas más tarde, sin recordar nada de lo sucedido, y se dieron cuenta de que la pintura del techo de su coche estaba quemada. Pero había algo más: se encontraban en la Ciudad de México, a 7500 kilómetros de su casa.
Nació una leyenda: “el caso Vidal”. Y lo hizo gracias a la prensa, que lo publicó como noticia. Primero se hicieron eco los diarios La Mañana y La Capital de la ciudad de Mar del Plata; después se sumaron periodistas de todo el país que añadieron fechas exactas, coordenadas geográficas y testigos indirectos de lo sucedido. Contaban, por ejemplo, que los Vidal fueron repatriados por el consulado de Argentina en México, pero que el coche tuvo que ser trasladado a un laboratorio en los Estados Unidos para su estudio.
Solo había un detalle que hacía imposible la verificación de los hechos: los Vidal no aparecían. A pesar de los múltiples intentos por encontrarlos, nunca dieron una sola entrevista, nunca salieron del anonimato. Y cuando el cónsul argentino en México negó los hechos al diario Clarín, otros medios lo achacaron a un intento de proteger la intimidad de la pareja.
El caso Vidal fue seguido de otros similares en Brasil durante la década de los 70. Los medios locales hablaban de teleportaciones en Río Grande del Sur, San Pablo y Río de Janeiro con un destino en común: México. En los 90 surgió otra oleada de abducciones en España: una pareja viajó de Sevilla a Córdoba en un abrir y cerrar de ojos, y otros llegaron mucho más lejos: a Santiago de Chile. Todos los casos seguían el modelo original: la niebla, la somnolencia de los testigos y el riguroso anonimato de los protagonistas.
También hubo casos que añadieron cierto dramatismo, como el de una familia de Río Negro, en Argentina, que fue teleportada de San Antonio Oeste a General Conesa en febrero de 1994. Su furgoneta se desplazó más de cien kilómetros y sus cuerpos quedaron marcados. Aseguran que pudieron ver unos “seres grises”, y a uno de ellos incluso le desapareció un tumor.
Por aquel entonces, el periodista argentino Alejandro Agostinelli intentaba contactar sin éxito con el matrimonio Vidal. No fue hasta 1996 que descubrió que su gesta era misión imposible, pues los Vidal nunca habían existido. Por desgracia para los ufólogos, el fenómeno que lo empezó todo no había sido más que una maniobra de marketing para promocionar una película.
Según explica Agostinelli en su libro Invasores. Historias de extraterrestres en Argentina, los Vidal fueron un invento del cineasta argentino Aníbal Uset como parte de la promoción de su película Che, ovni. Esta comedia de ciencia ficción, que se estrenó apenas dos meses después de que el caso Vidal saliera en la prensa, trata sobre un cantante de tango de Buenos Aires que es abducido por unos alienígenas y soltado en Europa.
Como destaca Luis Alfonso Gámez en su blog Magonia, Uset solo necesitó de la complicidad de un pícaro periodista para que el resto de los medios se tragara la historia y entrara al trapo. Así fue como el caso Vidal se convirtió en una leyenda urbana que duró varias décadas a ambos lados del Atlántico. Y que en 1993 hizo pasar un buen rato a la famosa actriz, vedette, conductora de televisión y modelo venezolana Catherine Fulop.