La idea es tan futurista, que parece digna del mismísimo Tony Stark, pero es muy real, o lo fue. Durante cerca de diez años, dos de las organizaciones científicas más prestigiosas de Estados Unidos compitieron por un objetivo improbable: crear el primer corazón artificial alimentado por energía nuclear.
Corría el año 1967, y nadie tenía una tecnología que permitiera fabricar un reactor nuclear del tamaño de un corazón como el que Iron Man lleva implantado en el pecho. Aún hoy es pura ciencia-ficción. Sin embargo, para esa fecha sí que habíamos enviado varios satélites al espacio que obtenían su energía gracias a un motor de Plutonio.
Ese motor es lo que en términos de ingeniería se conoce como un generador termoeléctrico de radioisótopos o RTG por sus siglas en inglés. Lo que produce la electricidad no es otra cosa que el calor que emite una pequeña cantidad de Plutonio al decaer.
La idea comenzó a ser explorada en paralelo por dos organizaciones científicas: El Instituto Nacional del Corazón (NHI), y la Agencia de la Energía Atómica (AEC). Ambas contaban, por cierto, con el apoyo de fondos federales para llevar a cabo sus investigaciones. El reto fue asumido con dos enfoques diferentes. El NHI comenzó a diseñar una válvula cardíaca funcional que no produjera rechazo en el paciente cuya energía provenía de un dispositivo nuclear externo. El AEC trató de integrar ambos dispositivos en uno solo que pudiera implantarse.
Los doctores Denton A. Cooley y John C. Norman lograron, entre 1972 y 1974, implantar con éxito en vacas varios corazones artificiales alimentados por Plutonio-238. Los animales lograron sobrevivir durante unas horas, pero el sistema distaba mucho se ser perfecto. El principal problema era que el isótopo radioactivo genera una considerable cantidad de calor que no es fácil de disipar. Eso por no mencionar el riesgo de una posible intoxicación por radiación y los problemas de aislamiento que generaba.
A finales de los 70, y en plena guerra fría, se sumó una nueva preocupación al proyecto: que alguien decidiera robar el plutonio de los pacientes con un corazón atómico para fabricar armas nucleares. finalmente, la idea se abandonó porque sus inconvenientes eran mucho mayores que la supuesta ventaja que ofrece una fuente de energía de larga duración como el plutonio. Los dos proyectos nunca se retomaron.
A día de hoy, la ciencia sigue tratando de diseñar un corazón completamente funcional que pueda sustituir el de una persona. Estamos cerca, pero aún no hemos perfeccionado la técnica. En 2001, la compañía AbioCor logró implantar un corazón artificial con éxito. Su receptor, Tom Christerson, vivió con él durante 512 días. La mayor parte de los pacientes que se han sometido voluntariamente a estas intervenciones solo sobreviven unos meses. [Physics Today vía Science Alert]