
Sabemos que el coronavirus causante de la actual pandemia de covid-19 proviene de los murciélagos, pero ¿cómo saltó a los seres humanos? Los expertos creen que hubo otra especie que sirvió de intermediaria. Un nuevo estudio ha encontrado indicios de que ese eslabón perdido en la cadena del virus es uno muy querido y familiar: los perros.
Desde que se detectó por primera vez la enfermedad, los virólogos trabajan contrarreloj para completar la historia secreta del SARS-CoV-2. Es un trabajo de detective crucial no solo a la hora de desarrollar una vacuna, sino también para evitar futuras infecciones. Esa tarea consiste en examinar la secuencia genética del SARS-CoV-2 y compararla con la de otras especies conocidas de coronavirus.
Los análisis sugieren que el virus es una mezcla entre un coronavirus propio de los murciélagos y otro coronavirus cuyo origen sigue siendo desconocido. Ambos se unieron en un proceso llamado recombinación, pero el segundo ingrediente de ese cóctel genético sigue sin encontrarse. Los primeros estudios apuntaron a que el virus causante de la covid-19 pasó de los murciélagos a las serpientes. Tenía sentido si tenemos en cuenta que las serpientes se crían y venden en China como alimento y que los primeros casos apuntaban a un mercado de animales vivos en Wuhan.
La hipótesis de la serpiente acabó por desestimarse en favor de otra especie conocida por ser un reservorio de coronavirus y por el extenso comercio ilegal que se hace de ella en China: el pangolín. Un equipo de investigadores chinos descubrió otras dos variantes de coronavirus similares en un 85,5 y un 92,4 por ciento al actual causante de la pandemia en restos de pangolín congelado que fueron incautados por las autoridades aduaneras a finales de 2018 y comienzos de 2019. Los restos, sin embargo, no han servido para trazar la pandemia de SARS-CoVID-2 hasta su origen.
Llegamos al momento actual. Un estudio publicado en la revista Molecular Biology and Evolution apunta a un nuevo intermediario en la cadena de transmisión del coronavirus: el perro. El profesor Xuhua Xia, de la Universidad de Ottawa, ha comparado la estructura molecular del SARS-CoV-2 con la de otros 1.252 coronavirus conocidos. La parte en la que Xia centro su análisis son los dinucleótidos CpG.
Los CpG son una parte clave de los Coronavirus porque es el segmento del ARN que el sistema inmunitario de los mamíferos utiliza para identificar virus potencialmente peligrosos. Los mamíferos (seres humanos incluidos) tenemos una proteína antiviral basada en el zinc (la zinc finger antiviral protein o ZAP) que se encarga precisamente de detectar las cadenas de genoma con dinucleótidos CpG y degradarlas, impidiendo la replicación del coronavirus en los pulmones. Sin embargo, el mecanismo ZAP no siempre es efectivo. Algunos virus evolucionan para reducir al máximo su CpG, lo que dificulta a las proteínas antivirales humanas el descubrirlos y neutralizarlos. Cuanto menor sea el índice de CpG, más agresivo es el virus.

Todo esto es importante porque la estructura de los dinucleótidos CpG permite estudiar cómo ha evolucionado un virus. Al comparar los CpG del SARS-CoV-2 con los de otros coronavirus, el profesor Xuhua Xia encontró un patógeno con una estructura de dinucleótidos que encaja muy bien con la del causante de la covid-19. El patógeno es el CCoV, un coronavirus originario de los perros causante de una extendida enfermedad intestinal.
Los receptores celulares del SARS-CoV-2 sugieren que se desarrolló en el sistema digestivo del ser humano y de hecho se han encontrado trazas del virus en las heces. No resulta imposible pensar que los perros adquirieran el virus al comer algún cadaver de murciélago. El virus recombinado pasó de su estómago a las heces y de ahí probablemente a su saliva al lamerse. El salto a los seres humanos pudo ser algo tan sencillo como el paciente cero acariciando a un perro callejero. [Molecular Biology and Evolution vía IFL Science]