Está claro que la limitación en prestaciones ha dado como resultado un teléfono muy asequible y con una batería envidiable. El problema es que eso son los términos que definían el éxito casi dos décadas atrás. En pleno siglo XXI, la simple ausencia de aplicaciones es más que suficiente para condenar a un terminal a la irrelevancia o al mercado de nicho, uno en el que el 3310 se diluirá poco a poco.

Es discutible, desde luego, pensar que lo que Nokia busca con el Nokia 3310 renacido de sus cenizas sea algo parecido al éxito. En mi cabeza se aproxima mucho más a una maniobra de marketing. El problema es que, cinismos y pesadumbres aparte, todavía sigue habiendo un hueco inmenso para un Nokia 3310 simple, resistente, duradero y con “lo básico”: WhatsApp, Facebook y un navegador.

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No ha ocurrido esta vez, quizá el año que viene. Mi duda es si dentro de 365 días seguiremos hablando de este nuevo intento o, en su lugar, compartiendo y recordando los buenos viejos tiempos del primigenio 3310, los mismos que Nokia ha fallado hoy en rescatar.

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