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Cómo ha justificado la Iglesia Católica los avances de la ciencia a lo largo de los últimos 50 años

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La gigantesca teoría de la evolución de Darwin es el conjunto de evidencias y conocimientos científicos que explican la evolución biólogica. Antes de ella, la del Big Bang describe el envoltorio de la de Darwin, nada menos que el origen del Universo. ¿Cómo justifica la Iglesia ambas teorías? Admitiéndolas. O casi.

Hace cuatro años, los medios abrieron con grandes titulares las palabras del Papa Francisco. En ellos se podía leer frases del tipo: “Francisco abraza la evolución” o “ El nuevo Papa acepta el Big Bang”. El líder de la Iglesia Católica Romana dijo en octubre de 2014 que la evolución darwiniana era real, y que también lo era el Big Bang. No sólo eso, en otra parte de su discurso ante la Pontificia Academia de las Ciencias, el Papa dijo sorprendentemente lo siguiente:

Cuando leemos acerca de la Creación en el Génesis, corremos el riesgo de imaginar que Dios era un mago, con una varita mágica capaz de hacer todo. Pero eso no es así. Él creó a los seres humanos y los dejó desarrollar según las leyes internas que les dio a cada uno para que pudieran alcanzar su realización.

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En aquella postura del Papa sobre la evolución y la cosmología, quizás sorprendente para muchos (de hecho, Francisco se ha mojado como nadie en temas que hasta entonces la Iglesia rehuía), seguía existiendo un espacio para un dios creador divino, aunque ubicando su papel en el tiempo anterior al nacimiento del universo tal y como lo conocemos.

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En realidad, el pensamiento no era tan novedoso, la Iglesia Católica y el Vaticano llevan más de medio siglo admitiendo conceptos tan a priori contrarios a su fe como son el evolucionismo o el Big Bang. Para ser más exactos, lo hacen desde 1950, con la llegada del Papa Pío XII.

Pío XII, un hombre profundamente conservador, abordó directamente y de forma sorprendente el tema de la evolución en una encíclica de 1950, el Humani Generis. El documento deja en claro la ferviente esperanza del Papa de que la evolución fuera una moda pasajera científica, y ataca a aquellas personas que “imprudentemente e indiscretamente sostienen que la evolución explica el origen de todas las cosas”.

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Sin embargo, Pío XII declara por primera vez que nada en la doctrina católica se contradice con una teoría que sugiere que una especie podría evolucionar a otra, incluso si esa especie es el hombre. De hecho, el Papa declaró lo siguiente:

La Autoridad de Enseñanza de la Iglesia no prohíbe que, de conformidad con el estado actual de las ciencias humanas y la teología sagrada, la investigación y el debate por parte de los hombres en ambos campos tengan lugar con respecto a la doctrina de la evolución, en la medida en que indaga sobre el origen del cuerpo humano como procedente de la materia preexistente y viviente, ya que la fe católica nos obliga a sostener que las almas son creadas inmediatamente por Dios.

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En otras palabras, el Papa podría vivir con la evolución, siempre y cuando el proceso de “animar” a los humanos se lo dejara a Dios. Eso sí, Pío XII advirtió que consideraba que el juicio todavía estaba fuera sobre la cuestión de la validez de la evolución, “no debe aceptarse, sin más evidencia, como si fuera una determinada doctrina probada”, sentenció.

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Sea como fuere, con el Humani Generis se da la única encíclica papal para abordar la cuestión de la evolución. Se exponía la posición oficial de la Iglesia sobre la selección natural. Una declaración donde no hay conflicto intrínseco entre el cristianismo y la evolución. La teoría, tal como la articuló Charles Darwin en el origen de las especies, ha resistido el escrutinio científico desde su publicación en 1859, y la Iglesia parece que desde entonces no discute esto.

Sin embargo, y como decía antes, el alma humana es una creación de Dios y no el producto de las fuerzas materiales, y aquí no hay discusión para la iglesia: los humanos descienden de los simios, pero todos compartimos un ancestro varón común, Adán. Curiosamente, los humanos pueden ser descendientes de un ancestro femenino común, Eva mitocondrial, pero eso es ciencia, no una conjetura bíblica.

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Volviendo a la Iglesia, no fue hasta la llegada del Papa Juan Pablo II que se revisó la cuestión de la evolución. Ocurrió en un mensaje de 1996 a la Academia Pontificia de las Ciencias. A diferencia de Pío XII, Juan Pablo II era un gran lector que abarcaba la ciencia. De hecho, se ganó el respeto de muchos científicos cuando en abril de 1993 absolvió formalmente a Galileo, 360 años después de su acusación, del apoyo herético al heliocentrismo de Copérnico. En el mensaje decía lo siguiente:

Espero que todos podamos beneficiarnos de la fecundidad de un diálogo de confianza entre la Iglesia y la ciencia. La evolución es un tema esencial que interesa profundamente a la Iglesia. La ciencia y las Escrituras a veces tienen aparentes contradicciones, pero cuando ocurre, debe encontrarse una solución porque la verdad no puede contradecir la verdad. Por ejemplo, la Iglesia acepta los descubrimientos de Galileo sobre la naturaleza del sistema solar, un hecho que podría inspirar a la Iglesia a buscar una nueva y correcta interpretación de la palabra.

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Cuando el Papa llegó al tema de los méritos científicos de la evolución, pronto quedó claro cuánto habían cambiado las cosas en los casi cincuenta años desde que el Vaticano abordó la cuestión por última vez con Pio XII. Juan Pablo dijo lo siguiente:

Hoy, casi medio siglo después de la publicación de la encíclica, el nuevo conocimiento ha llevado al reconocimiento de la teoría de la evolución como algo más que una hipótesis. De hecho, es notable que esta teoría haya sido aceptada progresivamente por los investigadores, después de una serie de descubrimientos en diversos campos del conocimiento. La convergencia, ni buscada ni inventada, de los resultados del trabajo que se llevó a cabo independientemente es en sí misma un argumento significativo a favor de la teoría.

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De esta forma, la evolución, una doctrina que Pío XII solo reconoció como una posibilidad “desafortunada”, Juan Pablo pasaba a aceptarla en nombre de la Iglesia cuatro décadas más tarde “como un hecho efectivamente probado”.

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Obviamente, las palabras del Papa llenaron páginas de periódicos y su discurso se recibió con entusiasmo entre la mayoría de investigadores. Sin embargo, y como era de esperar, los creacionistas expresaron consternación por las palabras del pontífice y sugirieron que todo podría deberse a una traducción defectuosa (el discurso de Juan Pablo fue en francés).

También hubo críticas desde la comunidad científica. Por ejemplo, Richard Dawkins publicó un artículo donde acusaba al Papa de un “doble discurso insostenible”. Para el biólogo:

No se pueden tener las dos formas, y es inadmisible que la iglesia siga hablando de un momento en la evolución de los homínidos cuando Dios intervino e inyectó un alma humana en un linaje previamente animal.

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Años después, y acercándonos ya a la actualidad, Benedicto XVI consideró el conflicto entre el creacionismo y la evolución como absurdo. Según escribió:

Actualmente, veo en Alemania, aunque también en Estados Unidos, un debate un tanto feroz entre el llamado “creacionismo” y el evolucionismo, presentado como si fueran alternativas mutuamente excluyentes: aquellos que creen en el Creador no podrían concebir de la evolución, y aquellos que en cambio apoyan la evolución tendrían que excluir a Dios.

Esta antítesis es absurda porque, por un lado, hay tantas pruebas científicas a favor de la evolución que parece ser una realidad que podemos ver y que enriquece nuestro conocimiento de la vida y el ser como tales. Pero, por otro lado, la doctrina de la evolución no responde a todas las preguntas, especialmente a la gran pregunta filosófica: ¿de dónde viene todo? ¿Y cómo comenzó todo lo que finalmente condujo al hombre? Creo que esto es de suma importancia.

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En realidad, las palabras de Benedicto vuelven a la misma casilla de salida: la idea de que la religión y la selección natural darwiniana pueden trabajar juntas en armonía.

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Finalmente, con la llegada del Papa Francisco y las palabras con las que comenzábamos en su discurso del 2014, se volvía al mismo callejón sin salida: la posición de la iglesia de nuevo en línea con su posición histórica sobre el pensamiento científico.

Ha pasado más de medio siglo desde que Pío XII abriera las puertas de la iglesia a parte de la ciencia. Una versión sorprendente de los hechos donde cabe Darwin, su evolución y el Big Bang, pero siempre y cuando haya un Dios que permita sazonar a las especies que concluyeron en el hombre bajo esa entidad abstracta que denominan alma. [Wikipedia, Forbes, Vatican, Smithsonian, Wall Street Journal]