
El descubrimiento de Fomalhaut b marcó la primera observación directa de un planeta externo al sistema solar. O eso pensaron los astrónomos. El objeto acabó desvaneciéndose, y un estudio apunta ahora a que nunca fue un exoplaneta, sino una gran nube de polvo causada por una colisión celestial.
Fomalhaut es una de las estrellas más brillantes del firmamento. Con 400 millones de años, se encuentra a 25 años luz de distancia y tiene casi el doble de masa que el Sol. Fomalhaut b fue observado por primera vez en 2004 y catalogado como un exoplaneta del tamaño de Júpiter en 2008. Gracias al telescopio espacial Hubble, se convirtió en el primer exoplaneta detectado en el espectro visible en vez de con el método del tránsito, que consiste en medir las variaciones de brillo de una estrella para deducir el paso de un planeta.
Pero Fomalhaut b siempre fue un planeta raro. Recorría una órbita exagerada y era demasiado brillante para no tener una señal en el infrarrojo, lo que significa que reflejaba mucha luz de su estrella y, paradójicamente, no emitía calor. Los astrónomos supusieron que el brillo añadido provenía de un anillo de material que rodeaba al planeta, pero entonces Fomalhaut b empezó a desaparecer.
Ahora, tras analizar todos los datos recogidos con el telescopio espacial Hubble, los científicos András Gáspár y George Rieke, de la Universidad de Arizona, han llegado a la conclusión de que Fomalhaut b nunca fue un exoplaneta.
Según un comunicado publicado en la web del Hubble:
Una interpretación es que, en lugar de ser un objeto planetario de tamaño completo, podría ser una gran nube de polvo en expansión producida por una colisión entre dos grandes cuerpos que orbitan alrededor de la brillante estrella cercana Fomalhaut. Las posibles observaciones de seguimiento podrían confirmar esta extraordinaria conclusión.
Esta interpretación explica por qué Fomalhaut b empezó a aumentar de tamaño antes de desaparecer por completo en 2014: la nube de polvo seguía expandiéndose, pero el Hubble ya no era capaz de verla. Según Gáspár y Rieke, la colisión debió ocurrir alrededor de 2004, de manera que el Hubble relató el evento desde el principio, cuando los asteroides gigantes acababan de chocar (o mejor dicho, cuando nos llegó la luz de dicha colisión).
“Estas colisiones son extremadamente infrecuentes, por lo que es muy interesante que podamos ver una”, escribió Gáspár. Teniendo en cuenta la densidad de este disco de escombros, los autores estiman que una explosión así ocurre aproximadamente una vez cada 200.000 años. “Estábamos en el lugar correcto y el momento adecuado para presenciar un evento tan poco probable”.