Uno. Dos. Uno. Uno. Rojo. Negro. Arranque. Esa es la secuencia que pone en marcha War Rig, el descomunal camión de 2000 caballos de potencia, fuego y espinas que conduce Imperator Furiosa (Charlize Theron) en Mad Max: Fury Road. Esta es la crítica, sin spoilers, de una de las mejores películas de acción que he visto en años.
Mad Max: Fury Road es sangre, fuego, gasolina, desierto y sudor. Durante 2 horas que no paran. Para tomar un poco de aire aquí y allá si acaso. Una única y larga persecución en la que todos, absolutamente todos, están jodidos de la cabeza:
Mi nombre es Max. Todo mi mundo está reducido a un único instinto: sobrevivir. Cuando el mundo cayó, de repente fue difícil saber quién estaba más loco de todos. Si yo... o ellos.
La primera frase de toda la película es ya toda una declaración de intenciones. Mad Max es eso, una oda a la locura y a la degeneración que, frenética, se monta a los lomos de un tropel de coches, camiones y máquinas feroces para no dejarte apenas respirar hasta que acaba.
Este tipo es probablemente el más cuerdo de todos.
Para los conocedores de la saga, que no son tantos como parece teniendo en cuenta que la primera de ellas se estrenó hace ya más de 30 largos años, Mad Max se sitúa argumentalmente después de la segunda, The Road Warrior. No importa mucho, después de unos 10 minutos de preámbulo para conocer mínimamente quién es quién y el universo post-apocalíptico en el que se ambienta, Imperator aprieta el pedal y te arrastra, con un acelerón de los que pegan al asiento, a la espiral de locura.
El villano (el actor es el mismo que en la primera Mad Max, Toecutter)
Mad Max es, en sí, una larga, larga escena. La historia de una persecución, de una ida y de una vuelta. Sin entrar en spoilers, lo único que necesitas saber de Mad Max es que al villano de la película, un tipo llamado Immortan Joe, le roban su particular harén de mujeres y quiere recuperarlas. En esa carrera furiosa y apresurada por recuperarlas se ve arrastrado más a su pesar que a su voluntad, Max.
Lo interesante es que en ese frenesí el director George Miller se las apaña meter magistralmente varios elementos fascinantes. Por un lado, todo el universo está lleno de detalles y de referencias que consiguen hacer que todo el tinglado tenga algo de sentido. Es una sensación peculiar, pero comienza a ser notoria una vez transcurren los primeros compases de la película.
Como esta no para un momento a explicar más de lo imprescindible, hay muchas cosas que tienen que hacerse entender a través de elementos como el atrezzo o los decorados. Todo el diseño, la estética y la dirección artística de la película es una maravilla sensacional. Sensacional.
La cara del espectador medio, viendo la película
Hablo de los vehículos, de las armas, del tipo que toca una guitarra de fuego con unos altavoces gigantes montado en un 4x4. Todos esos elementos que tanto llamaban la atención en los tráilers son los que cuando llega la hora de la verdad sirven como base para que se desarrolle el resto. Y lo hacen creíble, hacen que quiera leer cómics, libros, historias, clips que expandan ese universo postapocalíptico y loco. Por eso funciona.
Por otro, y con sólo una persecución, la película consigue tratar varios temas interesantes como la misoginia, la ecología, la destrucción, el terrorismo y, especialmente, la religión. Es toda una proeza teniendo en cuenta que en Mad Max casi lo único que ocurre es, fundamentalmente, coches que se persiguen entre fuego y gasolina por desiertos y páramos.
Mad Max es buena por eso. Es fácil hacer explotar cosas, es fácil hacer picadillo a una serie de extras bajo las ruedas de un camión de varias toneladas y tirar sangre falsa a litros. Lo que no es tan sencillo es que en ese frenesí, Mad Max consiga que te retuerzas en el asiento, te aprietes las manos y te encuentres, por momentos, en situaciones donde no sabes si quieres que todo ese orgasmo visual continúe sin fin o acabe de una maldita vez para dejarte respirar. Aquí hay muchas escenas que ni siquiera tienen CGI. Y mientras tanto, te cuenta historias, te hace pensar, levanta preguntas que luego responde sutilmente.
En esa fortaleza se esconde a la vez, quizá, el principal punto débil de Mad Max: el frenesí loco puede acabar resultando en algunos momentos agotador. Pero el resto es justo lo que esperaba, y lo que nos prometieron los tráilers: dos horas de explosiones, persecuciones locas, buenos que son malos y malos que son buenos, un flash tras otro donde se funden el dorado del desierto y el rojo de las explosiones.
Tom Hardy cumple (aunque no sorprende). Charlize Theron se come la película entera y se convierte, de facto, en la protagonista no declarada. Nicholas Hoult (el del vídeo de arriba) demuestra que es más que un X-Men y que Jack el de las habas mágicas y Rosie Huntington Whiteley, después del destrozo de Transformers, consigue ser, a ratitos, algo más que una cara bonita.
Mad Max es una de las mejores películas de acción, persecución y distopia que he visto nunca. El tipo de película que quiero ver otra vez. Y no, no es perfecta, pero lo intenta. Una montaña rusa donde todo explota, galopa y corre bajo el polvo. De dos horas. Gloria pura.
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