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Morir estilo narco: las increíbles y lujosas mansiones mausoleo de los señores de la droga en México

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El estado mexicano de Sinaloa es la base del cartel de Sinaloa, una de las más poderosas organizaciones del tráfico de drogas de México. Concretamente en la ciudad de Culiacán se encuentra el cementerio donde los capos van a yacer eternamente. Y, evidentemente, lo hacen al más puro estilo narco.

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Cerca de 50.000 personas han muerto por culpa de la violencia relacionada con las drogas en México según el Gobierno del mismo país, pero no todos son recordados. Los narcotraficantes y traficantes de bajo nivel, o los civiles que se han visto atrapados en el fuego cruzado, a menudo fueron dejados en fosas comunes o arrojados sin contemplaciones por el borde de la carretera. Si no tenían quién los reclamara, a menudo ni siquiera aparecen en las cifras.

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La otra cara de la moneda es cómo pasan al otro lado los grandes señores de la droga. La diferencia es notable. En el cementerio de Jardines del Humaya descansan los restos de algunos de los narcotraficantes más famosos, como Arturo Beltrán Leyva, Ignacio “Nacho” Coronel, Gonzalo Araujo y miembros de la familia del Güero Palma.

Otras tantas tumbas no tienen nombres para evitar que sean identificadas y, por tanto, evitar ser objeto de vandalismos debidos al odio. Cuando es así, están decoradas con fotos del fallecido. Por las imágenes se puede apreciar que una buena mayoría fueron asesinados entre sus 20 y 30 años, aunque incluso hay tumbas que parecen de niños.

Muchos de nosotros, aunque contáramos con una fortuna suficiente para afrontar el desembolso, no se nos ocurriría hacer una cripta tamaño mini chalet a nuestros muertos. Sin embargo, hay que entender que México tiene una larga historia de conmemoración de la muerte celebrando la vida.

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El Día de Muertos es nacionalmente muy importante. Como añadido, las tumbas ostentosas son vitales para los señores de las drogas. Están dispuestos a gastarse la suma que sea necesarias para que sus patriarcas disfruten de la vida eterna en un lugar que conmemore sus formas de vida. Se ha comparado con una suerte de tributo al estilo faraón egipcio: la similitud está en que ambos lugares fueron construidos para simbolizar la ascensión de alguien importante y temido, y demostrar que de alguna manera aún lo es: tanto importante como temido.

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Las tumbas, algunas de más de dos y tres pisos, cuentan con todo tipo de comodidades para los visitantes: las hay con aire acondicionado, cristales blindados, sistemas de seguridad o iluminación exterior. Por dentro están equipadas con habitaciones, cocina, zonas donde los niños pueden jugar de forma segura o salas de estar con sofás. El muerto nada pide, pero al que le visita nada le falta.

Vista aérea del cementerio.

Los terrenos de este cementerio se venden en bloques de 1,10 por 2,25 metros, la medida estándar de un ataúd en el país, pero para poder hacer estas construcciones se ven obligados a comprarlos en bloques de tres, que se venden por 30000 pesos (algo menos de 1400 euros al cambio, más de 2000 dólares estadounidenses).

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Aparentemente, si bien este cementerio fue construido en 1966, la tendencia de enterrar a los narcos aquí comenzó en la década de los 80, cuando fue inhumado Lamberto Quintero, un famoso traficante de marihuana que fue abatido por la espalda a ráfagas de rifles AR-15. Después de este siguió Inés Calderón Quintero, uno de los primeros en introducir cocaína en Estados Unidos y fallecido en un tiroteo con agentes policiales.

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Con el tiempo, según fueron ensangrentándose las disputas entre cárteles de la droga, las familias han entrado en una especie de competición, probablemente típica de los narcos: querer tener más opulencia que el de al lado; aumentando así la demanda de espacios en el camposanto. De todas formas, como resultará evidente, lo más barato acaba siendo el terreno.

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Así, las construcciones se superan día a día e, irónicamente, los arquitectos de mausoleos de la región, los constructores en general y los organizadores de eventos para el día de los difuntos se benefician de esas mismas personas que tanto mal les hicieron: no les falta demanda y por tanto no les falta trabajo. El cementerio en cuestión ha terminado siendo un “patrimonio cultural” y un motor económico para la ciudad.

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Por supuesto, este efecto positivo no intencionado no será ni por asomo suficiente como para pagar el daño que la mayoría hizo en vida y desearles descansar en paz pero sí les concede cierta inmortalidad. Al fin y al cabo, siguen influyendo en la vida de los vivos, aunque sea de una extraña manera.