Este interesante vídeo de Wired pasa revista a las proezas de Ungar, y también habla con varios expertos en biomecánica. La razón por la que no saltamos más alto es tan sencilla como dividir la fuerza que ejercemos en el momento de despegar del suelo entre nuestro propio peso. Saltar en vertical supone anular nuestro propio peso corporal.

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No hace falta despegar a una velocidad de 9,8 metros por segundo (la aceleracion que tiene la Fuerza g que ejerce de media nuestro planeta) para elevarnos del suelo, pero si lográramos esa velocidad significaría que podemos mantenernos un segundo en suspensión antes de comenzar a caer. Cualquier mejora en esa marca significa mayor tiempo de impulso ascendente, pero al final el peso siempre se impone. Si bajamos peso podremos saltar mas alto siempre y cuando en ese proceso de adelgazamiento no perdamos potencia muscular.

Aumentar la velocidad de salida significa mejorar nuestros músculos para que sean capaces de proporcionar más impulso explosivo, pero incluso si los potenciamos al máximo siempre vamos a encontrarnos con el límite de nuestra propia anatomía y de la longitud de los diferentes segmentos que componen nuestras piernas. Además, nuestros ligamentos cuentan con su propio detector que regula la fuerza que aplicamos a nuestros músculos y huesos al extender y contraer los músculos. Este detector se llama órgano tendinoso de Golgi, y está conectado a la médula. Lo mismo que nos evita lesiones probablemente nos impide hacer cosas como saltar demasiado alto.

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Saltar en vertical, en definitiva, es una cuestión de entrenamiento, pero los límites los pone la fisiología de nuestras piernas y la pura física. Seguramente en el futuro podamos batir la marca de Ungar, pero parece improbable que nos convirtamos en saltadores espectaculares. Nuestros derroteros evolutivos sencillamente no necesitan esa habilidad. [vía Wired y CoreAdvantage]