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Un estudio revela por qué muchos de los exoplanetas que hemos hallado son inhabitables pese a tener abundante agua

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El descubrimiento de exoplanetas en zona habitable y con altas posibilidades de albergar agua líquida es un requisito imprescindible para encontrar vida extraterrestre tal y como la conocemos. Sin embargo, la presencia de agua no garantiza que un planeta sea habitable. Un nuevo estudio explica por qué.

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El estudio procede del departamento de astrofísica de la Universidad de Princeton, y acaba de publicarse en la revista Astrophysical Journal Letters. Lo que los autores del estudio trataban de averiguar es hasta qué punto son aptos para la vida exoplanetas en zona habitable como los que hemos encontrado en el sistema TRAPPIST-1 o Proxima B.

Las mediciones de estos planetas, su distancia a la estrella o su masa permiten inferir (no tenemos pruebas concluyentes aún) que contienen una enorme cantidad de agua, lo que en teoría es una buena noticia para la existencia de vida.

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Lamentablemente, no es todo tan fácil. Los investigadores de Princeton han desarrollado un modelo matemático que analiza el comportamiento de la atmósfera en función del tipo de estrella en torno a la que orbita. Concretamente han analizado el desarrollo de esos exoplanetas acuáticos en estrellas de tipo G, como nuestro Sol, y en estrellas de tipo M, como la enana marrón de TRAPPIST-1.

Las conclusiones son que las enanas marrones no son lo mejor para el desarrollo de vida tal y como la conocemos. El problema con estas estrellas es que, aunque son muy longevas, también son muy inestables, y esa inestabilidad se traduce en una mayor cantidad de llamaradas solares, fulguraciones y fenómenos que emiten partículas cargadas hacia los planetas que la rodean.

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Incluso aunque los planetas tengan una magnetosfera dipolar que proteja la atmósfera, el modelo muestra que esta se pierde por un efecto de polarización de los electrones a la altura de los casquetes polares. En el mejor de los casos, el modelo de Princeton muestra una pérdida total de la atmósfera y una deshidratación en un plazo máximo de alrededor de mil millones de años. Puede parecer mucho tiempo, pero no lo es a escala planetaria. La vida tal y como la conocemos en la Tierra tardó 4.500 millones de años en evolucionar.

Las estrellas de tipo G, en comparación, respetan las atmósferas de sus planetas durante mucho más tiempo. El estudio no solo servirá para comprender mejor la formación de nuestro propio sistema solar, sino que permitirá buscar exoplanetas candidatos a albergar vida extraterrestre con mucha más eficacia. [vía Universe Today]