Hace unos meses se hizo público el caso de Gilberto Escamilla, un trabajador del Condado de Cameron en Texas que se había hecho con una pequeña fortuna de una forma poco usual: vendiendo fajitas robadas. Su negocio ilegal le había proporcionado $1.25 millones, hasta que pillaron. Esta semana, Escamilla se declaró culpable y recibió su sentencia: 50 años en prisión.
Escamilla había mantenido su operación ilegal durante nueve años. Hacía un pedido de fajitas para el Centro de Detención Juvenil del Condado de Cameron, que jamás había tenido fajitas en el menú, y luego aseguraba siempre estar ahí para recoger el pedido. Después, entregaba las fajitas a sus clientes.
¿Cómo lo atraparon? En realidad, fue un caso de suerte. Todo se vino abajo porque Escamilla se encontraba mal un día y no fue al trabajo. Resultó ser el mismo día cuando vino un repartidor a entregar más de 300 kilos de fajitas. Cuando un trabajador dijo que en el centro no servían fajitas, se empezaron a hacer preguntas.
Escamilla renunció a su derecho a un juicio. Entre lágrimas en la sala del tribunal, el antiguo trabajador del condado comentó que la operación había comenzado como algo pequeño.
“Era muy egoísta”, afirmó Escamilla. “Llegó a un punto donde ya no lo podía controlar”.