Se supone que si llueve en un lugar extremadamente seco, el agua debería actuar como una bendición de la naturaleza que deje la tierra exultante de vida ¿no? Resulta que la realidad no siempre es como en los cuentos de hadas, y la lluvia en un lugar tan seco como el desierto de Atacama puede ser una maldición.
En junio de 2017 llovió en el desierto de Atacama. Dos años antes volvió a llover. Se trata de dos eventos extremadamente raros, y cuando decimos extremadamente raros nos referimos a que no existe constancia de que haya llovido en Atacama en los últimos 500 años. Los registros geológicos muestran que el desierto lleva siendo una región árida los últimos 150 millones de años, y que en los últimos 15 millones de años ha sido una región hiperárida. El desierto más árido del planeta es también el más antiguo.
Semejante panorama convierte a Atacama en un lugar privilegiado en el que estudiar el ecosistema para tratar de extrapolar cómo pueden ser los ecosistemas extremos en otros planetas. Aunque es un infierno en la Tierra, Atacama no está exento de vida. Sobre su tierra yerma hay millones de bacterias y microorganismos extremófilos habituados a vivir en un entorno extremadamente seco, con un alto índice de salinidad, y bombardeado constantemente por altas dosis de rayos ultravioleta. En muchos sentidos, Atacama es un análogo terrestre de Marte. Los depósitos de nitratos del terreno, por ejemplo, son muy similares a los que ha encontrado el Rover Curiosity.
Ni que decir tiene que los astrobiólogos acudieron entusiasmados a estudiar cómo el entorno de Atacama había reaccionado a las lluvias. “Esperábamos encontrar una masiva explosión de vida” comenta el astrobiólogo Alberto González Fairén del Centro Español de Astrobiología (CAB). En su lugar, lo que encontraron fue un auténtico apocalipsis.
“Contrariamente a lo que cabría esperar, el aporte de agua no ha supuesto un florecimiento de la vida en Atacama sino todo lo contrario”, asegura Armando AzúaBustos, investigador del CAB y primer autor del estudio. “Las lluvias han causado una enorme devastación en las especies microbianas que habitaban en estos lugares antes de las precipitaciones.” Ni siquiera los pequeños lagos que se formaron tras las lluvias han logrado albergar vida. Los investigadores, cuyos resultados se acaban de publicar en la revista Nature Scientific Reports, tampoco han encontrado cianobacterias o microalgas que pudieran reiniciar el ecosistema.
Entender el destino de Marte
La analogía es especialmente interesante, porque nos da pistas de lo que pudo ocurrir en Marte. El planeta rojo siguió un ciclo hídrico de desecación y lluvia muy similar al de Atacama. Alberto González Fairén explica:
Marte tuvo un primer periodo geológico, el Noéico (hace entre 4.500 y 3.500 millones de años), durante el que albergó mucha agua en su superficie. Esto lo sabemos por la cantidad de evidencias hidrogeológicas que se conservan, como huellas de ríos, lagos y deltas.
Si en algún momento hubiera surgido la vida en Marte tendría que haber ocurrido durante este periodo, que coincide con el origen de la vida sobre la Tierra. Después, Marte perdió su atmósfera y su hidrosfera, convirtiéndose en el mundo seco y árido que conocemos hoy.
Pero en algunos momentos durante el periodo Hespérico (hace entre 3.500 y 3.000 millones de años), grandes volúmenes de agua excavaron su superficie en forma de canales de desbordamiento. Si aún existían comunidades microbianas resistiendo el proceso de desecación extrema, se habrían visto sometidas a procesos de estrés osmótico similares a los que hemos estudiado en Atacama.
En otras palabras, que Marte se secó al perder su atmósfera, pero experimentó otro período de lluvias más tarde. Esas precipitaciones, en vez de ayudar a recuperar la biosfera marciana, probablemente la terminaron de devastar. [CAB y Nature]