Desde que sabemos que Europa oculta un vasto océano de agua bajo su gruesa capa de hielo, la ciencia ha especulado sobre la posibilidad de que ese océano albergue algún tipo de vida. Un nuevo estudio de la NASA ahonda aún más en esa posibilidad después de haber estudiado el equilibrio químico del satélite joviano.
No basta con que haya agua para que haya vida. También debe haber una serie de elementos químicos que sostengan un hipotético desarrollo de la vida en ese entorno. El Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA ha investigado esos elementos y ha llegado a la conclusión de que las piezas básicas para la vida no solo están presentes en Europa, sino que son mucho más parecidas a las de la Tierra de lo que pensábamos.
El estudio es obra de un equipo de científicos planetarios dirigido por Steve Vance y se basa en los datos disponibles. En otras palabras, es un modelo que probablemente sea acertado, pero que aún necesita demostrarse enviando más sondas al satélite de Júpiter, algo que la NASA ya tiene en su agenda.
Una de las primeras conclusiones del modelo creado por Vance y sus colegas es que los océanos de Europa tienen 10 veces más oxígeno que hidrógeno, un equilibrio que coincide con los de nuestro propio planeta. El oxígeno procede de la oxidación de la capa de hielo en contacto con la radiación de Júpiter.
La producción de oxígeno por sí sola sería perjudicial, ya que terminaría por saturar y acidificar el agua en exceso. El marco ideal para la vida necesita que haya un mecanismo de compensación para esa producción de oxígeno. Durante años, los científicos planetarios han especulado con la posibilidad de que ese mecanismo sea actividad hidrotermal proveniente de volcanes submarinos, pero la NASA ha encontrado un mecanismo más probable y más sencillo: serpentinización.
La serpentinización es un proceso químico por el que el agua genera hidrógeno al entrar en contacto con la roca del núcleo de Europa en diminutas grietas. Ese mismo proceso se da en el fondo de nuestros propios océanos en grietas que se calculan de 5 a 6 kilómetros de profundidad. En Europa esas grietas podrían tener hasta 25 kilómetros y proporcionar el hidrógeno necesario para equilibrar sus océanos incluso sin actividad volcánica.
En algún momento de la próxima década, la NASA enviará una sonda debidamente equipada a Europa. Su misión será tomar fotos detalladas de su superficie y analizar su composición química. En ese momento sabremos más de este potencial lugar para encontrar vida. [vía NASA]