En julio de este mismo año, dos investigadores encontraron por fin indicios firmes de la primera luna fuera de nuestro Sistema Solar analizando datos de la sonda Kepler. El objeto, a 4.000 años luz de distancia ha resultado ser mucho más raro de lo que podíamos imaginar.
La luna orbita alrededor de un gigante gaseoso llamado Kepler-1625b y su existencia aún no está confirmada. De hecho, los astrónomos aún no tienen claro si 1625 b es un planeta similar a Júpiter o una enana marrón. La confirmación final podría de la mano del telescopio espacial Hubble, que explorará esa región el 28 de este mismo mes. Hasta entonces, los únicos datos que apuntan a que es una exoluna provienen de Kepler.
Si finalmente se confirma, cambiará completamente el concepto de luna que teníamos hasta ahora. Para empezar es enorme. David Kipping, astrónomo de la Universidad de Columbia y autor del descubrimiento calcula que su tamaño es similar a Neptuno, pero todo depende de su densidad. Si es un objeto gaseoso su tamaño podría alcanzar el de Júpiter. En caso de tratarse de un satélite rocoso, sería una supertierra con una masa 180 veces superior a la de nuestro planeta.
Hasta el momento conocemos tres maneras en las que los planetas terminan con lunas propias. La primera es por una colisión que separe fragmentos del planeta, como es el caso de la Tierra. Otras veces el planeta va capturando y acumulando polvo y otros materiales hasta formar lunas. Es lo que ocurrió con Júpiter. Finalmente puede ser un objeto capturado por la gravedad del planeta, como ocurre en Neptuno.
Si la exoluna en Kepler-1625 b se confirma, pondrá en entredicho esas teorías de formación y obligará a los astrónomos a añadir una nueva hipótesis. Con todo, no es la primera vez que tratamos de encontrar una exoluna y fallamos en el intento. Los acompañantes de los planetas extrasolares son especialmente difíciles de detectar y medir. [Arxiv vía New Scientist]