Para las hembras de los pulpos, poner sus huevos significa el principio del fin. A partir de ese momento montará guardia sobre la puesta sin abandonarla ni un segundo. Si se presenta la oportunidad comerá algo, pero en unos cuatro días dejará completamente de comer y las cosas comienzan a ponerse feas.
Una semana después de haber puesto los huevos, el comportamiento de su madre se vuelve errático. No solo deja completamente de alimentarse, sino que comienza a adoptar comportamientos autodestructivos. Se ha observado a hembras de pulpo en este estado de gestación arrancarse trozos de piel, comerse las puntas de sus propios tentáculos o limpiarse obsesivamente hasta el punto de hacerse heridas. En cautividad, se ha visto a las hembras que cuidan de sus huevos embestir sin parar las paredes del acuario.
Entonces, justo cuando los huevos comienzan a eclosionar, la hembra muere.
Su prole huérfana, sin nadie que los guíe o los cuide, debe sobrevivir por su cuenta. No es de extrañar que los pulpos sean unos animales tan inteligentes y capaces de adaptarse. Tampoco es de extrañar que sean unas criaturas tan solitarias.
Los pulpos son lo que los científicos denominan una especie semélpara. En otras palabras, que solo se reproducen una vez en sus vidas. En el caso de los pulpos, después simplemente mueren, y no está del todo claro por qué es así o qué clase de ventaja ganan con ello. Hay algunas teorías. A menudo los pulpos son caníbales, y se cree que esta muerte programada sería la manera de evitar de que la madre devore a su prole. Teniendo en cuenta que los pulpos pueden crecer hasta un tamaño considerable, quizá la muerte de la madre sea una manera de mantener controlada la población. La realidad es que la ciencia no lo sabe con seguridad.
De hecho, tampoco estamos seguros de cuáles son los procesos psicológicos responsables de esta degradación. En 1977 un equipo de biólogos descubrió que el comportamiento autodestructivo desaparece cuando al pulpo le son extirpadas las ghlándulas ópticas (el equivalente a la pituitaria en mamíferos). Al extirpar esa glándula, la hembra de pulpo abandona los huevos y vuelve a comer e incluso a reproducirse otra vez. Los investigadores creyeron haber aislado una única hormona responsable de la autodestrucción, pero un nuevo estudio realizado por Z. Yan Wang, en la Universidad de Chicago, prueba que es mucho más complicado que eso.
Mediante herramientas de secuenciado de genes, Wang y sus colegas han aislado varias señales moleculares emitidas por la glándula óptica poco después de que la hembra se reproduzca. Los investiogadores trabajaron con varios pulpos en cautividad y secuenciaron el ARN (las instrucciones para fabricar proteínas) después de eliminar la glándula en diferentes momentos de la gestación. Esto es lo que descubrieron:
Durante la fase no reproductiva, cuando las hembras cazan y se alimentan activamente, la glándula produce gran cantidad de neuropéptidos, una molécula neurotransmisora que se ha vinculado a la alimentación en muchos otros animales. Tras la reproducción, la producción de estas sustancias cae de manera dramática.
A medida que los animales comienzan a declinar, se incrementa la actividad en genes que producen unos neurotransmisores llamados catecolaminas. Se trata de unos esteroides que metabolizan factores como el colesterol y la insulina. Solo el hecho de que la glándula intervenga en el metabolismo ya es muy raro, porque hasta ahora se creía que sus fines eran exclusivamente reproductivos.
Por qué estos cambios generan ese comportamiento autodestructivo es algo que aún no se sabe, pero el nuevo estudio, publicado en Journal of Experimental Biology, sienta las bases para que otros biólogos lo descubran.
Como nota final, al macho del pulpo no es que le vaya mucho mejor precisamente. Normalmente las hembras matan y devoran al macho después de reproducirse. Si por lo que sea logran escapar, mueren por sí solos unos pocos meses más tarde. Para los pulpos, la madurez sexual es sinónimo de muerte. [Journal of Experimental Biology]