Existe un puñado de especies de lagarto en Nueva Guinea que comparte dos características muy inusuales. La primera es que tienen la sangre verde. La segunda es que deberían estar muertos. Contra todo pronóstico gozan de buena salud, y la ciencia apenas ha comenzado a entender por qué.
La sangre de estas subespecies conocidas como escincos de Nueva Guinea (Prasinohaema) lo tiñe todo: músculos, sangre, mucosas... hasta los huesos son de una tonalidad verdosa. La sustancia responsable de esta coloración se llama biliverdina y no es exclusiva de los lagartos. La biliverdina es un subproducto de la desintegración de la hemoglobina. En los seres humanos se sintetiza rápidamente en bilirrubina y excreta a través de las heces porque es tóxica en altas concentraciones.
El organismo de los escincos de Nueva Guinea tiene concentraciones de la sustancia 40 veces superiores a las que podrían matar a un ser humano. Sin embargo no parece experimentar ningún malestar por ello. La cuestión es que los biólogos no están seguros de cómo hacen los Prasinohaema para no verse afectados por la biliverdina. Algunas especies de pez abisal con similares concentraciones emplean una proteína que se adhiere a la biliverdina y anula sus efectos, pero no es este el caso.
Para hacer la cuestión más compleja, tampoco se sabe a ciencia cierta cuál es la ventaja evolutiva de saturar el organismo con esta sustancia. La biliverdina es un subproducto que no cumple funciones específicas. Al principio se creía que era algún tipo de mecanismo de defensa contra depredadores, pero no es ese el caso. Los escincos de Nueva Guinea siguen siendo comestibles para muchas otras especies.
Se cree que la biliverdina cumple una función crucial, pero para combatir a un enemigo mucho más insidioso: la malaria. Los investigadores creen que la sustancia controla la expansión en la sangre de ciertos parásitos como los causantes de la malaria (que debilita a los reptiles de sangre roja). Otra posibilidad derivada de experimentos más recientes sugiere que la sustancia previene la inflamación.
En uno u otro caso es un objeto de estudio realmente valioso para la medicina, pero para ello primero es necesario saber si se trata de una mutación casual o no, y eso es precisamente lo que ha logrado un nuevo estudio. Expertos en genética de la Universidad de Louisiana han estudiado todo el árbol genético de los Prasinohaema y han llegado a una interesante conclusión, la sangre verde es el resultado de un proceso de evolución reiterada. Diferentes especies han ganado esa cualidad siguiendo caminos separados, lo que significa que se trata muy posiblemente de una ventaja evolutiva en respuesta al entorno. Es un paso muy importante para determinar, de una vez por todas, por qué una especie decide convertir en su seña de identidad una sustancia que resulta mortal para casi todas las demás. [vía Science Mag]