Hasta hace muy pocos años era recurrente en el campo de la psicología la pregunta acerca de su nombre real. ¿De verdad se llamaba Albert? Y si es así, ¿qué fue de él? ¿Cómo ha “evolucionado”? En el año 2008 el puzzle parecía resolverse, pero para los anales de la historia quedará lo que hicieron con el sujeto. Hablamos de una de las “joyas” de la literatura psicológica que tuvo lugar en 1920. La primera demostración empírica de la existencia de mecanismos de condicionamiento de naturaleza psicológica y (casi) inconsciente en el ser humano. Un único “pero”: el experimento tuvo como protagonista a un bebé de tan sólo 11 meses.
La investigación, bajo el título de conditioned emotional reactions, fue alabada en su momento y duramente criticado posteriormente. Little Albert fue obra del psicólogo estadounidense John Broadus Watson y su colaboradora Rosalie Rayner en la Universidad Johns Hopkins y se buscaba una primera demostración seria del condicionamiento clásico más allá de los animales.
Nos referimos al tipo de aprendizaje asociativo iniciado por el fisiólogo ruso Ivan Pavlov, también conocido como aprendizaje por asociaciones (E-R). Pavlov ganaría el Nobel en 1904 por su estudio en la fisiología digestiva. El hombre apreció que a la hora de ponerle comida al perro, este salivaba. De esta forma, cada vez que le ponía comida hacía sonar una campana. Así, cuando el perro escuchaba la campana asociaba el sonido con la comida y posteriormente salivaba.
¿Qué consiguió? Nada menos que la demostración del condicionamiento clásico con un animal, una respuesta del perro (salivar) ante un estímulo (la campana).
Ocurre que pasados los años aparece en escena el señor Watson. Y con él se desata una gran controversia. Watson partía de la siguiente pregunta: ¿hasta qué punto son generalizables a los seres humanos las conclusiones obtenidas con animales? Así que el hombre inicia el intento de demostración del proceso de condicionamiento pavloviano.
Es posible que Watson jamás imaginara que su investigación iba a suponer tal impacto y que a lo largo de la historia fuese un tema recurrente para los estudiantes de psicología. Comenzaba el experimento Little Albert con un bebé que no llegaba al año de vida junto a un actor secundario, una rata blanca.
Preparando el terreno para condicionar a Albert
Dame una docena de niños sanos, bien formados, para que los eduque, y yo me comprometo a elegir uno de ellos al azar y adiestrarlo para que se convierta en un especialista de cualquier tipo que yo pueda escoger —médico, abogado, artista, hombre de negocios e incluso mendigo o ladrón— prescindiendo de su talento, inclinaciones, tendencias, aptitudes, vocaciones y raza de sus antepasados,
John Watson (Behaviorism, 1930)
La madre de Albert era una nodriza en la Harriet Lane Home, una mujer que amamantaba a un lactante que no es su hijo. Estamos ante un empleo que hoy está en desuso en la mayor parte de Occidente pero muy común hasta el S.XIX con el fin de alimentar a niños cuyas madres no podían o no deseaban hacerlo.
En aquella institución el pequeño Albert pasó gran parte de sus primeros meses. Y fue allí también donde Watson y su asistente Rosalie se fijaron en el bebé. Según explicaría más tarde, Albert presentaba una característica que lo hacía único para el experimento que tenía en mente: lo veían como un pequeño falto de emociones y razón. Según el psicólogo, esta ecuanimidad emocional les convenció de que tenían ante sí al sujeto perfecto para las pruebas. Así comenzaría a detallar el experimento:
Rosalie y yo sentíamos que podíamos hacerle relativamente poco daño mediante la realización de experimentos tales como los que pasamos a describir.
Watson quería aplicar los hallazgos de Pavlov con los perros a los seres humanos. El psicólogo se convertiría más tarde en el fundador del conductismo, un movimiento dentro de la psicología que se centra en la conducta observable (humana o animal) y las relaciones entre estímulo y respuesta por encima del estado mental interno de la persona. Watson decía que el análisis de la conducta y las relaciones eran el único método objetivo para conseguir descifrar las acciones humanas y extrapolarlas al método propio de la ciencia o la psicología.
Sin embargo había un inconveniente con esta teoría. Sólo se había observado una gama muy limitada de las reacciones innatas en los bebés (por ejemplo con el miedo a los ruidos fuertes). Por el contrario, los adultos exhiben este tipo de reacciones innatas a todos los tipos imaginables de estímulos, ya se trate de otras personas, objetos o eventos. Watson y y Rosalie llegaron a la conclusión de que debía haber algún método sencillo mediante el cual los estímulos podían llevar a estas emociones. El método: el condicionamiento.
El pequeño Albert: comienza el experimento
Según describirían en la investigación Watson y su asistente, los objetivos marcados serían los siguientes:
- ¿Se puede condicionar a un niño para que tenga miedo a un animal que aparece de manera simultánea a un ruido fuerte?
- ¿Se transferirá tal miedo a otros animales u objetos inanimados?
- ¿Durante cuánto tiempo persistirá el miedo? En cualquier caso, no lo sabremos hasta que finalice el experimento con Albert.
Así y tras examinar al niño para determinar si existía algún tipo de miedo previo a los objetos que se le iban a presentar (resultado que dio negativo), inició la primera prueba cuando el pequeño tenía 8 meses y 26 días de edad. Watson comienza a martillear en una barra de acero que cuelga detrás de la espalda del bebé. Albert reacciona de inmediato. Según el psicólogo:
El niño reacciona con violencia, comprobamos su respiración y sus brazos se elevan de una manera característica. En la segunda fase de estimulación ocurrió lo mismo, y además notamos como los labios comenzaron a arrugarse y a temblar. Tras la tercera estimulación el niño rompió a llorar repentinamente.
Y es justo en este momento cuando Watson puede llevar a cabo la conexión entre el ruido y la ansiedad que tenía por objeto enseñar al niño a temer cosas nuevas.
Llegados a este punto e imaginándonos la situación, es posible que te preguntes si Watson no tendría remordimientos. Únicamente un párrafo de los informes de su experimento muestran o delatan sus preocupaciones (quizá remordimientos de conciencia) con respecto a sus acciones, aunque lo cierto es que también se aprecia como mitigan las mismas con la idea de que irremediablemente este miedo le llegaría en el futuro de forma irremediable.
Cuando el bebé alcanza los 11 meses y 4 días llega el momento en el que Watson le enseña a temer a una rata blanca. Tomando al animal de una cesta, lo colocó delante del niño sentado y dejó que la rata corriera libremente. Albert no mostró ningún miedo y comenzó a intentar juguetear con la rata extendiendo su mano. En el instante que Albert la tocó, Watson comenzó a martillear la barra de acero. El bebé dio un salto violento y cayó hacia delante hundiendo la cara sobre el colchón en el que se encontraba. Sin embargo y como apreció Watson, “no lloraba”. Cuando el bebé trató de tocar a la rata por segunda vez, Watson comenzó de nuevo a martillear. El niño comenzó a llorar y, ahora sí, Watson conseguía su propósito. Detienen unos días el experimento.
Un semana más tarde el psicólogo y su asistente reanudan la investigación. Cada vez que Albert tocaba a la rata, Watson respondía con un estruendoso sonido. Este proceso lo repitieron continuamente y entremedias simplemente mostraban a la rata para ver si el pequeño mostraba el condicionamiento.
Ocurrió tras el séptimo intento en el que combinaban rata y sonido. Albert comenzaba a gritar simplemente con ver a la rata. Watson y Rayner habían logrado crear en el niño una asociación entre el miedo a los ruidos fuertes y un nuevo estímulo, en este caso la rata.
Unos días más tarde Watson da un paso más en su experimento. El hombre intenta averiguar si Albert es capaz de transferir ese miedo a la rata a otros animales y objetos. ¿Qué ocurre? Que en efecto el niño ahora exhibe el miedo ante la visión de un conejo, un perro, un abrigo de piel, cabello o una máscara de Santa Claus. En cambio y como apuntó Watson, al niño también se le profirió un cierto control para que no “perdiera el norte”. Por ejemplo con juegos de construcción de bloques, los cuales no suscitaron temor alguno y el niño reaccionaba de manera normal jugando con ellos.
Ocurre que Watson filmó a Albert durante la investigación, lo que acabó popularizando el experimento, hoy convertido en parte del folklore en el campo de la psicología, y con el tiempo, en un relato donde muchas de las versiones son inexactas. Por ejemplo existen varios libros donde se afirma que el psicólogo mostró a Albert un gato, un oso de peluche o incluso un guante de piel blanco, no es verdad. Lo mismo ocurre con las reacciones del pequeño, a menudo generosamente reinterpretadas para adaptarse a teorías particulares. Otros autores describen con detalle cómo Watson “deshizo” todos los miedos condicionados de Albert antes de que terminara el experimento. Tampoco es cierto.
De hecho y según sus escritos, él sabía de antemano el tiempo que disponía para el trabajo y el momento en el que Albert y su madre abandonarían el experimento. Igualmente, Watson era consciente de las posibles consecuencias de sus experimentos. Cuando el psicólogo publicó los resultados escribió lo siguiente:
Estas respuestas en el entorno del hogar es probable que persistan indefinidamente, a menos que surja un método accidental para la eliminación de lo que le ocurrió.
Al poco tiempo de terminar el experimento Watson fue despedido por la universidad. Más tarde escribiría un libro muy popular sobre la educación infantil donde aconsejaba a los padres no dar a sus hijos demasiado amor o atención. Curiosamente y “gracias” a este libro, varias décadas después aparecía en escena el psicólogo Harry Harlow, quién a través de una serie de experimentos largamente criticados por su dudosa moralidad, demostraba a través del estudio con monos Rhesus (sobre el apego) lo equivocado que estaba ante tales afirmaciones.
El estudio de Harlow da para otra entrada pero en el caso de Albert quedaba una duda por resolver. Tras acabar la investigación su rastro se perdió. ¿Quién era realmente y qué fue de él?
Buscando al pequeño Albert
Hasta hace no mucho, poco o nada se sabía acerca de la verdadera identidad del bebé. En el año 2009 surge la primera pista con la investigación que llevan a cabo los psicólogos Hall P. Beck y Sharman Levinson publicada en la American Psychological Association bajo el título de Finding Albert: A journey to Hohn B. Watson´s infant laboratory.
Ambos afirman haber descubierto la verdadera identidad de Albert tras una larga investigación revisando la correspondencia y publicaciones de Watson, así como los documentos públicos (por ejemplo el censo en Estados Unidos en 1920 y el estado de nacimientos y muertes). Beck argumenta que Albert era un pseudónimo de Douglas Merritte, hijo de Arvilla Merritte, una mujer que aparecía como nodriza en la Harriet Lane Home.
Esta línea de la investigación tiene un final trágico. Y es que Douglas murió cuando tenía tan sólo seis años después de desarrollar hidrocefalia (una acumulación de líquido en el cerebro), posiblemente y según las pesquisas, debido a una infección de meningitis. El mismo Beck termina su artículo de forma melancólica, reflexionando sobre su propio papel en la historia tras la visita a la tumba de Douglas:
Mientras veía como ponían flores en su tumba, recordé un sueño en el que me había imaginado que se le mostraba al viejo Watson al bebé. Mi fantasía era pequeña entre las docenas de ideas falsas y mitos inspirados por Douglas. Ninguno de los cuentos y leyendas que nos encontramos durante nuestra investigación tenían una base real.
No había evidencia de que la madre fuera otra o que las fobias de Douglas se habían extinguido. A Douglas nunca le quitaron el condicionamiento, y tampoco fue adoptada posteriormente por una familia al norte de Baltimore. Tampoco fue un anciano. Nuestra búsqueda de siete años resultó más larga que su propia vida. Le puse flores en la tumba y me fui, mientras sentía una gran paz y profunda soledad.
Lo cierto es que tras el trabajo de Beck surgió una nueva investigación que cuestionaba a la anterior. En este caso llevada a cabo por los psicólogos Russ Powell y Nancy Digdon, quienes ofrecían una identidad alternativa basada en los datos disponibles.
Según los psicólogos se trataba de William Barger, cuya madre también había trabajado en el hospital donde se llevaron los experimentos. Esta línea de investigación afirma que “Albert” (Barger) había muerto en el año 2007 con 87 años de edad. Además y según los psicólogos, esta versión estaría corroborada por un pariente cercano. Una sobrina de Barger que confirmaba haber convivido con el hombre reconociendo su antipatía y fobia hacia los perros.
Si bien los investigadores aseguran que no había manera de determinar si este comportamiento estaba o no relacionado con el experimento de Watson, concluyeron a través de este familiar que Barger estuvo siempre al tanto de su papel como sujeto de pruebas.
En este caso y de ser así, Albert siempre supo que fue Albert.