En un día cualquiera como hoy, pero en los 90, estaría visitando la tienda de discos de mi calle en busca de los últimos lanzamientos de mis artistas favoritos. En algunas de esas ocasiones volvería a casa con un preciado CD nuevo, lo abriría con devoción y procedería a escucharlo mientras finjo que hago mis deberes. Esa maravillosa experiencia ya no existe. Está obsoleta.
Escuchar música nueva sigue siendo algo maravilloso hoy en día. Simplemente se da por supuesto que tienes que estar loco si compras un CD. Sus ventas han ido cayendo de año en año a lo largo de la última década. La razón es que los CDs son un anacronismo en un mundo digital en el que la música se reproduce y transfiere por Internet, sea de manera legal o ilegal.
Por supuesto, eso no significa que no haya ninguna manera que merezca la pena de comprar un álbum en formato físico. Paradójicamente (o no) los discos de vinilo han experimentado un nuevo auge entre el descenso general de la industria discográfica. Es probable que hayas notado esta tendencia en casa de tus amigos más pretenciosos, donde ha surgido de la nada una colección de discos andrajosos junto a un reproductor Technics. Cómo mínimo, habrás visto estos discos en la tienda de moda de turno, o incluso habrás oído hablar de artistas actuales que lanzan pequeñas ediciones especiales en vinilo de sus nuevos LP.
El renacimiento de los discos de vinilo no es una moda anecdótica más. La gente está comprando más discos de vinilo que hace décadas. En 2013, las ventas se incrementaron nada menos que un 31%, con seis millones de discos vendidos solo en Estados Unidos. En 2007, las ventas de este formato eran de solo un millón de ejemplares.
No soy el primero, ni mucho menos, en comentar este auge del vinilo. El por qué de esta tendencia es otro asunto. La gente no necesita comprar discos de vinilo y, sin embargo, eligen hacerlo. En un mundo en el que los CDs están obsoletos y la música existe solo virtualmente, el vinilo ofrece la reconfortante sensación de estar comprando algo físico. Si la industria musical tradicional no quiere desaparecer del todo, quizá haría bien en examinar esta tendencia.
¿Por qué comprar música?
Asumámoslo. En 2014 la mayor parte de las personas no encuentran ninguna buena razón para comprar música. Existe una razón moral para ello basada en la idea de que debemos dar apoyo a los buenos artistas y bla, bla, bla... pero la realidad es que no puedes obligar a las personas a comprar algo solo porque es ético si no necesitan hacerlo.
No se trata solo de piratería. Las opciones legales disponibles hoy también llevan a esa postura. Hace unos pocos años había gente que compraba álbumes en iTunes porque le parecía feo, o peligroso, descargarse música ilegalmente. Hoy, los servicios de streaming como Spotify son tan accesibles y baratos que comprar música es más incómodo que escucharla, cuándo, donde y cómo quieras.
Es cierto que Spotify no lo tiene todo, pero casi, y para mucha gente es más música de la que van a escuchar jamás por un precio bastante ridículo. Afortunadamente, sigue habiendo almas caritativas que creen que es importante comprar un CD, sobre todo de pequeños artistas emergentes, para hacerles llegar el dinero directamente. Incluso estas personas comprometidas tienen que admitir que, en la mayoría de los casos, el CD acaba convertido en archivos digitales, o peor, sin abrir en un estantería mientras escuchamos sus canciones en el streaming de turno.
Conveniencia y calidad de audio
Una enorme parte de los archivos digitales que podemos encontrar en Internet proporcionan una calidad de sonido mucho peor que la que ofrecen los CDs, pero los consumidores eligen estos archivos igualmente. Incluso en los casos en los que alguien decide digitalizar un CD, lo hace con una calidad de compresión mala, básicamente porque una digitalización al máximo de calidad puede ocupar 7,5 veces más espacio en disco que un MP3. Los servicios en streaming suelen ofrecer la misma calidad que un MP3 estándar. La mayor parte de la gente no aprecia la diferencia de lo que significa escuchar una canción con 7,5 veces más calidad.
En Internet hay tiendas en las que podemos comprar archivos digitales en buena calidad, pero sus ventas han caído por primera vez desde hace años. Por el contrario, los servicios de streaming se han incrementado en un 32% y ya suponen el 16% del total de beneficios de la industria musical. Este dato basta para demostrar que a la mayor parte de consumidores no les importa mucho la pureza del audio.
Todo esto significa que no me creo que la vuelta al vinilo se explique por la búsqueda de una mejor calidad de audio. Existe un enconado debate entre audiófilos y científicos alrededor de la calidad del formato analógico contra el digital. Los audiófilos juran que los formatos analógicos suenan mejor incluso a pesar de que la idea va en contra de la ciencia. Según los científicos, un CD y un disco de vinilo obtenidos del mismo master suenan matemáticamente igual. Sin abundar mucho en la cuestión, basta decir que la calidad de audio de 44.1 kHz/16-bit de un CD no es casual. Esta basada en la teoría de muestreo musical, en la que se afirma que la frecuencia más alta que somos capaces de oír es de 20.000 Hz. Cualquier sonido por encima de esta cifra es irrelevante
Algunas personas deciden negar la ciencia del sonido y confiar en sus sensaciones, o simplemente prefieren los característicos chasquidos de un disco de vinilo al reproducirse. Al final, ambos casos confirman que los consumidores vuelven al vinilo simplemente porque lo disfrutan más.
El caso del vinilo
Las personas a las que les gusta el sentimiento de adquirir algo tangible están volviendo poco a poco hacia el vinilo porque este formato les aporta una experiencia mucho más satisfactoria que la de un simple CD.
El vinilo siempre ha ofrecido esta especie de experiencia íntima. El formato grande es más sustancioso y permite disfrutar mejor de los diseños de las cubiertas y la parte interior. Del mismo modo, hay algo muy reconfortante en el ritual de poner un disco de vinilo en el tocadiscos. Es una experiencia más cercana, social y divertida que va más allá del gesto aséptico de insertar un CD o pulsar un botón en una pantalla.
El sonido del vinilo no es perfecto, en el sentido de que tiene pequeñas interferencias y chasquidos, pero incluso este pequeño problema le aporta textura y calidez de directo al sonido. Los discos en este material son frágiles, pero los defensores del formato también consideran eso como parte de su encanto. Mi padrino me regaló una vieja copia de Sticky Fingers, de los Rolling Stones con un rayón que hace que siempre salte en Brown Sugar. Adoro ese disco. ¿Qué les voy a dejar yo a mis hijos? ¿Un disco duro?, ¿Mi contraseña de Dropbox? ¿Mi suscripción a Spotify?
El peor pecado del vinilo, lo que hizo que la industria se volviera hacia otros formatos, es que no es en absoluto portátil. Hoy, sin embargo, esto está completamente superado. La mayor parte de los vinilos nuevos vienen con códigos de descarga gratuita para poder disfrutar del álbum en medios digitales. Hasta Amazon ofrece un servicio llamado Autorip para obtener archivos MP3 cuando compras un vinilo en su tienda online.
El futuro de la música es vender experiencias
Los ejecutivos de la industria musical odian lo digital. No es de extrañar: les ha hundido el chiringuito. Hace años podían vendernos un disco al precio que ellos quisieran y la gente lo pagaba. Nada alteró la paz de este mercado cautivo hasta que llegó el MP3 y las conexiones de banda ancha.
Ahora, comprar música en formato físico es una opción y los ejecutivos de la industria musical deberían, si son listos, prestar más atención a esta gente deseosa de gastarse un extra muy sustancioso en algo tan vaporoso como una experiencia. No creo que el vinilo sea el futuro, en el sentido de que siempre seguirá siendo minoritario por mucho que crezca. Es solo un ejemplo del tipo de satisfacción que busca un entusiasta de la música más allá de escribir en un buscador el nombre de su grupo favorito. El vinilo no es solo música. Es una experiencia, y una por la que la gente está dispuesta a pagar.