La Antártida no es precisamente un destino turístico popular, pero esa tendencia está dando un extraño giro. Los últimos años están siendo testigos de un inusitado aumento de cruceros y paquetes vacacionales a los polos con un reclamo paradójico: visitar estos lugares antes de que se fundan.
Tampoco es que de repente la plataforma Larsen C se haya convertido en la Riviera Maya, pero la tendencia es muy palpable. En el verano de 1991 a 1992 visitaron el Polo Norte 6.400 personas. En el mismo período entre 2016 y 2017 la cifra subió a 44.300.
Muchos de estos visitantes son personas genuinamente interesadas en el medio ambiente y el cambio climático. Muchos de los cruceros y paquetes turísticos están enfocados precisamente a este tipo de publico e incluyen charlas con científicos reales y cursos de concienciación medioambiental. Tampoco se trata de unas vacaciones baratas. Un crucero veraniego a la Antártida supera normalmente los 10.000 dólares y no es raro encontrar ofertas que multiplican esa cantidad hasta superar los 80.000. Todo depende de los lujos que queramos a bordo.
Hasta aquí no hay nada especialmente malo o deshonesto en el turismo polar. Lo que resulta un poco más preocupante es que el lenguaje de marketing de los operadores turísticos que organizan viajes a los polos ha comenzado a incorporar el calentamiento global y el cambio climático como reclamos. La idea de visitar un lugar en peligro de desaparecer está funcionando muy bien a nivel comercial, pero no está exenta de riesgos. Los visitantes pueden llevar consigo semillas o microorganismos que cambien el frágil ecosistema de las regiones polares. Por otra parte, la afluencia creciente de barcos aumenta las posibilidades de que se produzcan accidentes que dañen el entorno como un derrame de combustible.
Para empeorar las cosas, regular el turismo en estas regiones no es tarea fácil porque la Antártida, técnicamente, no es de nadie. El tratado de la Antártida de 1959 estipula expresamente que ningún país puede reclamar territorio en el continente helado. Eso anula cualquier posibilidad de establecer un marco legal público. Desde 1991, la Asociación de Touroperadores de la Antártida (IAATO por sus siglas en inglés) decidieron autoimponerse una serie de normas muy estrictas para regular el turismo polar. Según declaraciones de la portavoz de la IAATO, Amanda Lynnes a The Outline, solo puede haber un barco anclado en la costa de la Antártida al mismo tiempo. Nunca puede haber más de 100 personas sobre el continente en una expedición turística, y debe haber un guía por cada 20 turistas. La recogida de basuras, la descontaminación de los turistas para evitar especies invasoras y la limpieza tras una de estas visitas sigue un protocolo bastante estricto.
Lynnes asegura que las infracciones de este protocolo son escasas, pero sigue siendo un conjunto de normas establecido por una asociación privada y que solo afecta a sus socios. Si el marketing convierte el calentamiento global en un reclamo masivo para el turismo, es solo una cuestión de tiempo que ocurra un accidente y dejemos la Antártida peor de lo que ya está. Desde la IAATO aseguran que las cifras crecen cada año y que en el período 2017-2018 esperan batir un nuevo récord gracias al interés creciente de países como China. [vía The Outline]