La ilusión óptica que nos ocupa se conoce como “ventana de Ames” en honor a su creador, Adelbert Ames (más conocido por la habitación de Ames, ese truco de perspectiva que hace que algunas personas se vean más grandes que otras en un mismo escenario y que ha sido usado en películas como Willy Wonka y la fábrica de chocolate o El Señor de los Anillos).
La ventana de Ames no es un truco de perspectiva, sino de expectativa. Consiste en una pieza de cartón con forma de trapecio que ha sido pintada por ambos lados para parecer una ventana vista desde cierto ángulo. La ilusión empieza cuando cuelgas la ventana de un cable y la haces girar:
La ventana de Ames esté dando una vuelta completa, pero el observador percibe un giro de tan solo 180 grados; primero hacia un lado, después hacia el otro. La ilusión es tan potente que no se rompe aunque sepas que no está oscilando, aunque sepas que es un trapecio y no un rectángulo.
Incluso puedes engancharle un objeto como punto de referencia y mantener la ilusión; estas cajas de cerillas parecen flotar en sentido opuesto:
Tampoco sirve de nada atravesar el cartón con una regla; nuestro cerebro sigue percibiendo que la ventana se detiene e invierte su dirección:
Esta ilusión óptica fue creada en 1951 a partir del concepto filosófico del transaccionalismo. En los años 60, algunos psicólogos la usaron para explicar la “ambigüedad transaccional”, la idea de que una expectativa mental en el espectador puede afectar a la percepción real de estímulos ambiguos. Nosotros vemos una ventana rectangular, pero un aborigen que nunca haya visto una ventana lo percibirá de manera diferente. En otras palabras, el truco solo funciona cuando sabes lo que es una ventana.